MEMORIA SÍSMICA
#MemoriaSísmica #S19
Alonso
[8:41, 19/7/2018]
Hola Gina, ¿cómo estás?
Gina
[8:41, 19/7/2018]
Bien. Estuvo leve. Gracias por preguntar.
[8:41, 19/7/2018]
¿Tembló?
[8:41, 19/7/2018]
Jajaja, sí.
[8:41, 19/7/2018]
Te iba a hablar del temblor, pero no de éste…
[8:41, 19/7/2018]
Pues coincidencia pura entonces: sonó la alarma y evacuaron.
[8:42, 19/7/2018]
(Nota de voz)
…coincidencia curiosa, por decir lo menos. El asunto es que estoy preparando un proyecto para conmemorar el temblor del 19 de septiembre pasado, pero también hablar de aquel de 85. Recuerdo que llegaste a Puebla luego de ese primer terremoto, pero la verdad es que no conozco los detalles de esa experiencia: si fue dolorosa o no, o si quieres recordarla y compartirla, ya sea que te entreviste o escribas algo o me mandes tus recuerdos en notas de voz.
[8:43, 19/7/2018]
Déjame regresar a donde estaba antes de que evacuaran y escucho tu audio.
[9:57, 19/7/2018]
¡Sí, claro que participo! Y sí, sí me acuerdo de 85. Recuerdo lo que estaba haciendo y las repercusiones que tuvo en mi vida. Me acuerdo de esas acciones inconscientes que después, durante años, tuve: jugar a que se caían las cosas, hacer las compras, apilar por ejemplo los jabones en la despensa y gritar ¡viene el temblor!, y luego con los carros de juguete de mi hermano recoger los escombros… En fin. Sí, sí me acuerdo.
[10:00, 19/7/2018]
Y creo que te cuento todo por escrito, porque si hablo tal vez se me corte la voz. Te voy a contar de 2017 primero.
***
De: Gina A.
Enviado: 30 de agosto de 2018
Para: Alonso P.
Asunto: Gina en el sismo de 2017
Aunque es muy doloroso recordarlo, el revivirlo te hace ser más consciente de tu propia existencia.
Lo recuerdo bien. Gil mi esposo aterrizaba a las 2:15 p.m. Yo estaba acostada en la cama de nuestro departamento, no había dormido bien la noche anterior, y por eso decidí descansar un poco. Puse la alarma a la 1:15 p.m. y, aunque ya estaba despierta, estaba esperando que sonara para levantarme y empezar a arreglarme para salir por Gil.
De pronto, todo empezó a moverse. Por un segundo pensé que había sido un camión que pasaba enfrente, pero luego sentí otro jalón. Me levanté como pude, vi el reloj, las 13:14 horas. Agarré como pude a mi perro, que estaba junto a mi cama dormido, y corrí a la sala para tomar mi bolsa. Vino una segunda sacudida; me inundó el terror. En esos segundos corrí a la puerta que sale a las escaleras –vivo en un segundo piso, y en los simulacros me toma alrededor de 20 segundos salir hasta la calle–. Giré la perilla, y aunque el mecanismo funcionaba, la puerta estaba bloqueada: definitivo, ¡no podía salir de mi departamento!
Frente a la sala hay una puerta que da al primer piso donde hay una pequeña terraza. Corrí hacia ella, subí la persiana, y ahí estaba con mi perro y mi bolsa cuando llegó el pensamiento: ¡SALTA! Vi cómo salía mi inquilino del departamento de abajo. ¡Erick! ¡Me voy a aventar!, le grité. ¡No, no te avientes!, respondió con el rostro cubierto de terror. Por mi mente pasó de todo: si salto bien, seguro me rompo algo, pero al menos salgo viva de ésta.
Y se oyó un estruendo en la casa, volteé inconscientemente a ver qué lo había producido, sin obtener respuesta. Fue tan duro que pensé que la casa se empezaba a caer.
Había algo en mí que decía que me aventara, que debía salvarme. Ya que la decisión de saltar estaba tomada con todo y perro, el movimiento cesó. Yo, en shock, inmóvil, a un paso del vacío. La gente me observaba desde la calle. Todo era confusión. Y entonces sonó la alerta sísmica y yo solo decía, ¡ya para qué!
Caminé a la puerta que da a la escalera y con mucha fuerza pude tirar de ella y abrirla; se había descuadrado por el movimiento. Corrí a las escaleras, lo que quería era salir de mi casa. Bajé tan rápido como pude. Pensé en mi mamá, en mi hermano, en mi esposo. ¡Mi esposo!, ¿dónde estaba? Venía en el aire. El celular estaba sin conexión.
Mientras bajaba las escaleras me percaté de que llovía encima de mí. ¿Cómo era posible si había visto que el cielo estaba despejado? Sin embargo, ¡de verdad llovía!, no lo estaba inventando. Las escaleras que son de metal con la huella de acrílico estaban inundadas. ¡Qué bueno que no pude salir!, pensé, seguro con la prisa hubiera patinado y me hubiera estrellado contra las puertas de vidrio y, ahí sí, no la cuento.
Salí de mi casa, Erick me abrazó, lloré desmesuradamente.
Menos de 15 segundos después mi suegra apartó a Erick y me sostuvo de los brazos de manera muy enérgica. ¡Sube por las llaves del carro!, gritó. ¡Ainhoa está sola en el departamento con Cristina (la empleada doméstica)! ¡Necesitamos ir a ver cómo está! Yo no entendía lo que decía, pero mis piernas sí y de pronto ya iba de regreso al departamento.
No, no quería, no quería ver la persiana, ni las puertas abiertas. ¿Y si se estaba cayendo mi casa como lo oí? ¿De dónde sale tanta agua? Seguía lloviendo en las escaleras y pensé, ¡hay que cortar agua, luz y gas! Entré. Seguía sin red en el celular. Todo estaba tirado, el librero vacío, los libros repartidos por el suelo, los narguiles de mi esposo en el suelo también. En la cocina todas las especias en el piso, un río negro de pimienta y sal cubría el azulejo amarillo con vetas grises. Vidrios por todos lados.
Seguí hasta la escalera que sube a la azotea para cerrar el gas, y ahí estaba la lluvia. Los dos tinacos de mil litros se habían caído y toda el agua caía sobre la escalera. Y en su camino se llevaron consigo tubos de todo. ¡El gas! Corrí al tanque, cerré el primero, corrí al segundo e hice lo mismo.
Tomé las llaves, saqué el carro. Solo pensaba en mi esposo, mi mamá y mi hermano. Vi de nuevo el teléfono: 13:20. Le mandé mensaje a mi mamá en un alto. No los recibía. De golpe, 60 mensajes en Whatsapp. Ninguno de mi familia. La casa a la que íbamos está a menos de 3 minutos de la mía, pero el camino se hizo eterno. No había semáforos. Gente por todos lados; marabunta humana corriendo, autos como bólidos y yo no podía cruzar para llegar a mi destino, con mi sobrina Ainhoa. Lentamente me abrí camino a través del crucero. Al llegar a Tlalpan, de mi lado derecho vi la barda del Club Campestre por los suelos. ¡No daba crédito!
Volví a ver el teléfono. Nada.
Tomé como pude Tlalpan, el metro estaba parado. Gente caminando, corriendo, pidiendo aventón. Finalmente di vuelta para entrar a la colonia de mi cuñado. Avancé y de mi lado izquierdo vi una casa colapsada. Cuando llegué a la calle de mi cuñado a lo lejos vi a mi concuña abrazando a mi sobrina. Vi cómo estaba su edificio de departamentos. Las columnas parecían jergas torcidas, los vidrios rotos. Descansó mi alma al verlas bien. Bajé del auto con mi suegra y todas nos abrazamos.
Volví a ver el teléfono. Marcaba a mi hermano, marcaba a mi mamá y nada. Leo que en Puebla estuvo durísimo.
Del único grupo que me llegaban mensajes era el de mis compañeros de la primaria. A las 2 de la tarde, sin saber nada de mi familia, escribí: “si alguien puede ir a casa de mi mamá, para saber cómo están ella y mi hermano, por favor”.
Más de una hora sin saber de las tres personas más importantes de mi vida. A las 3, Alonso me escribió en el grupo que estaba con mi mamá y mi hermano y que estaban bien. Ese gesto nunca lo voy a olvidar. A Alonso hace más de 20 años que no lo veo y ni siquiera estábamos en el mismo salón. ¡Qué grande es la gente que me ayudó! ¡Gracias Dios por Alonso!¡Gracias porque mi familia está bien!
¿Y mi esposo? Hasta las 4 supe de él. Un mensaje conciso: “Estoy bien. Tuve que aterrizar en Toluca. Poca gasolina. ¿Estás bien? Te amo. Ten fuerza”. A las 4:30 pude hablar con él. Era el piloto de ese avión; las cosas allá arriba tampoco se vivieron bien. No sabía a qué hora llegaría a la Ciudad de México, me avisaba.
Era hora de comer y no teníamos nada para Ainhoa. Las tiendas cerradas. No había energía eléctrica. Cristina me dijo que en su casa había plátanos y otras cosas. Fuimos. Vive en el cuarto de servicio con su familia en el mismo edificio de mis suegros. Tomó la comida. Salimos de ahí, pero antes busqué una bolsa de dormir en la casa de mis suegros. Era para hacerle una cama a Ainhoa en la cajuela del carro. Comió, se tranquilizó y tomó una siesta.
A las 5 mi mamá al fin pudo comunicarse conmigo. Me dijo de Alonso. Me contó cómo estaban las cosas en Puebla.
Pasó el tiempo. Dieron las 7 y seguía afuera del edificio de mi cuñado. Era el punto de reunión con la familia. Supe de los edificios caídos, de las imágenes en Facebook. Y sonó mi celular. Era mi esposo. Pensaba tomar un Uber para llegar a la casa. Reí sarcásticamente y le dije que no había Uber, que iba por él. Lloré al primer contacto con su cuerpo. Él es mi paz y lo estaba esperando para sentirme segura.
La noche cayó y la ciudad era negra. Era como una galería del terror. Las calles completamente oscuras: los únicos lugares iluminados eran los edificios caídos. Un pasillo negro y de pronto una obra que te impacta y te estruja el corazón: una barda colapsada; los escombros de un edificio; la sirena de una ambulancia, lejana, que perfora tus oídos en medio del silencio. Continúas tu recorrido por esa galería y te topas con una más: así vi y viví esa noche a la Ciudad de México.
Regresamos a la casa. Entré con Gil. La lámpara del celular nos mostró cómo todo estaba tirado. Silencio. Todo el tiempo hubo silencio. La ciudad se cubrió de un silencio horrible y solo se oían ambulancias. Esa noche la pasamos en la casa de una prima y su esposo. Por casi una hora estuvimos los cuatro viendo Facebook sin pronunciar palabra.
Pasada la urgencia inmediata, una pregunta seguía presente en mi cabeza: ¿Por qué ese deseo urgente de salir de mi casa? ¿Por qué tenía que aventarme? Lo supe dos semanas después: estaba embarazada. Un día antes, el 18, habíamos concebido a mi hija.
Gina.
[quote_center]Memoria sísmica es un proyecto periodístico de Alonso Pérez Fragua para LADO B que se publica cada miércoles desde el 5 de septiembre de 2018. Busca materiales adicionales en Instagram y Twitter con el HT #MemoriaSísmica. Encuentra también la lista de canciones alusiva a esta crónica en Spotify en esta liga. [/quote_center]
EL PEPO