Lado B
Las artes visuales en Puebla: ¿una comunidad estudiantil a la deriva?
Revisión crítica de la educación artística superior en Puebla y las condiciones de precariedad social a las que estudiantes de artes se enfrentan al egresar
Por Klastos @
13 de febrero, 2020
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Jimena German

The art world is only too happy to listen.

Gregory Sholette

Hay siete escuelas de arte en Puebla. Eso no existe ni en Ciudad de México. Puebla tiene una historia de más de doscientos años de institucionalización para la formación artística profesional. Desde la fundación en 1813 de la academia de Bellas Artes, primero como Academia de Primeras Letras y Dibujo, y luego como Academia de Educación y Bellas Artes, bajo el impulso de intelectuales y clérigos. 

La Academia llegó a ser una de las principales escuelas de la época en cuanto a formación y colección: además de ser espacio educativo, construyó un amplio acervo de obra gráfica y pictórica, monedas, textos y documentos. Buena parte de esa colección quedó en manos de la entonces Universidad Autónoma de Puebla en 1973, cuando su Consejo Universitario aprobó la integración del Instituto de Artes Plásticas de la Academia de Bellas Artes del Estado de Puebla a la estructura institucional de la Universidad.

Por esas mismas fechas, y no por casualidad, un grupo de egresados de la Escuela Nacional de Artes Plásticas (entre ellos quienes a finales de la década de los 60 y hasta 1982 conformarían el Grupo Mira) fundaron la Escuela Popular de Arte en Puebla. 

Fragmento de un cartel de talleres organizados por la Escuela Popular de Arte de la UAP, 1973-1974. Archivo personal de Jorge Pérez Vega. Tomada del catálogo 68+50 (MUAC).

La institución sólo se mantuvo activa entre 1973 y 1974, pero la intención trascendió en los siguientes años a través de la actividad artística-política (así, con guión de por medio) de sus fundadores, ligada a: la función social del arte, la memoria del 68, las reformas universitarias, las políticas sindicalistas y la difusión de políticas culturales a través de dispositivos –sobre todo– visuales. 

En medio de una atmósfera política polarizada, en 1979 se decretó al aún hoy activo Instituto de Artes Visuales del Estado de Puebla (IAV) como parte de la Secretaría de Educación y Bienestar Social. En el documento oficial que crea este organismo se plantean, entre otros objetivos, formar a nivel medio y profesional creadores y docentes para la enseñanza de las artes plásticas –específicamente de pintura, escultura y dibujo técnico–, así como fomentar la investigación y difusión de las artes en la región.

En su decreto se estipularon cuatro carreras de nivel licenciatura enfocadas en docencia artística y producción pictórica o escultórica; dos carreras técnicas que formaban auxiliares de docentes o artistas; y cursos libres de distintas áreas artísticas (visuales) tanto para público adulto como infantil. Ahora, el Instituto cuenta con la Licenciatura en Artes Visuales y cuatro más relacionadas con Diseño, Gráfica y Restauración. 

Diecisiete años después nacen los próximos programas de formación artística profesional, esta vez fuera del ámbito público: la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP) y el Universitario Bauhaus fueron las primeras universidades privadas en formar artistas en programas universitarios.

El primero surge en la UDLAP en los 80, formando a una generación de artistas de los cuales algunos permanecen activos en la misma ciudad. Sin embargo, la licenciatura de Artes Plásticas, como tal, se creó en 1996 con el impulso de José Lazcarro. Ese mismo año se fundó Universitario Bauhaus con la misma carrera como primera licenciatura

Después surgieron otros cuatro programas que conforman la actual oferta académica en el Estado: Artes Plásticas en Unarte (2005), Artes Plásticas en la Escuela de Artes Plásticas y Audiovisuales ARPA (2013) de la BUAP (la única de carácter público, además del IAV), Arte Contemporáneo en la Ibero (2015) y, la más reciente, Animación y Arte Digital con posibilidad de área de concentración en Artes Visuales en el Tecnológico de Monterrey.

Existe además un centro de estudios, el Instituto de Estudios Superiores de Ingeniería Educativa, que ofrece una licenciatura en “Desarrollo del Arte”, con un programa que, básicamente, mezcla artes plásticas, danza contemporánea, actuación y música, por lo que poco vale hacer mayor referencia al mismo.

Programas universitarios de artes visuales y afines en Puebla. Imagen-collage de Klastos.

Puebla es la ciudad de provincia con más oferta para educación superior en esta área, por encima de ciudades como Guadalajara, Monterrey, Oaxaca, Guanajuato y Xalapa, es decir, por encima de ciudades que poseen cierta relevancia demográfica, económica, artística y/o cultural en el país. 

Según el Anuario Estadístico de Población Escolar en la Educación Superior de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), en el ciclo escolar 2017-2018 hubo un total de 890 jóvenes matriculados en carreras de Artes Plásticas o Visuales en Puebla.

Las instituciones con mayor número de matrículas fueron las dos públicas: el IAV con 316 y la BUAP con 218, seguidas de las privadas en el siguiente orden: Bauhaus, Tecnológico de Monterrey, Unarte, UDLAP e Ibero. En la mayoría de los años registrados, más de la mitad de matrículas corresponden a estudiantes mujeres.

Ahora bien, la oferta académica de universidades poblanas es amplia en general: Puebla es la ciudad que ocupa el primer lugar nacional por número de instalaciones para estudiar una licenciatura (más de 500), y con mayor número de instituciones de educación superior por encima de la Ciudad de México. No obstante, ocupa el sexto lugar como entidad en cuanto al número de profesionistas empleados. 

En perspectiva, este panorama frente a la comunidad artística de estudiantes podría representar algo si habláramos de aquellos que buscan desarrollarse más como curadores, galeristas, gestores, u otros puestos que impliquen cierto tipo de empleabilidad; pero, además, habría que contemplar a aquellos (la mayoría) que pretenden “vivir del arte”, es decir, ser artistas y subsistir de ello.

Este texto intenta pensar dicha oferta académica y la comunidad que genera esta oferta en relación al circuito del arte como concepto y estructura general, así como a los circuitos existentes en Puebla; o bien, en relación a las alternativas que pudieran mantenerse al margen del panorama mainstream del arte actual.

Es el resultado de un breve mapeo de aquellos actores e instituciones que han intervenido e intervienen en la producción, circulación, difusión y consumo de arte poblano, y analiza en qué medida éstos responden a la existencia de una comunidad estudiantil artística numerosa. 

Galerías, museos, coleccionistas, medios o espacios de crítica se insertan como elementos dentro de una cadena de valor que está intrínsecamente vinculada a la formación y desarrollo de artistas y su producción. Dentro de dicha cadena son los espacios formativos y de profesionalización los que conforman el primer eslabón. Ese en el que Puebla carga un pasado relevante y respecto al que por momentos se percibe poca o nula evolución.

En general, los planes de estudio de los distintos programas son bastante similares: un recorrido histórico por las distintas corrientes artísticas; un panorama teórico de análisis, interpretación y a veces investigación respecto al ejercicio de las artes en el pasado y/o la actualidad; una enseñanza de herramientas, técnicas y materiales de producción y experimentación; y una oferta menor de materias relacionadas con el campo profesional fuera de la creación (curaduría, gestión cultural, crítica, pedagogía). Y a eso hay que agregarle cursos de tronco común o conocimientos generales y complementarios especializados (optativas, seminarios, temas selectos).

En proporción, Unarte ofrece el plan con más materias teóricas y de análisis histórico (un 35% de los créditos totales), mientras que el Instituto de Artes Visuales del Estado es, por mucho, el que ofrece mayor formación técnica-práctica (78%). 

BUAP e Ibero son las dos universidades que más asignaturas incluyen en relación al campo profesional de las artes, e igualmente las dos en las que mayor equilibrio existe en la carga académica entre cada uno de los cuatro segmentos mencionados (histórico, teórico, práctico y laboral). 

Son pocos los planes que ofrecen cursos concretamente enfocados a herramientas no plásticas comúnmente vinculadas al arte contemporáneo: sólo la UDLAP dedica una materia a los estudios de performance; y únicamente Ibero y Bauhaus hacen lo mismo para conceptualización y desarrollo de instalación. La carga del Tec en esta área es mucho menor por ser Artes Visuales únicamente una de las ramas de especialización en el programa de Animación y Arte Digital.

En cuanto a cursos enfocados al propio circuito del arte fuera de la producción, la única universidad que plantea abordar en materias concretas y por separado crítica, curaduría y gestión cultural es Bauhaus. La UDLAP, con su última renovación de plan de estudios, no aborda gestión cultural y fusiona en un mismo curso crítica con curaduría, mientras que la BUAP e Ibero mantienen la crítica al margen de su oferta. 

Paradójicamente, el heredero de la Academia de Bellas Artes, el IAV, resalta no sólo por su desproporción en la carga de materias de uno u otro segmento, sino porque no cuenta con ningún curso referente al arte contemporáneo (ni en sentido teórico ni en sentido práctico); tampoco dedica alguna asignatura a las áreas de curaduría, crítica o gestión cultural. 

De hecho, su plan de estudios está dividido en nueve semestres agrupados de dos en dos (exceptuando el último) en donde muchas de las materias se repiten de par en par. A la institución del Estado, al igual que al Estado mismo, no parece que le interesa en absoluto dialogar con el panorama artístico actual. El IAV se momificó a partir de las vanguardias y, frente a eso, las posibilidades de sus estudiantes interesados en producciones contemporáneas se ven limitadas, al menos, dentro de su alma máter.

Todo esto en cuanto a la estructuración teórica de los planes de estudio. Pero desde la experiencia de estudiantes y egresados, poco tiene que ver la pertinencia o impertinencia curricular de la universidad que elijan. ¿Es, como escribió Luis Camnitzer en La enseñanza del arte como fraude, “el proceso de educación de los artistas en el día de hoy un fraude”? 

“Mi formación artística se la debo a personas específicas, algunas de ellas profesores, pero definitivamente no a mi universidad”, me dice un artista exUDLAP. “Hay universidades en las que cada fin de curso se facilitan espacios para exponer la obra de estudiantes; se invita a críticos, galeristas, curadores que puedan vincularlos con la escena profesional. Eso aquí no existe. La universidad no nos vincula en absoluto con el mundo del arte. Esa es chamba nuestra”. 

“Empezamos a producir en forma hasta cuarto o quinto semestre. Antes, pura perdedera de tiempo con tronco común”, dicen otros de la UDLAP, “ni para producir por tu cuenta en horas libres porque es mucha burocracia para entrar a algún taller fuera de clase. Pagamos por instalaciones que no nos autorizan a usar fácilmente”. 

“En cinco años cambiaron cinco veces el coordinador de carrera. Me quedé solo porque me ofrecieron buena beca”, cuenta una egresada de Bauhaus. “La UDLAP ha creado mucho, pero lo ha creado para su propia comunidad, y a veces ni eso”, cuenta una estudiante de la Ibero. De la BUAP: “El espacio estaba inactivo. Nos juntamos y pedimos que lo prestaran para hacer exposiciones. Nos dijeron que “quiénes éramos nosotros” para pretender gestionar un espacio de la Universidad.

De las siete universidades que ofrecen Artes Plásticas o Visuales, tres cuentan con un espacio en sus instalaciones destinado únicamente a exponer producción estudiantil: La luz de la nevera de la UDLAP, La miscelánea en Unarte y La Pajarera en Bauhaus.

Izquierda: imagen de la galería de la Bauhaus. Centro: imagen del espacio La luz de la nevera de la UDLAP. Derecha: imagen de la galería La miscelánea de Unarte. Imagen-collage de Klastos.

Si bien estos espacios han servido de experimentación y creación de portafolio para su comunidad, no sirven de vinculación con la escena artística local, ni mucho menos nacional o internacional (y sería interesante cuestionar si verdaderamente existe tal escena a nivel local o si, más bien, la escena no rebasa dichos espacios formativos): ninguno suele recibir públicos externos más allá de papás y abuelitas de quien exponga (eso si no se trata de estudiantes foráneos). 

Sin embargo para muchos alumnos representa la única galería “disponible” durante su formación. “Quién sabe qué querían hacer ahí, si ni cabe nada”, cuentan sobre La Luz de la Nevera, “pero la iban a quitar, iba a dejar de existir. Si no fuera porque fuimos a hablar a las oficinas y nos comprometimos a autogestionarla, no tendríamos ni eso”. 

La Miscelánea “ahora ya es para estudiantes, pero durante un tiempo sólo podían exponer artistas invitados”, dice una exUnarte. La galería de Bauhaus “es una cochera; no tiene buena iluminación, el techo es de lámina, el piso se inundan cuando llueve… hasta da pena que le llamen galería a ese espacio”.

Algunas universidades tienen museos propios para crear una oferta aparentemente abierta a la ciudadanía, aunque parecen estar más interesadas en sumar clientes bajo el disfraz de universidades comprometidas con el impulso de la cultura. Es el caso del Museo del Tecnológico de Monterrey, la Galería Ibero, el Museo Upaep, la Capilla del Arte UDLAP, y de la BUAP la Galería del Complejo Cultural Universitario, el Museo de la Memoria Universitaria y el Museo Universitario Casa de los Muñecos. En ninguno de ellos suele haber presencia de obra artística contemporánea joven, menos estudiantil.

Algunos museos y galerías universitarias en Puebla. Imagen-collage de Klastos.

La UDLAP, a través de la Capilla del Arte en el Centro Histórico, y anteriormente también la Casa del Caballero Águila en el zócalo de San Pedro Cholula, ha tenido intentos de incluir a los estudiantes en sus exposiciones, por solicitud de profesores o de la misma comunidad estudiantil.

La exposición Ímpetu de coraje en la era del Yo (2017) fue fuente de inconsistencias y quejas. Reunir a un grupo de estudiantes de distintas universidades para montar una exposición colectiva en torno a problemáticas contemporáneas, resultó ser una experiencia denigrante para los artistas implicados. 

“No hubo apoyo en absoluto, ni siquiera nos dieron material para el montaje. Tuvimos que comprar casi todo”; “No dieron crédito a otras universidades de donde venían parte de los artistas, se negaron a que aparecieran en el cartel o la hoja de sala”; “Se cayó una mampara y algunas piezas se dañaron. ¿Qué hubiera pasado si en esa mampara no estuvieran piezas de estudiantes sino de artistas consumados? Es una lana. Aquí ni disculpas”; “Hubo, incluso, un caso de censura”. “Salimos decepcionados”.

Imagen y participantes de la exposición Ímpetu de coraje en la era del Yo. Tomadas del blog de la UDLAP. Imagen-collage de Klastos.

Otro caso que, si bien no se llevó a cabo por medio de una institución universitaria, sí ilustra la falta de seriedad ante la producción estudiantil, tanto de jóvenes egresados como de artistas emergentes, fue el de la exposición If I got paid for all my emotional labor (2018) en Galería Proceso Abierto: una muestra donde se expusieron únicamente piezas de mujeres jóvenes (la mayoría de ellas estudiantes de distintas universidades). 

El evento fue propuesto y curado por tres de ellas, quienes aseguran que lo más problemático para el público fue que “sólo fueran piezas de mujeres”. Basta con contar que “nos dijeron Baby shower”, recuerda una de ellas, “yo no sé si porque el cartel era rosa o si porque éramos puras morras”.

Imagen y participantes de la exposición If I got paid for all my emotional labor. Tomadas del perfil de Instagram de Proyecto VIA. Imagen-collage de Klastos.

Un tercer caso fue Alerta de género, una proyecto de estudiantes de la UDLAP con el acompañamiento del artista y docente Iván Mejía, que fue rechazado en Mercado Negro por un nulo y explícito desinterés (por parte del personal de la galería) en “temas tan políticos”, a pesar de su pertinencia al ser Puebla uno de los Estados con mayor índice de feminicidios. “Nos dimos cuenta que también en espacios alternativos hay abusos. No sabemos si porque seamos estudiantes, porque seamos mujeres o por ambas”, concluyen los estudiantes.

Con esto resulta de más mencionar la labor que tienen espacios como la Galería Lazcarro, el Erasto Cortés o el Museo Amparo frente a la comunidad estudiantil o de jóvenes egresados. Una labor que pone en duda si el fenómeno puede adjudicarse a los criterios de calidad de las instituciones para lograr ofrecer eventos “de primer nivel”, o a una falta de interés deliberada en la producción artística local. 

Beto Ibáñez (por cierto, egresado de una universidad poblana y con una trayectoria de más de 20 años como artista y docente sin haber emigrado del estado), menciona que “desafortunadamente estos eventos de primer nivel, que si bien se agradecen y son necesarios para el enriquecimiento y maduración de la escena local, son los que constantemente nos recuerdan que difícilmente habrá oportunidad de que las producciones locales accedan a esos mismos recintos […] Dichos eventos operan bajo la consigna de que en Puebla no hay producción de suficiente calidad como para ser exhibida en tales espacios”. 

Es el caso concreto del Museo Amparo, que ha tomado como consigna mostrar lo más contemporáneo de la producción nacional e internacional, pero negando, más allá de su vocación original, toda visibilidad a lo que se hace actualmente en Puebla”. 

A eso le sumamos el cierre de la Galería de Arte Moderno y Contemporáneo y, consecuentemente, la desactivación del Encuentro Estatal de Arte Contemporáneo durante el sexenio morenovallista (2011-2017): el fin de dos iniciativas que representaron por un tiempo la única apertura del gobierno frente a la escena artística contemporánea en Puebla.

Este panorama ha resultado el principal impulso para la gestión de espacios “alternativos” destinados a la comunidad estudiantil, e incluso impulsados por ella misma. “La mala experiencia nos abrió los ojos”, dice una alumna sobre su participación en la exposición colectiva de Capilla del Arte antes citada. La intermitente presencia y labor de espacios alternativos en los últimos 15 años, según Beto Ibáñez,“testifican la existencia de un medio inquieto y deseoso de experimentar nuevos formatos”. 

Lo malo es que la esperanza de vida para estos espacios es baja y pocos superan los dos años. Aún así, han representado una escena periférica flexible para la vinculación de actores culturales en principalmente dos escenarios: el Centro Histórico de Puebla y dos de las tres Cholulas, San Pedro y San Andrés.

Pieza de Iván Écatl, estudiante de ARPA, en la exposición Preámbulo (exconvento de Santa Clara, noviembre 2018), derivada del laboratorio impulsado en La 3 y la 4 por el grupo InterAcciones.

Así, podemos enlistar galerías o espacios ajenos a instituciones culturales (privadas o estatales) que existieron o existen bajo un formato de autogestión o de inversión privada tanto para prácticas artísticas plásticas “tradicionales”, como para prácticas multidisciplinarias enmarcadas en los en discursos del arte contemporáneo. Según el portal del Sistema de Información Cultural del gobierno, en Puebla se tiene registro de unas 30 galerías que, supuestamente, visibilizan arte actual. 

Hoy en día sucede esto en el Centro Histórico de Puebla con Más allá, espacio para editoriales independientes y arte contemporáneo, y Reforma 917, con tres ejes de acción: curatorial, pedagógico y editorial; son espacios creados y gestionados por estudiantes. ERROR, como residencia artística, ha colaborado en algunas acciones concretas con estudiantes. 

Reunión del grupo InterAcciones en el espacio Reforma 917.

En Cholula La Perrera y LAALvaca, inauguradas en el 2000, y ya cerradas, resultaron determinantes en la vinculación artística joven estudiantil y profesional; Don Apolonio (2010) y Litoral (2016) como espacios de encuentro, exposición y experimentación.

Y, recientemente, cuatro puntos de exposición y venta de obra contemporánea: Mercado Negro, Proceso abierto e Impronta Lab; todos ellos creados y gestionados por artistas: Nora Adame y Alejandro Osorio, Luis Canseco y Fernando Diyarza, respectivamente. Este último, ha hecho de su galería-taller un espacio disponible para exposiciones de estudiantes; y, finalmente, Punto seis, impulsado por alumnos de la UDLAP, que funciona con convocatoria abierta a proyectos de artistas jóvenes con producción en arte contemporáneo.

Existen, además, proyectos que, si bien no responden únicamente a intereses artísticos, sí establecieron como uno de sus ejes de acción el brindar un espacio a artistas emergentes. La mayoría de ellos se establecieron como restaurantes donde la experiencia consiste, a la vez, en el consumo de arte y cultura: Centro Cultural Casa Olinka, El venado y el zanate, 19/40 o, hasta hace unos meses, Casa Nueve

Otros con temporalidad definida desde sus inicios han sido ejercicios que evidencian el compromiso de algunos estudiantes y artistas con la vinculación del gremio artístico joven, aún cuando se trate de espacios deliberadamente efímeros.

Algunos espacios artísticos de exhibición, venta y autogestión en Puebla. Imagen-collage de Klastos.

En 2015, Terminal 205 fue una iniciativa de un grupo de (en aquel entonces) estudiantes de la UDLAP, a través de la cual se habilitó un espacio en Cholula para exposiciones de arte contemporáneo, performance y encuentros, únicamente durante 205 días. Algo similar sucedió en 2018 pero en el Mercado de la Victoria en Puebla: La 3 y la 4 fue un proyecto colectivo auspiciado por el Museo Amparo donde se disponía de un solo mes para “hacer y deshacer”. 

O en Estudios abiertos, con su primera edición en 2010, donde durante dos días se abrían al público las puertas de estudios y talleres particulares, con el fin de mostrar obra en el espacio de producción, al mismo tiempo que dialogar en y en torno a estos. 

Tomada del blog de Estudios Abiertos Puebla-Cholula.

La mayoría de los proyectos nacen de la necesidad de contar con lugares que pretenden responder flexiblemente a la producción de jóvenes. “Estamos hartos de que, por ejemplo, la Capilla del Arte siga exponiendo a los mismos o haciendo conciertos. Por eso creamos nuestro propio espacio. Nosotros lo financiamos: es gratuito y nadie paga por entrar o exponer. Lo único realmente autogestivo aquí son las chelas”, habla uno de los gestores de Punto Seis. Otros han buscado generar lugares donde se apoyen talentos emergentes valorando en no más de tres ceros su obra para el fomento de un “coleccionismo accesible”, como fue el caso de Galería Tótem.

Dos ejemplos de escaparate de la escena actual (foránea y, en menor medida, local) fueron el Simposio de Arte Contemporáneo en la UDLAP impulsado con la llegada de Carlos Arias a la Universidad en 1998, y la Bienal Puebla de los Ángeles, impulsada por la Ibero desde 1997. 

Luego, la realización de Plataforma Puebla 2006, que intentó colocar a Puebla en el mapa del arte contemporáneo, al menos mediáticamente. Todos ellos fueron esfuerzos por fomentar encuentros interesados en articular a la comunidad local (ya involucrada en el arte o no) respecto al mundo del arte actual y el mundo actual del arte, pero con poca cabida para productores poblanos. 

El problema aquí no es la falta de iniciativas o personas trabajando hacia un mismo fin sino, en primera, la falta de articulación entre ellas como organismos y como individuos y, en segunda, el tipo de herramientas adquiridas como estudiantes y sus implicaciones para la producción artística contemporánea.

No hay que olvidar que a partir de la denominada posmodernidad (o el postfordismo, si consideramos, además del entramado cultural, el socioeconómico), el artista, más que dominar una técnica, juega un rol muchas veces multidisciplinario que aborda diversos paradigmas, temáticas y campos de conocimiento para, entonces, tomar postura y canalizar su experiencia a través de la producción de obra, e incluso la colectivización de sus procesos. Mientras que en la modernidad imperaba, según Cynthia Ortega, “la idea de autoría, genio, poseedor de un saber o dominador de una técnica, además de un circuito estabilizador de estos saberes como la academia o el museo”. 

Diseñar una currícula que responda a las necesidades actuales en el arte implica inyectar en mayor medida procesos de aprendizaje críticos. Hoy, la enseñanza en estos programas de arte (y en muchos otros) se sigue enfocando en transmitir herramientas para hacer productos y no para leer el mundo, para generar colectividades o canalizar los flujos de ideas: se mantiene, en principio, la premisa de que si el alumno no estimula ideas, si no indaga, es culpa suya; y luego, que el alumno debe aspirar a ser el artista que crea bajo su propia subjetividad.

No es un grupo, una comunidad, una tribu, sino un individuo lo que crea y que, además, persigue la capitalización de lo que produce y su posterior intercambio material y monetario.

“Se les olvida que poner butacas entre cuatro paredes y hablar frente a un grupo no te convierte en profesor”, me dice un estudiante de la UDLAP. Varios alumnos mencionaron más de una vez la apatía casi ofensiva con la que docentes permearon su experiencia estudiantil. Y la realidad es que el único campo laboral “fértil” en Puebla para egresados de carreras artísticas (visuales) frente a la amplia oferta académica, es la docencia. 

Muchos de los egresados terminan justo en eso: siendo el “artista joven” que toma las riendas de unas cuantas asignaturas reproduciendo dinámicas igualmente ineficaces. “Ciertamente,” señala de nuevo Ibáñez, “falta mucho por hacer en las escuelas de arte para lograr un nivel de calidad superior, y un factor determinante y probado en otros lados –al que aquí todavía no se le ha dado el lugar y la importancia necesarios– es la formación teórica e intelectual de calidad”. 

La planta docente es otro tema que debería abordarse en texto aparte. Como individuos o como instituciones “bajo el disfraz de lo apolítico o de una política consumida instantáneamente, se sirve a una estructura de poder que es totalmente política” (Camnitzer), y que es consciente de que restar a sí misma obstáculos significa evitar fomentar actividades subversivas, acostumbrar a las generaciones, y acostumbrarse a la comodidad de la fe en “certezas” concretas en lugar de la gestación de preguntas relevantes y oportunas. 

Sin embargo, hace mucho que la subversión aspira a mantenerse como una característica del arte: sea por fondo o por forma, en contenidos o en espacios de circulación. Y la subversión tiene que ver, a su vez, directa o tangencialmente, con procesos colaborativos. Limitar la formación en pensamiento y saturarla de técnica, descontextualiza a priori a la comunidad de artistas que se está creando.

Otra manera de legitimar sistemáticamente las estructuras vigentes es manteniendo a la sociedad calmada y con falta de dispositivos emancipatorios: sean galerías, talleres o salones de clase. Y ni hablar de las posibilidades de producción, difusión y movilidad colectiva: el escenario habla por sí solo de un aparente miedo frente al potencial de los procesos colaborativos y la búsqueda de nuevos entendimientos para la enseñanza y circulación del arte. 

Entendimientos, además, ausentes en la mayoría de exposiciones institucionales, convocatorias para fondos, becas o financiamientos. Aún cuando se trata de exposiciones colectivas, estas se siguen rigiendo bajo el reconocimiento individual de los artistas.

Tomando las palabras de dos de los pintores con más trayectoria en la ciudad, según Carlos Arias, en Puebla “no existe un gremio de pintores: existe un gremio de decoradores”. Eso, también, impacta en el mercado y, como dice Ibáñez, “la gente con un cierto poder adquisitivo sigue ensimismada con sus malls, sus towers, sus vistas y demás”.

El mercado se reduce a un grupo minúsculo de coleccionistas; prácticamente, señoras adineradas comprando pintura abstracta para su sala: se reduce a Espacio de Arte NABIS y ArtBase en Lomas de Angelópolis. 

El consumo y coleccionismo siguen apegados a prácticas culturales que funcionan bajo corrientes, modas y tendencias con la estética y la noción de autoría (individual) como ejes elementales. El comportamiento del mercado de arte local obedece a una estructura alejada de la posmodernidad y, por tanto, sin clientela para quienes producen arte contemporáneo. 

Así, estos productores terminan acoplándose a las reglas del juego o siendo mutuamente su propio mercado. Para muchos, la alternativa ha permanecido durante décadas en mirar hacia la capital. La ubicación geográfica de Puebla hace de la centralización un fenómeno que puede ser tan dañino como beneficioso y que ha sido, más bien, lo primero. 

Algo que, por lo evidente, no sucede con Oaxaca, Guadalajara, Tijuana o Monterrey. Los artistas que le entran a la dinámica del mercado en Puebla parece que no puedan más que optar por 1) “rascarle” al mercado local (de tres sabores: Lomas de Angelópolis, Los Sapos o, en el mejor de los casos, Mercado Negro); 2) vincularse con el mercado capitalino aún permaneciendo en provincia; 3) migrar; o, bien, 4) buscar alternativas: buscar otras formas de asumirse como artistas y de insertar su ejercicio profesional o formativo en dinámicas que no necesariamente tengan que ver con la idea tradicional de galería ni respondan al ejercicio de compra-venta.

La escena de la crítica es aún más desalentadora, por no decir inexistente. Pocos, y la mayoría escuetos, han sido los esfuerzos por instaurar un ejercicio de crítica de arte en Puebla: el espacio digital Critic@rte de Ramón Almela es el único aún activo. Pipopes blog de crítica se mantiene intermitente, aunque bajo un formato poco formal. En el periódico Síntesis existieron espacios para abordar acontecimientos culturales en Puebla, pero más que crítica eran reseñas, periodismo cultural. 

Dos espacios digitales para la crítica en Puebla. Imagen-collage de Klastos.

Posiblemente la iniciativa con mayor seriedad fue Torpedo (2015-2016) impulsada por estudiantes de UDLAP e Ibero, y después compilada parcialmente en el libro Torpedo: micro relatos periféricos del arte en México, aunque con un reducido nivel de circulación y, por tanto, de alcance

El suplemento intentaba responder a la carencia de crítica de arte en Puebla. Como lo explicó uno de sus creadores, Santiago Pérez, “Nos dimos cuenta que existía un vacío y ya había suficientes cosas pasando en Puebla de las que se necesitaba hacer una revisión. No hay una revisión escrita de lo que ha pasado en los últimos 20 años en términos de arte contemporáneo en Puebla”. El vacío permanece. 

Ibáñez afirma que el “sistemático desmantelamiento de casi toda la infraestructura cultural del estado ha dejado a la comunidad artística de Puebla en una situación de precariedad y desventaja nunca antes vista”. 

Estratégicamente, lo más conveniente para estas instituciones es la despolitización de los distintos quehaceres artísticos, y los estudiantes son las primeras víctimas de ello. En la UDLAP, por ejemplo, existe un desinterés explícito: ya se dieron casos de algo más que advertencias por parte de rectoría hacia alumnos y profesores para detener la producción de “arte político”.

No obstante, están sucediendo cosas. Siguen sucediendo aún cuando las propuestas juveniles puedan mostrarse inexpertas y el panorama les resulte poco receptivo o acogedor. 

Hoy dos de los proyectos que intentan articular y crear redes, digamos, en un sentido formal entre los distintos actores de la ciudad: Plataforma W25 e Interacciones. El primero, con el apoyo de Museo Amparo, es un portal digital de noticias, convocatorias, entrevistas, que intenta vincular a la comunidad local de artistas. El segundo es un grupo multiuniversitario que surge como proyecto estudiantil de gestión cultural entre alumnas de la Ibero, y al que posteriormente se unirían de Unarte, BUAP y UDLAP, con el fin de fomentar diálogo, investigación y producción entre estudiantes de Artes Plásticas, Visuales y carreras afines. 

Plataforma W25 (tomada de su perfil de Facebook) y colectivo Interacciones (tomada de su perfil de Facebook). Imagen-collage de Klastos.

“En Interacciones no somos más que rendijas”, dice una de las integrantes, explicando que se propusieron accionar hacia tres objetivos: vincular a la comunidad estudiantil entre sí y con actores de la escena artística local; reactivar/hacer alianzas con espacios existentes o potenciales en vez de habilitar uno propio; colectivizar procesos creativos, de gestión y de curaduría; y buscar otras formas de economía para el consumo cultural. 

Interacciones ha organizado una serie de charlas en el Museo Amparo (2017), un curso de verano en ERROR y distintas curadurías. Paradójicamente, el mayor reto ha sido articular a los estudiantes debido a las diferencias de entendimiento respecto al quehacer artístico: imaginarios polarizados entre técnicas plásticas figurativas, y la representación “contemporánea” bajo otro tipo de dispositivos.

Además, han surgido proyectos que intentan difundir el arte por medio de circuitos propios que ningún interés expresan en recibir legitimación por parte de la academia, el mercado del arte, galerías o coleccionistas sino, más bien, buscan crear nuevos canales de creación colectiva para fines sociales, pedagógicos o políticos en específico. 

Por mencionar sólo un par, Colectivo Nopalito, impulsado por un grupo de adolescentes, desde 2018, gestiona talleres gratuitos de distintas disciplinas artísticas en la colonia Romero Vargas a personas de todas las edades; o El Taller, formado por un grupo de feministas poblanas que ejecutan acciones de concientización y denuncia respecto a la violencia de género, y gestionan espacios de creación-formación para mujeres y niñas. 

En estos casos, el circuito del arte –digamos– “oficial” queda deliberadamente fuera de horizonte: son ejercicios enfocados directamente a una microciudadanía que funcionan por el interés de movilizar el arte, así como por problematizar fenómenos específicos contemporáneos sin instituciones culturales o mercantiles de por medio.

En todo caso, la falta de espacios, mercado o crítica podría también convertirse en terreno propicio para la experimentación y el trazado de nuevas rutas, aunque no sin dejar de exigir su visibilización y el respaldo por parte de las instituciones públicas. El verdadero vacío no está en los contenidos disponibles en la ciudad y el estado, sino en la falta de puentes para hacerlos dialogar entre sí de manera institucional o no. 

Sin articulación entre individuos y organismos de carácter público y privado no podrá nunca gestarse una escena artística poblana estructurada. Si “salir [de la universidad] es chocar con pared” todo apunta a que la mayor viabilidad se encuentra en espacios alternativos o periféricos a las instituciones. Espacios físicos autogestivos y espacios simbólicos para la gestión del yo y del nosotros como artistas: una especie de “emprendedurismo” cultural crítico impulsado por individuos o por colectividades. 

El mundo del arte contemporáneo exige ser, antes que artista, estratega. Implica, tal cual, hacerte ver”, menciona un estudiante de la UDLAP. Dada la desproporcionada relación entre la oferta y formación académica artística en Puebla y el resto del circuito del arte, la pedagogía y docencia resultan ser el único campo laboral realmente disponible para la comunidad de egresados que, además, deben resolver en qué nivel de formalidad e institucionalidad desean involucrarse. Eso, y abrirse camino por sí solos. 

La responsabilidad no reside en ninguno de los actores en concreto. Reside en todos ellos: Estado, universidades, iniciativa privada, críticos y coleccionistas, incluidos docentes y los propios estudiantes, a través de su compromiso con la coyuntura local . Mantengámonos al pendiente de las instituciones, del peso y contrapeso que ejercen con aciertos o nuevos fallos frente a las políticas culturales “disponibles”. 

No sorprende que mientras la iniciativa privada, a través de IMÁN 2019 convoca a artistas específicamente de la Ciudad de México y Puebla (aprovechando, ahora sí, nuestra cercanía con la sede de centralización) con el fin de ampliar su campo de acción y “abrir, iniciar, provocar, gestar, motivar una conversación” entre las distintas prácticas contemporáneas, el IMACP dé una nueva puntada con su Convocatoria a talleristas Crecer con arte, donde invita a la comunidad artística poblana a transportar su conocimiento a distintas comunidades por dos mil miserables pesos al mes.

Captura de pantalla de reacciones ciudadanas sobre la publicación de la convocatoria Talleristas crecer con arte del IMACP. Tomada del perfil de Facebook del IMACP.

Ni el Estado ni las universidades deberían ser expresamente mecenas del arte, pero sí deberían promover una atmósfera de soporte, libertad y autonomía para la comunidad de futuros artistas, artistas emergentes y artistas consolidados, al menos si quisieran mostrar una oferta educativa genuinamente comprometida con el impulso del arte a nivel local. 

Sin embargo, parece que la respuesta a ello es precisamente que no: que no existe tal intención sino, más bien, un interés por ampliar el nivel de competitividad entre instituciones educativas sin importar el nivel académico que logren ofrecer, o por acaparar clientes o por preservar herencia y tradición, como sería el caso incluso de iniciativas públicas como la BUAP o el IAV. 

En este punto me parece difícil  concluir que falta escena artística en Puebla. Lo que falta es su articulación y buen funcionamiento. Se necesita superar el evidente letargo; que cada uno de los implicados, pues, responda: ¿qué tipo de cultura queremos formar?

La oferta académica para las artes es, en cualquier parte, una pieza del proyecto cultural que busca redefinir las dinámicas sociales. Existe una estructura amplia y enraizada de enseñanza del arte en Puebla pero ni la crítica, ni el mercado, ni la academia, alcanzan a acoger a los cientos de alumnos que cada año se matriculan en alguna carrera de Plásticas o Visuales. 

Por otra parte, la formación brindada tampoco parece fomentar en el alumnado horizontes para una hipotética articulación: es decir, crear individuos capaces de proponer, justamente, posibilidades alternas. Son todavía muy pocas las iniciativas intentando impulsar otro tipo de economías, circuitos o procesos creativos que se desmarquen de la insuficiente escena tradicional. 

El problema es que la formación no muestra eficacia ni para unos objetivos ni para otros: al estudiante de artes en Puebla no se le educa para, eventualmente, lograr exponer –por limitarnos al territorio nacional– en Zona MACO, sino para únicamente aspirar a ello y muy posiblemente terminar frustrado. Tampoco se le educa para lo contrario: para, conscientemente, no aspirar a ello.

Posiblemente, el resultado mayor y más constante ha sido la creación de una comunidad “alfabetizada” artísticamente para consumir y opinar sobre arte sin que la esfera artística que analizan los acoja por completo.

*Agradezco las charlas con Beto Ibáñez (pintor y docente en Unarte), Francesco Scasciamacchia (historiador, curador y exdocente UDLAP), Renato Bermúdez y Tania Valdovinos (docentes en Bauhaus). Con grupo Interacciones a través de José Fernando (BUAP), Marcela Roldán (Ibero) y Cath Lescieur (UDLAP); y a los estudiantes egresados de Artes Plásticas en Bauhaus, Carmen Aranda, y UDLAP, Nicanor Escalera, Rodrigo Cabral “Roco”, María Salvatori y “Mr. Wilo”.

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Jimena German Blanco es licenciada en Humanidades y Estudios Culturales, tlaxcalteca asentada en Cholula. Hace libros de cartón con La Cleta Cartonera, apoya flujos migratorios y, de vez en cuando, también escribe. Amante de la periferia y sus derivados.

 

*Fecha de publicación original: 15 de agosto de 2019

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Autor Lado B
Klastos
Klastos es un suplemento de investigación y crítica cultural en Puebla publicado en colaboración con Lado B. CONSEJO EDITORIAL: Mely Arellano | Ernesto Aroche | Emilia Ismael | Alberto López Cuenca | Gabriela Méndez Cota | Leandro Rodríguez | Gabriel Wolfson. COMITÉ DE REDACCIÓN Renato Bermúdez | Alma Cardoso | Alberto López Cuenca | Tania Valdovinos. Email: revistaklastos@gmail.com
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