Lado B
Frode Nilsen: un “zorro astuto” en el régimen de Pinochet
 
Por Lado B @ladobemx
27 de agosto, 2013
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Imagen: http://notesontheamericas.files.wordpress.com

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Amnistía Internacional

“Usted me ayudó a escapar de Chile”, dice Víctor Hormazábal, de 67 años, estrechando con suavidad la mano de Frode Nilsen.

El ex diplomático, de casi 90 años, lucha por contener las lágrimas al darse cuenta de que Víctor es uno de los cientos de personas a las que ayudó a escapar de los torturadores y verdugos del general Augusto Pinochet tras el golpe de 1973.

Conocido por su vivo interés en cada persona a la que ayudó, Frode está visiblemente trastornado por el hecho de no recordar el caso concreto de Víctor. Pero Víctor sí recuerda. Recuerda cada detalle del papel fundamental que Frode desempeñó para salvar su vida.

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Valdivia, Chile, noviembre de 1973: “¿Qué sabes de las armas?”, pregunta una voz enfurecida. Tras la venda que le cubre los ojos, Víctor reconoce a su torturador. Es el teniente que lo interrogó por primera vez cuando lo detuvieron hace semanas. Vacía en la mesa las seis balas de su revólver, vuelve a meter una en el arma y apunta el cañón a la cabeza de Víctor.

“¿Dónde están las armas?”, vuelve a preguntar. “No lo sé”, dice Víctor. Este farmacéutico de 27 años, miembro del Partido Socialista y director de la sección local del sindicato de trabajadores de hospital, no sabe nada acerca de los presuntos planes para secuestrar a familiares de personal militar y utilizarlos como medio de presión para acceder a armas y llevar a cabo un contragolpe.

El revólver hace clic. No hay bala. “¿¡Dónde están las armas!?”, grita el torturador. “No lo sé”, repite Víctor. Clic. No hay bala. El revólver hace clic cuatro veces. Entonces, de pronto, el torturador se detiene.

 “Al principio tienes miedo. Luego sólo piensas en sobrevivir. Llegas a un punto en el que el cuerpo no aguanta más”, dice Víctor. Aún tiene unas ligeras señales en la frente, donde sus torturadores pusieron los electrodos.

Oslo, septiembre de 1973: “Los chilenos celebran el golpe como los noruegos celebraron el 8 de mayo de 1945 [día en que terminó la ocupación nazi de Noruega]”, dice el entonces embajador de Noruega en Chile, August Fleischer. Le alivia que vuelva a haber gasóleo para calefacción en la capital, Santiago.

El primer ministro noruego, Trygve Bratteli, está furioso. Mientras otras embajadas han abierto sus puertas a los refugiados, Fleischer se niega a hacerlo. Es una situación muy embarazosa para el gobierno laborista.

El veterano diplomático Frode Nilsen es destinado a Chile como enviado especial para cuestiones de asilo, con instrucciones de ayudar a las víctimas de persecución política. Ha pasado tres años en la España del general Francisco Franco, por lo que habla español y ha ayudado a disidentes con anterioridad.

 “Me dieron amplia libertad”, recuerda Frode, sugiriendo que desobedeció la mayoría de los códigos diplomáticos para llevar a cabo su tarea. “Tenía de mi parte a nuestro ministro de Asuntos Exteriores, pero debía tener cuidado de no arriesgarme a que me expulsaran. Si tenía que abandonar el país, no podría ayudar a nadie. Así que me aseguré de trabar conocimiento con las personas adecuadas, las que tomaban las decisiones”, explica.

Incluso cenó con el general Augusto Pinochet y su esposa, Lucía Hiriart. Durante la cena tuvo el valor de pedirle directamente a Pinochet que le ayudara con un caso. “Más tarde, durante un acto diplomático, Pinochet me llamó por señas y dijo a quienes estaban con él: ‘Caballeros, éste es el hombre que quiere salvar el mundo’.”

 “Cuando mi padre habla con alguien, sientes que está ahí, dedicándote toda su atención. Te sientes importante. Por eso la gente le escuchaba, así consiguió influir en personas poderosas”, dice su hija, Randi Elisabeth Nilsen.

 “Todas las personas son valiosas. Esto nunca se debe olvidar”, dice Frode. “Yo era un zorro astuto”, ríe.

Entre noviembre de 1973 y septiembre de 1974 consiguió sacar del país, rumbo a Noruega, a un centenar de refugiados. Examinaba a fondo cada caso que le llegaba a través de una red de contactos. “Elegía a quienes más necesitaban nuestra ayuda”, explica Frode.

Continúe leyendo el relato publicado por Amnistía Internacional en el siguiente link.

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Autor Lado B
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