Lado B
El Aria de Giacomo o la metáfora de lo incompleto
Un libro de Mario Martell, bajo la mirada de Álvaro Hernández
Por Lado B @ladobemx
21 de febrero, 2013
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José Álvaro Hernández Flores *

@jose_alvaro

Decía Fernando Benítez, que el periodismo no es otra cosa que literatura bajo presión.

Retomo esta idea, a modo de epígrafe, para presentar El Aria de Giacomo, del periodista, o tal vez debiera decir escritor, o poeta, o filósofo, o incluso programador, Mario Martell.

Confieso que el primer reflejo que tuve al comenzar a escribir este texto,  fue el de recuperar, a modo de introducción,  la vieja, pero siempre intensa, y a veces fructífera relación entre literatura y periodismo.

Aludir a la palabra como herramienta de uso común en ambos oficios; a la realidad como fuente de inspiración, ya sea para el texto informativo o de ficción. Pensé también en recurrir a un par de autores paradigmáticos (quizá Hemigway o García Márquez) y vincularlos con el renacimiento la non fiction novel o del new journalist; todo ello como preludio para hablar del libro que hoy nos convoca. Se trataba, ahora lo sé, de la vía fácil.

En lugar de ello expondré otra teoría que he ido construyendo al paso del tiempo a partir de la propia experiencia y de la lectura de libros como éste. Una teoría en donde el periodismo no es una escuela de escritores, ni la antesala al mundo editorial, ni tampoco un obligado rito de paso. Donde la palabra no es herramienta, sino un fardo estorboso y pesado, y donde la realidad, la cotidiana, la de la sala de redacción, la que no aparece en ocho columnas, es un monstruo que de a poco, te va devorando las entrañas. He estado ahí, y puedo dar fe de ello. También Mario Martell.

Por eso me atrevo a decir que para el escritor, el periodismo puede ser una actividad secundaria, prescindible, casi ornamental. Pero que para el periodista –el  buen periodista– la literatura es poco más  que un pase de salida: es la salvación.

El Aria de Giacomo condensa mucho del encuentro entre esos dos mundos y de las estrategias que periodistas y escritores despliegan por igual, no en su obra, sino en su existencia, para salir indemnes.

Puesto así, uno tiene dos opciones para acercarse a la lectura del libro de Mario Martell. La primera, y la más convencional, consiste en pensar al autor fuera de todo contexto. Una mente y un espíritu libre de ataduras y responsabilidades.

La segunda: imaginar a un cronista, a un narrador, a un poeta, a un ensayista, a un padre de familia; a un hombre-orquesta que lidia todos los días con las miserias del oficio periodístico, y digo oficio y no empleo, porque incluso en la provincia, territorio feudal en el sentido más oscurantista del término, el periodismo sigue siendo un refugio de avezados lectores, de artesanos de la palabra, cófrades idealistas que conspiran desde su lugar de trabajo, imaginando o creando la obra. Y como en todo, algunos triunfan y otros perecen.

Yo me inclino por esta última, no sólo porque me parece una imagen que se apega más a la realidad, sino porque nos permite acceder a otro nivel de lectura, descifrar las claves ocultas en este libro y leerlo como lo que es: una colección de epifanías.

Aunque aclaro: no es a la manera mágica o religiosa que lo epifánico se hace presente. Por el contrario, los textos que integran El Aria de Giacomo, responden a una curaduría ecléctica y diversa, que responde a las preocupaciones estéticas y literarias de Mario Martell.

No es casual que en las páginas de este libro coexistan sin conflicto la crónica, el ensayo, la reseña y la ficción. Ni que compartan espacio personajes tan disímbolos, como Sergio Pitol, Madonna y hasta Piporro; que en el curso de unas cuantas páginas pasemos de caminar descalzos por las pedregosas calles de Cuetzalan, a distraer la mirada con asombro en alguna ciudad de Europa del Este; y que del cronista como bufón pasemos al carnicero como ser sensible, transitando previamente por el lenguaje de un escritor.

En el Aria de Giacomo, las fronteras temáticas y de los géneros se diluyen, porque el autor tiende puentes subterráneos que conectan cada epifanía a un nivel subrepticio, casi invisible. Y en virtud de este mecanismo, uno entiende, a medida que la lectura avanza, que todo ese despliegue de recursos narrativos, no es más que un pretexto para hablar de otra cosa: Mario Martell nos está describiendo, por episodios, el mapa de ruta del periodista-escritor, el eje cartesiano de sus más profundas dudas y preocupaciones.

El aria de Giacomo Puccini que se cita al inicio y al final del libro es, en este sentido, una metáfora de lo incompleto, de la identidad escindida y violentada del hombre moderno, incapaz de concebirse a sí mismo como la suma de todos los hombres.

Es también, porque así lo ha decidido el autor, el título de un libro escrito en la clandestinidad, en las horas que se le roba al insomnio, al trabajo, o a la vida en pareja.

Un testimonio fiel de que la vida más allá de la sala de redacción es posible, y de que el enfrentamiento entre periodismo y literatura ha sido, a final de cuentas, y pese a sus contradicciones, un acto fructífero.

Mario el periodista, se ha enfrentado a Mario el escritor y en el proceso se ha redimido a sí mismo.

De paso, nos ha compartido parte de su proyecto personal, y nos ha permitido alimentar el espíritu con imágenes inolvidables: una caminata con Sergio Pitol por las calles de Córdoba, un vistazo a la subjetividad trastocada de un pornógrafo local, una tarde en Profética, imán de bebedores de café, bloguers desquiciados, poetas ultracostumbristas, nómadas urbanos.

* Este texto fue leído el jueves 21 durante la presentación de El Aria de Giacomo en Profética, y se reproduce con la autorización del autor.

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Autor Lado B
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