La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha puesto en jaque el aparato analítico de la política exterior mexicana. No es para menos. En realidad, el próximo mandatario estadounidense ha sacudido fuertemente el sistema internacional de Estados y se vislumbra un cambio importante en las relaciones mundiales.
De Moscú a Tel-Aviv, de Johannesburgo a Bangkok, de la Ciudad de México a Tokio. No hay espacio de poder global que no resienta, en menor o mayor medida, los cambios que se avecinan. Hay un nerviosismo en el aire que afecta fuertemente las percepciones de los tomadores de decisiones y de las sociedades de los países. Pero cada quien con su asunto, y México tiene muchas preocupaciones que atender, incluida, por supuesto, la “variable Trump”.
[quote_right]Una imagen apocalíptica puede ser muy perniciosa. Lo peor que puede pasar es que regresemos al “victimismo” de la política exterior de los 80, donde se engañe a la gente diciendo que nuestros males son causados por EU y Trump[/quote_right]
Si Trump es la variable independiente y México la variable dependiente, entonces, ¿cuáles son los efectos políticos predecibles y de qué intensidad será el daño? Hay dos posibles respuestas. La primera es el agnosticismo, cuyo argumento es que nadie puede predecir con precisión en este momento lo que va a ocurrir, dado que existe un conjunto de procedimientos y normas al interior de Estados Unidos que ninguna persona, incluido Donald Trump, puede obviar.
En esta visión, es necesario ejercer una paciencia metódica y establecer un registro que nos permita documentar los bien conocidos “primeros cien días” de su gobierno. Habrá que hacer un escrutinio de sus mensajes, abiertos y cifrados, los tuits y sus puestas en escena, los comunicados de la Casa Blanca y sus desplantes en charlas de banqueta.
Tendremos que ver la interacción con los públicos estadounidenses, las élites ilustradas, las celebridades y el parlamento digital del pueblo vía Facebook. Habrá que seguir la estela de mensajes con otras naciones y sus líderes: Rusia, China, Japón, Turquía, India, Israel, Irán y otros. De eso, habrá que obtener un análisis claro de lo que se dice y lo que se hace. Entonces podremos saber con certeza de qué va la cosa. La postura agnóstica ofrece una insulsa respuesta, cierto, pero precavida.
La segunda opción es claramente apocalíptica, y señala que Donald Trump es el origen de todos los males que están por venir. Esta imagen se construye a partir de las andanzas de Trump como precandidato del Partido Republicano (GOP), como posterior candidato y, ahora, como presidente electo de los Estados Unidos. La narrativa se articula de las piezas informativas que ejemplifican la manera tan aparentemente frívola y prosaica, pero muy eficaz, que ha utilizado Trump para ganar voluntades y consciencias en los EU.
Esta imagen parte de del miedo y la capacidad real que tiene ese país de afectar las vidas de muchas personas en el planeta. Incluso se alimenta de la percepción de un Trump caprichoso, iracundo y bipolar, con un entendimiento muy básico de los equilibrios mundiales, pero con acceso a códigos nucleares irrestrictos, potencialmente muy destructivos.
La tentación, por supuesto, es hacer que la “variable Trump” sea el pretexto para justificar las pésimas acciones de los gobiernos y que, además, también se convierta en el mecanismo para legitimar excesos en la toma de decisiones públicas.
Para México, ambas posturas aparecen en el horizonte, con sus matices y variantes. Sugiero dos. Desde un ángulo agnóstico, sería deseable tener un equipo profesional en comunicación y diplomacia pública que le siga el pulso a Donald Trump, segundo a segundo, realizando análisis claros de los significados políticos de sus dichos y sus hechos. También, sería deseable tener un grupo de expertos en “manejo de crisis” para tener estrategias bien planteadas de “qué decir y hacer” al momento, frente a un escenario difícil e impredecible de la política exterior estadounidense los próximos cien días.
Durante y después de la etapa “agnóstica”, el trazo de una estrategia de política exterior manejable para los próximos años es posible y deseable, atendiendo la doctrina mexicana de relaciones con el mundo, pero sin perder de vista la necesidad de cierto realismo en la definición de la diplomacia posible en este momento.
La imagen apocalíptica puede ser muy perniciosa para México. Lo peor que puede pasar es que regresemos al “victimismo” de la política exterior de los ochentas, donde se engañe a la gente diciendo que nuestros males son consecuencia de EU y de Trump.
Después, en el escenario apocalíptico del miedo, puede suceder que el nuevo canciller logre algunos éxitos menores en la relación México-EU, como concesión personal de Trump a Luis Videgaray, y que eso se transforme en el ámbito de lo local como un “triunfo histórico de negociación”.
La consecuencia política sería presentar al canciller como al “salvador de México” y proyectarlo así a una candidatura presidencial. En otras palabras, estaríamos hablando de hacer uso de la “variable Trump”, para catapultar a un “candidato posible” del actual grupo en el poder a la sucesión presidencial en México. En el inter, el país en llamas, hundido en la confusión y con una división social insostenible en el futuro cercano. De ese tamaño es el dilema actual del país.
[quote_box_left]César Villanueva Rivas es Profesor Investigador del Departamento de Estudios Internacionales de la IBERO[/quote_box_left]