Lado B
Perdernos a nosotros mismos: conciencia histórica y educación ciudadana
En el México de hoy no podemos seguir dándonos el lujo de perder el tiempo o de alimentar la añoranza de los tiempos perdidos
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
05 de diciembre, 2017
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Tomada de elsoldemexico.com.mx

Martín López Calva

@M_Lopezcalva

IV

No te deseo nada para lo porvenir. Deseo que puedas hacerte un pasado feliz.

Jaime Sabines. Como pájaros perdidos

“A medianoche, a punto de terminar agosto, pienso con tristeza en las hojas que caen de los calendarios incesantemente. Me siento el árbol de los calendarios.
Cada día, hijo mío, que se va para siempre, me deja preguntándome: si es huérfano el que pierde un padre, si es viudo el que ha perdido la esposa, ¿cómo se llama el que pierde un hijo?, ¿cómo, el que pierde el tiempo? Y si yo mismo soy el tiempo, ¿cómo he de llamarme, si me pierdo a mí mismo?”

Jaime Sabines. A medianoche

Dicen que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Es muy conocida la sentencia que afirma que la historia es la gran maestra de la vida. Estas frases nos hablan de la importancia de sabernos hechos de tiempo, de caer en la cuenta de que el tiempo es el material fundamental del que está hecha nuestra existencia individual y colectiva y que es importante conocer el tiempo que hemos vivido para poder aspirar a construir una vida mejor en el tiempo que nos queda por vivir.

Sin embargo, vivimos en un país en el que parece que no pasa el tiempo, que nuestra sociedad se encuentra detenida en una especie de “pasado feliz” que se eterniza porque en lo más profundo de nuestro ser como nación, no queremos avanzar hacia el porvenir.

El inicio del proceso electoral que culminará con la elección del siguiente Presidente de la República y de un gran número de gobernadores y puestos en los congresos estatales y federal está siendo como una especie de deja vu que nos trae imágenes que se repiten y se vuelven a repetir por décadas a pesar de que se supone que México ha cambiado, que estamos en otra etapa del proceso de transición a la democracia.

La designación del candidato presidencial priísta por parte del presidente Peña que se hizo pública el lunes de la semana pasada volvió a poner en el escenario términos como el dedazo, el destape, la cargada, regresándonos de golpe al siglo pasado y cuestionando con un golpe brutal todos los argumentos de quienes como yo, hemos sostenido que el país, a pesar de todos los problemas y lastres del pasado, ha cambiado para bien en términos de democracia y vida política.

El presidente Peña Nieto justificó este retorno al pasado arguyendo que se trata de una liturgia propia de su partido, de un modo de ser, de una cultura de esta agrupación política que se debe respetar como parte de su tradición. El candidato o futuro candidato ha ido recorriendo espacios –primero en reuniones de los sectores y organizaciones del PRI y luego en los medios de comunicación- sometiéndose a esta liturgia y usando el discurso de simulación que caracteriza esta liturgia priísta y cuestionando la forma autoritaria en que los demás partidos elegirán a su candidato presidencial como si su propia elección hubiese sido realmente democrática y no producto de la voluntad unipersonal del líder supremo de su partido que es el titular del ejecutivo federal.

El hecho de que se mantenga esta liturgia del pasado y de que el tiempo no transcurra por el partido que ocupa ahora el poder y que ha marcado nuestra cultura política puede ser entendible. Lo que resulta incomprensible es ser testigos de una sociedad en la que se vuelve a vivir este proceso con una mezcla de morbo, interés y diversión y sin mayores reacciones y cuestionamientos por parte de la sociedad, incluyendo a los jóvenes que no vivieron estos tiempos en que el ritual implicaba no solamente elegir al candidato de un partido sino al que se sabía de antemano que sería el siguiente presidente del país.

Lo preocupante es la carencia de conciencia histórica en nuestra sociedad mexicana, que al mostrar esta ignorancia de la historia reciente puede estar condenándose a repetirla. Lo triste es que seamos tan malos alumnos de esta gran maestra de la vida y que no reflejemos haber aprendido las lecciones que la historia nos ha regalado.

En otro espacio he tocado el tema de la relevancia que tiene la formación de la conciencia histórica para la educación ciudadana. Si queremos realmente formar ciudadanos responsables que sean capaces de construir un nuevo pasado feliz para nuestra patria, necesitamos con urgencia asumir la responsabilidad para el desarrollo de la conciencia histórica de las nuevas generaciones.

Gran parte de lo que puede liberar a los seres humanos de prejuicios, ideologías mutilantes y repetición cíclica de errores es el desarrollo de una verdadera conciencia de la historia que implica el desarrollo de la conciencia de nuestra temporalidad y limitación y la adquisición de una perspectiva para juzgar los acontecimientos sociales.

El nuevo modelo educativo se define como humanista. Si se quiere realmente hacer operante el humanismo en la educación, las escuelas deberán introducir en sus planes de estudio elementos que hagan posible que sus alumnos adquieran esta conciencia histórica.

Lo anterior no implica solamente incluir y dar relevancia a la asignatura de Historia en los diferentes grados y niveles educativos sino de que todos los espacios curriculares y co-curriculares tengan siempre una perspectiva del contexto histórico que se vive y que todas las actividades escolares tengan entre sus finalidades el desarrollo de la conciencia acerca de nuestra herencia cultural, de las riquezas y limitaciones de nuestra historia nacional y de la co-responsabilidad ineludible que tenemos todos los ciudadanos en la construcción de un mejor futuro para el país.

Aprender a valorar la herencia cultural propia y a analizar críticamente las fortalezas y debilidades de los procesos históricos que ha vivido nuestra patria, más allá de las visiones maniqueístas de la historia oficial –o las historias oficiales producto de la pugna entre liberales y conservadores- con sus héroes y villanos abstractos y sin matices contribuirá a formar ciudadanos capaces de sustentar sus decisiones en una perspectiva sólida del contexto y a tratar de evitar que el tiempo se mantenga detenido en liturgias y rituales que ya no responden a las realidades actuales y las aspiraciones de futuro.

La conciencia histórica contribuye a la formación ciudadana porque enriquece también la perspectiva del educando propiciando que se asuma como agente activo para la transformación de su horizonte sociocultural.

Además de esta transversalidad de lo histórico en el currículo de la escuela y la universidad, las instituciones educativas deben asumir el papel histórico que les corresponde como parte del sistema social en tanto mediadora entre la herencia de las generaciones pasadas –con sus elementos positivos y sus cargas negativas- y el descubrimiento personificado por las nuevas generaciones que portan nuevas necesidades, ideas y aspiraciones.

Si los educadores y las instituciones educativas no asumen este papel histórico, el país corre el riesgo de vivir cobijado en este pasado que se niega a morir, de aferrarse a mantener vigentes las formas y rituales del pasado en un momento en el que deberían ya estar superadas, a seguir soñando con un futuro que no va a llegar mágicamente sin el concurso de nuestras acciones organizadas.

Porque en el México de hoy no podemos seguir dándonos el lujo de perder el tiempo o de alimentar la añoranza de los tiempos perdidos. Porque somos el tiempo de nuestro país aquí y ahora y no podemos perdernos a nosotros mismos. Porque el tiempo para acceder al futuro se agota y no podemos seguir condenados a repetir cíclicamente el pasado. Por todo esto, necesitamos construir una sólida conciencia histórica que sustente la formación de los ciudadanos que nuestras aspiraciones democráticas y nuestras necesidades de justicia reclaman con urgencia.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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