Lado B
¿Somos los que recordamos?
Aún cuando nuestro ADN es tan similar, algunas mínimas diferencias en éste son responsables de que nuestra apariencia sea tan distinta
Por Lado B @ladobemx
06 de septiembre, 2015
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Historias Cienciacionales

@Cienciacionales

¿Qué nos distingue como individuos entre más de 7 billones de personas? Aun cuando nuestro ADN es tan similar, algunas mínimas diferencias en éste son responsables de que nuestra apariencia sea tan distinta que ni siquiera los gemelos son exactamente iguales. Sin embargo, lo que más diferencia a un individuo de otro son sin duda sus rasgos de carácter: su personalidad, su visión, forma de actuar, cultura, idiosincrasia. La historia de vida de cada persona forja su carácter y finalmente su identidad. Debido a esto, cada experiencia que vivimos se queda registrada en nuestra memoria y ésta va moldeando poco a poco quiénes somos.

En nuestro cerebro residen tanto nuestros mejores momentos como los peores; también las lecciones de vida aprendidas y los eventos clave en nuestra madurez. Por ello, se considera que nuestra personalidad e individualidad está dictaminada por nuestra memoria autobiográfica. Es muy difícil que nos olvidemos de eventos que marcaron nuestras vidas, como una graduación, nuestro primer día de universidad, un viaje, nuestro primer beso, cuando nacieron nuestros hijos. Entonces, sería naturalmente intuitivo pensar que estas memorias son muy estables, ya que serían la base de nuestra identidad. Sin embargo, parece ser que no es el caso. Elizabeth Loftus, investigadora de la Universidad de California Irvine, en Estados Unidos, ha estado especialmente interesada en la creación de memorias falsas durante varios años. Ella, más que nadie, está convencida que la memoria no es perfecta y que frecuentemente está llena de errores. En 1995, Loftus publicó un estudio fundamental en el que exitosamente logró implantar una memoria falsa. Conocido como el “estudio del centro comercial”, la investigación consistió en que Loftus y sus colegas les pidieron a 24 voluntarios que contaran detalles de cuatro eventos que ocurrieron en su infancia. Tres de estos eventos de verdad pasaron, mientras que uno de los eventos era ficticio: alrededor de los cinco años, el individuo se había perdido en un centro comercial por un largo tiempo, había llorado y después había sido ayudado por una mujer de edad avanzada para finalmente reunirse con su familia. En una primera entrevista, todos los sujetos dijeron no recordar ese evento.

Pero en una segunda y tercera entrevista posteriores, 6 individuos dijeron recordar el evento, incluso detallando su “experiencia”. A lo largo de los años, Loftus y sus colegas han demostrado que las memorias autobiográficas son bastante maleables y susceptibles a nueva información, la cual no siempre es correcta. Incluso ha logrado implantar memorias bastante traumáticas; las cuales uno pensarían que de ser tan impactantes, sería fácil recordar confiablemente si ocurrieron o no. Es por esto que Loftus ha intervenido activamente en varios casos legales, explicando que las memorias no siempre son correctas y advirtiendo que los testimonios no siempre son certeros. “Afuera en el mundo real, la información errónea está en todos lados. La recibimos cuando hablamos con otros testigos, cuando nos exponemos a los medios e incluso cuando somos interrogados en una manera sugestiva”, explicó Loftus durante la Conferencia Anual de la American Association for the Advancement of Science (AAAS) en febrero del 2015. Entonces, nuestra memoria no es del todo certera. Siempre puede haber variaciones y errores, grandes y pequeños, pero existentes. Además, es sorprendente darnos cuenta que incluso podemos llegar a “recordar” eventos que nunca sucedieron. ¿Por qué no podemos confiar ciegamente en nuestra memoria? Tal vez la respuesta yace en los diferentes procesos celulares que ocurren durante las distintas etapas de la memoria.

Desde hace tiempo, se ha identificado que la adquisición de nueva información y su consolidación –lo que ocurre durante el aprendizaje– genera cambios estructurales y fisiológicos en las neuronas. A este proceso se le conoce como plasticidad. Así, se ha demostrado que las memorias se almacenan en redes neuronales que fortalecen sus conexiones, un concepto que se conoce como trazo de memoria o engrama. Cada vez que una memoria es evocada, se activa el engrama y se experimenta la memoria, ya sea consciente o inconscientemente. No obstante, diversos estudios indican que al ser activado el engrama, éste puede ser modificado con nueva información, un proceso que se le conoce como reconsolidación o actualización de la memoria. Durante este proceso, una memoria previamente estable puede llegar a ser tan vulnerable que incluso es posible eliminarla. Además, existe la posibilidad de que se presente una “competencia” entre memorias, en la que reactivar una memoria específica puede ocasionar que otra memoria se olvide. Todo es cuestión de adaptabilidad. Por otra parte, el engrama no es del todo estático y puede llegar a reclutar neuronas de otras áreas cerebrales con el tiempo. Así, el almacenamiento de una memoria siempre es cambiante y adaptativo. Con esta idea en mente, debemos de reconocer que la memoria no funciona como una videocámara, que graba fielmente todos los eventos que nos suceden. Es un proceso más complicado. Recordar hasta el más ínfimo detalle no representa un beneficio para nuestra supervivencia. “La fidelidad no es la principal propósito de la memoria. Eso no es realmente lo que le importa” afirmó Felipe de Brigard, un neurocientífico y filósofo de la Universidad Duke, también durante la Conferencia Anual de la AAAS del mismo año. La memoria es una herramienta que nos permite ajustar nuestro comportamiento a las situaciones actuales.

Es por esto que el cerebro tiene filtros, como la atención, para recordar los eventos e información que sea realmente importante. Así, muchos detalles en la memoria no son exactamente iguales a cómo sucedieron: nuestro cerebro “rellena” esos detalles con lo que probabilísticamente es más posible que haya sucedido, todo con el propósito que esa memoria tenga sentido. De Brigard considera en su artículo “Is memory for remembering? Recollection as a form of episodic hypothetical thinking [¿La memoria es para recordar? La evocación como una forma de pensamiento hipotético episódico]“ que “el recordar es una operación particular de un sistema cognitivo que permite la recombinación flexible de diferentes componentes de trazos codificados en representaciones de eventos pasados posibles que pudieron –o no– haber ocurrido, para construir simulaciones mentales de posibles eventos futuros”.

En otras palabras, las consideraciones de lo que realmente pasó, lo que pudo haber pasado y lo que podría pasar, están estrechamente relacionadas en el cerebro porque estas simulaciones mentales nos permiten adaptarnos a un futuro probable pero incierto. Así, este sistema nos permite predecir las posibles consecuencias de eventos futuros, según De Brigard. Este tipo de adaptabilidad es un concepto relativamente nuevo para el campo del aprendizaje y la memoria, aunque no para las neurociencias. De hecho, una cualidad parecida se ha discutido anteriormente en el campo de la visión, en el que se estudia cómo un estímulo físico –la luz– se representa en el cerebro. Al estudiar varios fenómenos, los neurocientíficos se han preguntado un sinfín de cuestiones, por ejemplo: ¿cómo es que el cerebro puede recrear una representación de una imagen en tres dimensiones, cuando ésta en realidad llega a la retina en dos dimensiones? ¿Cómo es que el cerebro percibe una imagen al derecho, cuando ésta llega a la retina al revés? ¿Cómo es que puede percibir un mismo color como dos diferentes, dependiendo de la dirección de la iluminación? La respuesta: experiencia.

La visión sin duda es un proceso que se afina con la experiencia de un individuo. Durante muchos años, nuestro cerebro ha evolucionado para ser capaz de realizar varios ajustes perceptuales y así poder adaptarnos a nuestro entorno exitosamente. Debido a esto, nuestra percepción visual no es una representación fidedigna del mundo real; no es una representación absoluta, sino relativa, una representación que nos hace sentido y con el único propósito de garantizar nuestra adaptabilidad en un mundo cambiante, justo como lo hacen las memorias. Las intricadas cuestiones del cerebro humano han llevado a los neurocientíficos en los últimos años a debatir y cuestionar paradigmas del campo de la filosofía. Un ejemplo claro es el debate que se tiene sobre el libre albedrío y el determinismo causal. De manera similar, es importante considerar que nuestras memorias no son confiables y siempre son cambiantes hasta cierto punto. Debido a que nuestra personalidad e identidad se basa en nuestras memorias, éstas influyen de manera importante en nuestras decisiones y acciones. ¿Es posible, entonces, visualizar al entendimiento de las memorias y a su vez, otros procesos cerebrales dentro de un marco indeterminista, en donde nuestras intenciones no están determinadas concretamente? Esto probablemente no se puede definir por ahora; sin embargo, a medida que sigan avanzando los diferentes campos de las neurociencias cognitivas, los resultados enriquecerán debates filosóficos y desafiarán conceptos tradicionales del campo hasta tal punto que, tal vez, será necesario redefinirlos.

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