Es previsible la monotonía ante un fenómeno mediático como la llamada “novela del narco”. Desde hace años hemos visto cómo el tema se repite una y otra vez cambiando apenas a los protagonistas: sicarios, víctimas, autoridades corruptas. El lenguaje también es previsible: un mosaico en el que conviven lo coloquial, la crónica y las posturas maniqueas. Yuri Herrera (1970) en su novela Los trabajos del reino abre una brecha interesante en la temática del narco utilizando un artificio que ha pasado desapercibido entre sus pares: la alegoría.
En Los trabajos del reino se narra la historia de un cantautor de corridos que, un buen día y por azar, es merecedor de los favores de “El rey”, un capo sin nombre, ni más señas visibles que su poderío. Al paso de las páginas el protagonista se integrará a la corte de “El rey”, será testigo de algunas conjuras y, finalmente, verá caer en desgracia a su patrón otrora intocable. Con algunos añadidos y detalles ésta es la línea argumental que sigue Yuri Herrera y para muchos se antojará bastante limitada e, incluso, predecible. Sin embargo el lector advierte que, como los ejercicios narrativos de Jesús Gardea –un autor injustamente olvidado que recreó, a su modo, la vida en el norte del país– la anécdota mínima es sólo el detonante para echar a andar un lenguaje evocador que mezcla lo lírico con lo coloquial; el ritmo con la imagen. En ese aspecto Herrera es más deudor de Gardea que de otros autores identificados con la narrativa de la violencia como Élmer Mendoza. El otro pilar en el que se funda el escenario de Los trabajos del reino es, como comenté en líneas anteriores, llevar la historia a un cúmulo de arquetipos que trascienden nombres y apellidos. Yuri Herrera conduce al lector no al encuentro con el detalle morboso, con la identificación somera de tal o cual gatillero o la ubicación precisa en un pueblo, sino a un territorio en el que la fábula es el mejor reflejo de la realidad cuando los contrapesos se diluyen. Es en este punto en el que la novela gana profundidad sin necesitar de la denuncia fácil o la reconstrucción amarillista de la violencia que es superada constantemente en las noticias diarias.
Quizá lo condensado y breve de la novela hace que, en la segunda mitad, algunos hechos sean resueltos de forma apresurada y, sobre todo, un par de personajes que podrían tener un mayor desarrollo queden como meras apariciones incidentales. Sin embargo, el lenguaje que utiliza el autor hace que la novela se mantenga en su recorrido. El fraseo breve y la búsqueda constante de la imagen logran más que una explicación prolija. Después de leer Trabajos del reino queda muy claro que la narrativa de Yuri Herrera está más interesada en ahondar en las posibilidades del lenguaje que en explotar un tema de moda.
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EL PEPO