Lado B
UTOPÍA 43
Nayeli García Sánchez
Por Lado B @ladobemx
21 de noviembre, 2014
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Nayeli García Sánchez 

 

Un pasado que únicamente merece ser estudiado para enriquecer nuestra memoria histórica

Andrés Roig

Unos y otros tenían América en la imaginación y por fuerza este mundo, aparecido de pronto en los primeros pasos de un pueblo que se despertaba libre

Ezequiel Martínez Estrada

 

México, tal como lo habitamos, comenzó a pensarse nación independiente y autónoma en el siglo XIX. Los movimientos de emancipación surgieron por años similares a lo largo de toda América Latina; si se los estudia en conjunto, puede escucharse una canción de distintos ritmos y compases, con obertura en la independencia de Venezuela (1810) y cierre en la cubana (1898). En la literatura de esos años fueron formándose las identidades colectivas de las nuevas organizaciones políticas, sociales y culturales. Al viejo Antonio le gustaba idear mundos con la palabra. De repente aparecía por ahí, sin que uno se diera cuenta, y te platicaba un sueño.

La libertad propicia la creación de un mundo donde todos puedan elegir a voluntad su cuerpo y su voz. Los habitantes de estas tierras imaginaron por vez primera que pertenecían a un solo organismo vivo, aún si los separaba el desierto, la selva o las montañas. A este sueño, a la certeza de existir, se le llamó nación. Cuando las colonias se hicieron repúblicas, una nueva era para los americanos comenzó, y con ella uno de los trabajos más grandes del hombre moderno: la invención de una identidad libre e independiente.

En una madrugada de noviembre, allá por los setenta, llegó a una casa donde sonaba cierta música. Tomó del tabaco en la mesa y comenzó a contarle al joven habitante cómo un día “la tierra que trabaja le pertenece y su sudor es pagado con justicia y verdad”, un día en que se termina la noche y “hay luz en la mesa y alimento para la palabra”. Poco a poco se fue gestando un proceso mental de emancipación; la identidad apunta hacia el futuro, es un querer ser  más que un ser de hecho. El arte tuvo todo que ver en estos procesos, la creación poseía un sentido vital que abarcaba los ámbitos de lo público y lo privado. Era necesario crear estructuras que permitieran la organización de las ciudades; pensemos, por ejemplo, en leyes, normas y estatutos. Los pilares y andamios de la política descansan en las letras.

El muchacho se levantó a calentar café por el frío. Luego sacó papel y lápiz para apuntar lo que alcanzara. Le bajó un poco más a la grabadorcita porque se oía lejos la voz del viejo Antonio. “Allá cada uno y cada cual es lo que es y no hay enfrentamiento, ni choque, no hay quien manda y quien obedece”. Desde luego, estos procesos discursivos implican un ser que habla y uno que escucha, pero anclar el discurso a las posibilidades de lo real no fue tarea fácil, tampoco lo fue atender a las necesidades de la mayoría. Aunque el poder cambió de manos, siguió ejerciéndose por grupos favorecidos, si antes eran el clero y la aristocracia, ahora fueron el político y el militar quienes tomaron la estafeta de controlar el orden y el caos. La permanencia de diversos hábitos coloniales nos persigue hasta hoy.

Los hombres de letras, los que sabían leer y escribir, desempeñaron un papel importante en el teatro de las nuevas naciones. A lo mejor en estas líneas hay una falta de concordancia. Venía hablando en pasado por los sueños y de repente se me colaron los presentes. Venía hablando de sueños y luego se me olvidó. Dicen que en el imperfecto se queda lo que tienen de irreales, de fantasía. Dicen que debemos callarlos para que se vuelvan realidad. Ellos tuvieron la labor de hablar por todos y para todos. La escritura y la oratoria se encargaron de nombrar las necesidades sociales y políticas que dejaron trescientos años de colonia. La libertad de imprenta y la apropiación de lugares públicos permitieron la configuración de nuestros nacionalismos. La circulación, a bajo costo de los papeles periódicos impulsó el entendimiento de una comunidad invisible. Las naciones surgen cuando los habitantes se identifican dentro de un todo inabarcable. Quizá ya es un buen momento para hablar en presente. Como si ya están aquí. Porque el viejo Antonio hoy tiene 86 pies.

La idea de existencia simultánea entre integrantes de una nación consiste en imaginarse parte de un mismo grupo, en el que unos saben de la existencia de los otros y de su pertenencia al mismo colectivo sin, siquiera, haberlos visto jamás. Va caminando abajo de la tierra, por ahí el techo está en fuego (el centro del mundo siempre arde) y donde van sus pies está cada vez menos firme. Pronto la superficie va a romperse. Seguido llegan ritmos de pisadas, alguien camina.

Es en la dimensión de lo imaginario donde la literatura toma parte del juego en la creación de las repúblicas. Su función se justifica si se considera que las estructuras sociales y políticas están atravesadas por la cultura y se relacionan íntimamente. En otro ensayo hemos dicho ya que la utopía es una forma de pensamiento que habla de mundos posibles construidos a partir del actual. El ejercicio tiene dos momentos: la denuncia del estado de las cosas y el anuncio de lo posible y, por lo tanto, es fundamental su estudio para entender las revoluciones y metamorfosis del hombre. No alguien. Muchos. Como si andaran sobre el mismo piso pero al otro lado. Donde está el suelo está el techo, y pues donde está el techo… ya se sabe. En una de ésas lo que el viejo Antonio escucha es nuestro caminar. La utopía enuncia los futuros alternativos que le permiten a Nuestra América pensarse a sí misma diferente.

Las publicaciones periódicas, que circularon por las manos de los hombres del diecinueve, transmitieron las nuevas ideas gracias a las experimentaciones textuales y genéricas permitidas por los soportes materiales. La construcción simbólica de la identidad social puede rastrearse en los textos impresos de la época. Recuerda que ya regresamos. Que nunca nos fuimos. En una de esas el viejo Antonio está allá arriba y nos damos cuenta de que el mundo ha estado de cabeza durante mucho tiempo. A lo mejor ya es hora de enderezarlo.

A la manera de arquitectos o antiguos dibujantes de mapas, los autores crearon una geografía imaginaria y llamaron a los hombres a tener fe en los mundos posibles. He allí otra de las funciones utópicas: catalizador de nuevas realidades. Habría que repensar la historia de la filosofía en Latinoamérica desde los lindes entre la literatura y la política que descansan en los textos posteriores a las independencias. La utopía modifica el entorno en el que incide y desemboca en la voluntad. De esta manera, el pensamiento utópico ha sido base de la Revolución y la resistencia.

 

 

Nayeli García Sánchez (Ciudad de México, 1989). Es licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Trabajó como consultora lingüística en la Academia Mexicana de la Lengua. Colaboró como becaria de investigación en la Enciclopedia de la Literatura en México en la Fundación para las Letras Mexicanas. Actualmente estudia un doctorado en Literatura Hispánica en el Colegio de México.

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