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Lenguaje y regeneración de la cultura: un reto educativo
Hablamos la semana pasada en este espacio de la urgente necesidad de regeneración de la cultura y de la importancia de la creación de nuevos símbolos, es decir, de objetos que generen sentimientos que valoren nuevamente la vida, que se conmuevan ante el dolor y la muerte de otros seres humanos y no los vean simplemente como números –daños colaterales de la guerra contra el crimen organizado-, que se indignen ante la injusticia y la impunidad, que se sientan comprometidos con el cambio que requiere esta patria herida y dividida.
Por Lado B @ladobemx
30 de octubre, 2012
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Martín López Calva*

Si digo pan
y mi poema no convoca
a los hambrientos a la mesa,
es porque la palabra ya no sirve
y la poesía exige otro lenguaje.

Si digo amor
y mi poema no provoca
una tormenta de besos y canciones,
es porque la palabra perdió su magia
y la poesía debe buscar una nueva voz.

Si digo vida
y mi poema no revienta
un alba de luceros y primaveras,
es porque la palabra quedó sin dioses

y la poesía debe estar al servicio del hombre.

Si digo libertad
y mi poema no revoluciona
la conciencia de los sedientos de paz,
es porque la palabra dejó de ser instrumento
y la poesía está obligada a cambiar de poetas”.

Gilberto Ramírez Santacruz

Hablamos la semana pasada en este espacio de la urgente necesidad de regeneración de la cultura y de la importancia de la creación de nuevos símbolos, es decir, de objetos que generen sentimientos que valoren nuevamente la vida, que se conmuevan ante el dolor y la muerte de otros seres humanos y no los vean simplemente como números –daños colaterales de la guerra contra el crimen organizado-, que se indignen ante la injusticia y la impunidad, que se sientan comprometidos con el cambio que requiere esta patria herida y dividida.

Otro elemento fundamental de la cultura es el lenguaje, pues la palabra, dice Lonergan es uno de los vehículos fundamentales de significación que tenemos los seres humanos. De manera que si queremos contribuir a la regeneración cultural, resulta indispensable que junto con la construcción de nuevos símbolos que despierten los sentimientos relacionados con el deseo de vivir humanamente, los sentimientos morales, trabajemos también por la resignificación del lenguaje que hoy ha ido perdiendo su fuerza y su capacidad de significar.

En efecto, vivimos en una sociedad que ha ido trivializando las palabras y quitándole fuerza a sus significados.

Hace unos años, cuestioné en un panel en el que participé como ponente, la forma en que los alumnos de todos los niveles educativos usaban ya el término “loser” o perdedor para referirse a sus compañeros que no tenían “éxito” o no eran “populares”, como una clara influencia de la cultura norteamericana basada en la competencia descarnada propia del capitalismo.

Cuando terminó este panel, un profesor se acercó y me comentó que estaba yo exagerando, porque los alumnos “no usaban este término con el significado tan fuerte que tiene en el contexto social norteamericano”, que era algo mucho más ligero y “benigno” que no dañaba a quienes se les asignaba.

Del mismo modo podemos ver hoy la trivialización del término “buey” o “güey” que en otros tiempos era un insulto hasta convertirse casi en una muletilla o una forma cercana de dirigirse a otro. Pasa lo mismo con “antro” que en mis tiempos escolares era una mala palabra que prácticamente no se usaba porque implicaba una connotación de lugar de “muy mala reputación” y que hoy se aplica a los más elegantes y modernos sitios de diversión de los jóvenes.

Estos son algunos ejemplos de la trivialización del lenguaje que aunque expresan muy gráficamente la pérdida de peso de las palabras, de significación “light” de nuestra cultura, no necesariamente dicen mucho de la cultura de muerte y violencia que hoy vivimos.

Sin embargo vemos otros términos que también se usan hoy en los medios de comunicación masiva, en las redes sociales y en las conversaciones cotidianas, que sí expresan la distorsión cultural que hace evidente la necesidad urgente de regeneración. Pues es común ahora escuchar palabras como “levantón”, “ejecución”, “víctimas colaterales”, “sicario”, “colgados” o “pozolear” como parte de nuestra realidad diaria sin sentir la menor emoción negativa hacia ellas.

Del mismo modo, escuchamos entre quienes protestan por acciones gubernamentales que consideran excesivas palabras tan fuertes como “fascismo” –ante casi cualquier intervención policíaca-, “genocidio” –se ha acusado de esto al presidente Calderón continuamente-, “ecocidio” –por el derribo de algunos árboles o la urbanización de alguna zona natural-, “esclavitud” –frecuentemente usada para hablar contra la propuesta de reforma laboral en discusión ahora en el congreso- o “dictadura” con la mayor naturalidad y sin importar su significado real.

Ante estas expresiones, los verdaderos fascistas y las víctimas del fascismo, los verdaderos genocidas o las víctimas de genocidio, las verdaderas realidades de esclavitud o de dictadura pierden fuerza y se equiparan a otras realidades negativas, deshumanizantes pero que deberían llevarnos a hacer el esfuerzo colectivo para  elegir o crear los conceptos adecuados para definirlas.

La trivialización de las palabras, el aligeramiento de sus significados son también una parte importante de la distorsión de una cultura que va poco a poco haciendo que todo pese lo mismo, que las cargas significativas de ciertas palabras se vuelvan inocuas y así como pasa con los símbolos, ya no sintamos nada cuando escuchamos o pronunciamos ciertos términos que deberían movernos a la indignación, el miedo, la tristeza profunda, la preocupación colectiva.

Es así que decimos pan y nuestra palabra no convoca a los hambrientos, decimos amor y no provocamos “una tormenta de besos y canciones”, decimos vida y nuestra palabra no genera vida. Porque las palabras “ya no sirven…han perdido su magia…” porque la palabra “quedó sin dioses” y dejó de estar al servicio del hombre.

De manera que el reto educativo va más allá de superar los resultados en lectoescritura en las pruebas de ENLACE, EXCALE o PISA, que ya es un desafío enorme para los docentes y las escuelas del país. Porque el problema del lenguaje no es solamente el de enseñar a leer y escribir en el sentido de descifrar ciertos signos o usarlos coherentemente. Ni siquiera es un asunto de facilitar el proceso por el cual los niños lleguen a comprender lo que leen y a expresar sus ideas. Se trata del problema fundamental de apoyar su inserción crítica y creativa en un mundo de significados que hoy en día están devaluados, “descafeinados”, “bajos en calorías” para tratar de generar en ellos la conciencia que los lleve a las resignificación de este mundo complejo en el que viven mediante la recuperación del peso del significado de las palabras o incluso de la creación de nuevos términos que expresen con toda su densidad las nuevas realidades.

Se trata de volver a hacer que las palabras tengan efecto en las conciencias y que cuando se diga libertad, se revolucione a los sedientos de paz, cuando se diga justicia se muevan las manos a trabajar por la justicia, cuando se diga muerte se sienta en las entrañas el dolor de una vida perdida, cuando se diga amor, se mueva el corazón de todos para buscar a partir del respeto y la aceptación, el bien del otro.

Regenerar la cultura de la muerte y convertirla en cultura de la vida requiere por tanto de un trabajo sistemático, eficaz, crítico y comprometido con el lenguaje entendido como vehículo de significación. Porque como afirmaba Freire: decir la palabra verdadera es transformar el mundo.

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.

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