Escondida en el caribe tenemos una pequeña isla llamada Cuba. Una isla que el año pasado con problemas y contagios sobrellevó de un modo sumamente audaz la pandemia. Cuba fue audaz con la pandemia porque en medio del bloqueo impuesto por Estados Unidos y al cual se han opuesto todos los países en la ONU, excepto Estados Unidos e Israel (que no sobra decir, son Estados que han cometido genocidios y han promovido dictaduras en todo el mundo), logró realizar vacunas con alta efectividad, al mismo nivel que las grandes farmacéuticas privadas, pero únicamente con recursos públicos.
El bloqueo económico contra Cuba no solo es grave, es inhumano, es un crimen contra la humanidad. Es el cruel castigo de Estados Unidos a un país que se le escapó de las manos y que le ha resistido durante más de 60 años. Si la Cuba de la revolución desaparece a manos de Estados Unidos habrá sido el fin de una era cuando de por si estamos en momentos en los que el fin se siente cerca. Hoy esa misma isla, esa Cuba Socialista es el centro de un enredado conflicto que combina la geopolítica y la vida cotidiana.
Tras una manifestación aparentemente espontánea en Cuba la atención mediática se lanzó a explicar y, sobre todo, a juzgar la historia cubana, a señalar todas sus contradicciones, todas. La masiva y sangrienta represión del gobierno de Iván Duque en Colombia, el violento apartheid que el ahora gobierno de Naftali Bennett le impone a los palestinos en Israel, el incesante encarcelamiento de Julian Assange promovido por el gobierno de Joe Biden, todo eso se volvió secundario.
De repente los señalamientos y llamados suenan a que el resto del mundo vive en paz, tranquilidad, que en todos lados se controló la pandemia y no estamos en uno de sus momentos más difíciles en varios países, que en todos lados los de arriba “son buenos”, que todos podemos decir: ¡Cuba ya no debe seguir así! De repente una doble moral hace que el absurdo se haga burdamente visible. Lo preocupante es que en el mundo al revés hay quiénes aún creen que vivir como los estadounidenses es vivir dignamente, que la comodidad a costa del sufrimiento ajeno es libertad. Hay quienes por razones extrañas creen que Miami es la utopía cubana, que una Cuba “gringuificada” es la esperanza, tal vez porque no se han dado una vuelta por la colonia caribeña de Estados Unidos, otra isla, llamada Puerto Rico, una isla sometida, en ruinas. Hay quienes se quedaron en la falsa dicotomía de la Guerra Fría, capitalismo o comunismo.
Además del bloqueo que ha sufrido Cuba desde 1960, la crisis que se recrudeció en Cuba desde que Trump impidió que viajaran cruceros de Estados Unidos a la isla y la crisis que de por sí representó la pandemia porque el turismo en todas partes del mundo dejó de funcionar, son otras causas del hambre que vive Cuba. Las medidas que el gobierno cubano tomó en torno a la dolarización y las remesas claramente abonaron a la crisis.
Es importante resaltar aquí la centralidad que tiene la llegada de Biden al poder, cuyo papel es “devolver” la comodidad y la “tranquilidad” a la mayoría de los ciudadanos de su país y volver a colocarse, como el mismo Biden dijo, “en la cabecera de la mesa del mundo”. Biden va a cobrar las facturas que Trump olvidó mientras estaba concentrado en volverse influencer de los racistas y fascistas del mundo. La aparente suavidad de Biden hacia sus ciudadanos contrasta con la dureza de su juego geopolítico, como ocurre en su trato hacia Cuba.
El gobierno de Estados Unidos y sus medios afiliados han hecho todo por aprovechar los brotes de descontento en Cuba, y tratan de usarlos como lo han hecho para favorecer golpes de Estado en todo el mundo. En un excelente texto del portal La Tizza de Cuba definen las protestas con mucha claridad: “Hubo espontaneidad, pero también hubo una operación política y de inteligencia, ejecutada por actores que sí comprenden perfectamente la agenda en juego”.
Que la libertad de expresión está coaccionada en Cuba, cierto. ¿Mucho más que en los países “libres” del resto de latinoamérica o del mundo? Que el Estado cubano reprime manifestaciones, cierto ¿Más que en Colombia, Estados Unidos o Israel, con esa brutalidad? También es cierto que en Cuba la educación, la salud y la vivienda son derechos exigibles ¿Lo son en el resto de Latinoamérica, en Europa, en Estados Unidos? Para quien recorre Cuba más allá de Varadero y los restaurantes de la Habana vieja, lo que se siente es una sociedad sana, con contradicciones y problemas graves, pero sana, sin tiroteos o matanzas en escuelas, con una forma digna de vivir en medio de la precariedad y sin los contrastes abismales que se ven en el resto del continente, incluida Norteamérica.
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A la par, Cuba está a unos cuantos kilómetros de Estados Unidos que, además, tiene una base militar instalada en su territorio y que desde 1959 les hace la guerra de una forma u otra. Es por eso que el tema de los derechos humanos en Cuba se vuelve complejo, no se le puede mirar con la misma medida que países como Colombia o Israel que tienen todo el apoyo militar, económico y diplomático de Estados Unidos. Caer en simplismos abre el riesgo a que no sólo no se ganen los derechos que en Cuba no se pueden ejercer a plenitud, sino que además se les violen todos los que sí ejercen y que son cada vez menos comunes en el resto del mundo.
Llama la atención que antes del 11 de julio desde las cuentas de famosos artistas que habitan en Miami se llamara a la creación de un “corredor humanitario”. El humanitarismo remite a la bandera blanca en las guerras, a la neutralidad, a una forma de acción que aparenta una asepsia ideológica basada solamente en los principios de humanidad, neutralidad, imparcialidad e independencia. Sabemos que la realidad es muy distitnta, las nuevas lógicas estratégicas de la llamada guerra híbrida plantean la utilización y manipulación de ONGs y grupos de acción humanitaria y ciudadana existentes (muchos de ellos auténticos) como herramientas bélicas, para ganar la batalla por la legitimidad moral que es definitoria para cualquier guerra. Es usar la narrativa de lo “humanitario” como justificación para atacar, invadir, conquistar; no es gratuito que guerras que han derivado en crímenes de lesa humanidad, genocidios, muchas veces lo hayan usado de apellido y hayan creado la aberración que es la “guerra humanitaria”.
En Cuba hay una crisis humanitaria, el propio gobierno cubano ha reconocido que existe una crisis y que se requiere de ayuda, la cuestión es quién y cómo se debe de dar esa ayuda en un contexto de hostilidad permanente del gobierno estadounidense, que es explícito en su intención de usar cualquier medio para acabar con el proyecto de la Revolución cubana y tomar control directo o indirecto de la isla. Claramente hay hambre, carencias que se han profundizado y que no se resolverán únicamente con la solidaridad internacional pero que por ahora pueden hacer menos dura la crisis. La disyuntiva entre solidaridad internacional e injerencia es brutal. Significa cosas diametralmente opuestas. Es importante resaltar lo que señala La Tizza en su artículo, que lo que ocurrió el 11 de julio en Cuba no era un enfrentamiento entre el pueblo y el Estado sino entre dos partes del pueblo, entre dos proyectos. Entre quienes están cansados de resistir y ya no creen en el proyecto socialista y quienes aun están dispuestos a defenderlo.
Algo que exhibió la pandemia por COVID-19 es que los países en los que se desmantelaron sistemas de salud públicos y centros de investigación científica y médica demostraron que la pandemia le quedaba muy grande a sus sistemas de salud. El llamado primer mundo demostró su fragilidad, vimos a Estados Unidos colapsar, vimos un sistema de salud privado malo, caro y soberbio. Todos los países llamados del primer mundo el año pasado dejaban cuenta de aquello que desde arriba se fue destruyendo paulatinamente: el derecho a la salud. Cuba y sus brigadas médicas que se esparcieron por el mundo, así como sus avances en torno a las vacunas con los pocos recursos que cuenta la isla, dan cuenta de otra lógica en torno a lo que es prioritario entre tratar de acabar con la pandemia o mercantilizarla. Por eso criticar el manejo de la pandemia en Cuba no es más que un pretexto poco sutil y, por demás, hipócrita.
La necesidad de que las y los cubanos logren vivir dignamente pasa por un necesario y urgente proceso local de restructuración desde ellos y ellas, en el que la relación mando-obediencia no siga siendo tan dura y vertical, sin dejar de lado la dignidad que caracteriza a ese pueblo y que tanto irrita a los halcones gringos (perdón, estadounidenses). Las enseñanzas de otros modos de organización de la vida, de la política y de las relaciones están ahí, tenemos en vivo y latiendo muchas experiencias en Cuba y en el mundo. Por otra parte, si nos preocupa la crisis humanitaria en Cuba tenemos todos y todas que empezar por el rechazo al bloqueo a Cuba que Estados Unidos le impone al mundo.
Dato interesante sobre los derechos humanos en Cuba: efectivamente, existe un brutal centro de detención en el que personas son llevadas sin juicio alguno por razones políticas, son humilladas, son torturadas; un lugar en donde los derechos humanos no sólo son inexistentes sino que es un lugar dedicado a violentarlos cotidianamente, es un lugar llamado Guantánamo. Así es, si de proporción se trata, el mayor violador de derechos humanos en territorio cubano es el gobierno de Joe Biden, el de los célebres “líderes” de la libertad, la democracia y los derechos humanos en el mundo, el de los Estados Unidos de América.
*Foto de portada: Wikimedia Commons