Lado B
Malala, Amina, tú y yo: historias de esperanza
Presumimos siglos de evolución e inconmensurables avances tecnológicos. Podemos fotografiar el espacio, viajar por el mundo en un clic, descender por el océano. Pero ¿qué orgullos cosechamos en nuestro humano desarrollo como humanidad?
Por Lado B @ladobemx
21 de marzo, 2013
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“Hoy eres aún sueño, proyecto y célula, pero pronto serás persona. Si eres mujer, tu misión sea empoderarte y asumirte tuya. Si eres hombre, tu cometido será sensibilizarte, renunciar, asumirte integral. Pero si eres cualquier otra cosa: estela de luz, flor o roca, que tu sentido dé presencia y tu voz dé voz a quien sea estrella como tú”

Liz Ruiz

Presumimos siglos de evolución e inconmensurables avances tecnológicos. Podemos fotografiar el espacio, viajar por el mundo en un clic, descender por el océano. Pero ¿qué orgullos cosechamos en nuestro humano desarrollo como humanidad? ¿Qué decimos de nuestra especie si revisamos nuestra vida en convivencia, nuestra historia entre pueblos, nuestra fraternidad? ¿Qué explicamos a las crías cuando nos preguntan por qué el mundo funciona de esta manera? “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, se lamentó Albert Einstein hace ya más de cincuenta años, consciente en su genialidad de que el mayor reto que enfrentamos como especie no es el progreso técnico. Y entre un mundo de violencia y desigualdad, hoy tengo tres historias de lucha y esperanza de mujeres por su propia libertad y la de todas las demás, por la justicia y la paz. Porque incluso en el lugar más agreste crecen las plantas y flores.

Malala Yousafzai es una joven paquistaní de quince años de edad. Recientemente se hizo famosa por un hecho tan heroico como lamentable: ella defiende el derecho de las mujeres a la educación pública que les ha tratado de ser arrebatado bajo el régimen talibán desde 2009. En vista de que ella no se rinde, el año pasado fue víctima de un atentado militar y recibió disparos en el cuello y el cráneo. Sorprendente y milagrosamente sobrevivió al ataque y en enero de este año fue dada de alta y volvió a la escuela secundaria. “Tu vida es tu mensaje para el mundo. Asegúrate de que sea inspirador”, comentó este viernes 15 de marzo.

Amina tiene diecinueve años, vive en Túnez y es parte de un grupo feminista surgido en Ucrania. El miércoles 13 de marzo de 2013 fue condenada a morir lapidada en la plaza pública. Su crimen fue protestar contra la opresión patriarcal con una fotografía de ella misma, en su torso desnudo se lee en su lengua la frase “Mi cuerpo es mío y de nadie más”. Los eruditos del Islam la han condenado a morir a pedradas por su “indecente” y aberrante delito. Uno de los argumentos del clérigo es que Amina no está consciente de lo sagrado que es el cuerpo de la mujer. Tan sagrado que merece desfallecer pública y salvajemente. Su propia familia respalda con vergüenza su condena, mientras ella dijo: “si mi mensaje no era difundido de esta manera, no iba a ser escuchado”.

Esta es nuestra contradicción cotidiana, esta es nuestra idea de que la violencia institucionalizada tiene derecho a existir, que es necesaria para mantener el orden social, mientras que el resto de nosotros y nosotras tenemos solo la violencia popular: esa que ni es violencia, ni recibe presupuestos mundiales. Esa que es señalada por el mismo pueblo que defendemos y que es combatida con verdadera crueldad por el poder.

Para el imaginario colectivo, estas dos historias son lejanas y difusas, son desafortunadas existencias que viven en un mundo “retrógrada” y “radical”. ¿Qué tienen que ver con nuestra vida aquí y ahora?

El mismo viernes 15 de marzo, esta semana del año que ha sido tan significativa para el mundo, apareció un impactante titular en nuestro país: “Es más peligroso ser mujer en México, que soldado en Gaza”, declaró María José Gómez González, jefa del área de género, violencia y derechos humanos del Fondo de Población de las Naciones Unidas, cuando se refería a la inmensa lista de crímenes contra las mujeres que hemos acumulado como nación. Ocupamos los primeros lugares del mundo en delitos sexuales y trata de personas. Al día siguiente, con éxito se llevó a cabo la sexta marcha lésbica en el Distrito Federal. Más de cuatro mil lesbianas marcharon contra el patriarcado, la criminalización de sus cuerpos, la discriminación y la invisibilización. Marcharon contra aquello que vivimos y sufrimos las mujeres: heterosexuales, bisexuales, lesbianas, inter y transexuales todos los días. Hoy. Aquí.

Cualquier logro tecnológico de la humanidad se ve opacado por nuestra aún primitiva manera de relacionarnos: con nosotros y nosotras mismos(as), con nuestra propia especie, con otras especies y con nuestro mundo. ¿Cuál es el sentido de nuestra existencia? ¿Acumular riquezas? ¿Competir? ¿Violentar? Todos los días vivenciamos nuestro amor y nuestra libertad, la manifestamos y la encaminamos hacia acciones concretas. Este día, con estas historias de esfuerzo y esperanza, podemos reflexionar acerca de nuestro paso por este mundo. Dejemos de evadir y negar ingenuamente que aún existen desigualdades, dejemos de minimizar las luchas ajenas y de mantenernos indiferentes ante las injusticias y la crueldad. Dejemos de hacer de nuestra vida un vacuo lapso entre el nacimiento y la muerte. La existencia de cada quien puede ser ejemplo, sentido e inspiración. Somos Malala, somos Amina, somos tú y yo en un mundo que solo funciona así porque individualmente funcionamos así, y por ende puede cambiar el día que lo decidamos, solo necesitamos asumirnos factor de transformación.

Muchas gracias y nos leemos en 15 días.

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