Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos.
Al escuchar aquello, el Director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.
FIN
Augusto Monterroso. El grillo maestro.
Este lunes 1 de junio se terminó la Jornada nacional de sana distancia a pesar de que estamos en las semanas de mayor número de casos diarios de COVID-19 y no se ha aplanado la famosa curva. A partir de ese día reinició la actividad laboral y económica en muchos sectores –con las indispensables normas de prevención- de la vida nacional.
Aunque las escuelas y universidades no están entre las organizaciones que reabrieron sus puertas en esta semana y tendremos un fin de ciclo escolar a distancia, el Secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma Barragán participó en las ruedas de prensa diarias relativas a la contingencia sanitaria y en ese espacio planteó que el regreso oficial a clases será el 10 de agosto si todo evoluciona como lo visualiza hoy el gobierno federal.
En sus participaciones en estos espacios informativos oficiales el secretario informó del período especial de recuperación de los aprendizajes que se realizará al inicio del ciclo y las “nueve intervenciones” que se realizarán para garantizar un regreso lo más seguro posible para los niños, los padres de familia y los profesores y directivos escolares.
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Todas estas medidas están relacionadas como es lógico con aspectos de la gestión escolar como la sanitización de las escuelas, la dotación de condiciones básicas de operación higiénica (agua, jabón, gel), uso de cubrebocas, recreos escalonados, suspensión de ceremonias y reuniones masivas, etc. que constituirán la nueva política de operación de las instituciones escolares en la llamada nueva normalidad. No soy experto en política educativa ni en gestión institucional por lo que no voy a centrar esta columna en esas medidas que por otra parte, han sido ya analizadas de manera crítica y pertinente por el Dr. Pedro Flores Crespo en su más reciente artículo en Educación futura.
Como digo en el párrafo anterior, me parece lógico y estrictamente necesario que la SEP plantee con claridad estas medidas normativas para la gestión escolar dadas las condiciones de riesgo que seguirán prevaleciendo al iniciar el siguiente ciclo académico.
Sin embargo, me preocupa que se planteen exclusivamente este tipo de medidas y me pregunto si como sistema educativo habrá algún cambio de fondo en la concepción y la forma de hacer las cosas en las instituciones responsables de formar a los futuros ciudadanos de un mundo que desde antes de la pandemia estaba pidiendo un cambio paradigmático para responder al cambio de época pero que ahora, después de esta experiencia inesperada que puso al mundo en jaque está requiriendo respuestas inéditas para construir esta nueva normalidad que todos coinciden que no puede ser igual a la que vivíamos antes de este año.
La pregunta que considero debería plantearse la autoridad educativa es: ¿Más allá de las formas para el cuidado de la salud, cómo debería ser la educación de las futuras generaciones de ciudadanos que puedan responder a los desafíos del mundo incierto y lleno de riesgos en el que ya estamos insertos?
Porque la pandemia nos tomó por sorpresa y ante el confinamiento la respuesta del sistema educativo fue trasladar la escuela a las casas de los alumnos pretendiendo ingenuamente que esto era posible y ahora, ante la perspectiva de la reapertura de las escuelas parece que la pretensión es que todo vuelva a ser como antes, salvo que los niños y profesores estarán más separados físicamente, se lavarán las manos constantemente y usarán cubrebocas.
¿Y todo lo que aprendieron los docentes durante este período de aprendizaje a distancia se desperdiciará y se dejará de lado hasta que haya otra emergencia que obligue a cerrar nuevamente las escuelas? ¿Y los aprendizajes y la experiencia de los niños, más allá de si olvidaron o no ciertos contenidos del programa por la situación de contingencia, no tienen valor ni serán tomados en cuenta para transformar las viejas prácticas de enseñanza? ¿Y todo lo que los padres de familia podrían aportar desde su experiencia de acompañamiento de sus hijos en el aprendizaje en casa y en el trabajo colaborativo con sus profesores será también dejado atrás y tirado por la borda?
Como dice Flores Crespo en el artículo antes mencionado “La realidad cambió, ¿las viejas reglas escolares no?”, añado ¿Las viejas prácticas docentes no? ¿Las antiguas formas de entender el proceso de enseñanza y aprendizaje tampoco?
Durante el período denominado “Aprende en casa” hubo muchas buenas prácticas de los docentes, múltiples aprendizajes sobre contenidos, didáctica, motivación, formas distintas de evaluar, uso de tecnología y materiales previamente desconocidos y hubo también mucho trabajo en comunidades profesionales de aprendizaje que surgieron espontáneamente a partir de la necesidad de responder a los retos. ¿Nada de esto se tomará en cuenta para generar una nueva manera de entender y operar la formación?
También hubo errores y problemas generados por la incertidumbre y las presiones de esta situación inesperada que cometieron docentes y directivos escolares. Flores Crespo señala por ejemplo: “Uno de estos fue sobrecargar a los estudiantes de contenidos y tareas como una reacción apresurada ante la virtualización escolar” ¿Serán también desaprovechados todos los aprendizajes que pueden derivarse de los errores cometidos durante estos meses?
Es un lugar común decir que los tiempos de crisis son tiempos de oportunidad y que de estos momentos especialmente problemáticos pueden obtenerse aprendizajes valiosos para mejorar. Es también ahora muy común escuchar que la nueva normalidad tendrá que ser muy distinta a la cotidianidad que vivimos hasta antes del confinamiento.
Pero para que esto suceda, tiene que haber una voluntad explícita de aprender, de recuperar las experiencias, las buenas prácticas y los errores para extraer de ahí nuevas ideas y proyectos de renovación. Tiene que haber un sistema que incentive, sistematice, organice y encauce toda esta riqueza de experiencias.
La educación se encuentra ante la urgente necesidad de transformarse para ser pertinente y educar a las nuevas generaciones para la realidad incierta que van a enfrentar.
Sin embargo, por lo que se observa hasta ahora, lo que va a ocurrir es que en el confinamiento se trató sin éxito de llevar la escuela a la casa y después del confinamiento se intentará sin éxito regresar a la escuela de siempre, a esa que con o sin COVID-19 hace mucho tiempo debimos dejar atrás.
Tal parece que el próximo 10 de agosto, como en la fábula de Monterroso, el director o el supervisor viejo y sabio –y tal vez también grillo- regresará a las aulas a escuchar que la forma en que hemos hecho siempre las cosas es la mejor y asintiendo con la cabeza se retirará, satisfecho de que en las escuelas todo sigue como en sus tiempos.
*Foto de portada: Alexandra Koch | Pixabay