Esta entrevista fue publicada originalmente en 1995 en la revista Sereno, una publicación impulsada por un grupo de jóvenes de la sierra poblana. Se republica el mismo día en que José Agustín, el mítico escritor, falleció en Cuautla.
Vaya como introducción el párrafo que escribió Juan Manuel Barrera, codirector de la revista serrana hace unos días cuando compartió en su perfil de FB la entrevista:
En 1995 el tándem más poderoso de la Licenciatura en Comunicaciones de la entonces ENEP Aragón realizó la ruta iniciática de muchos jóvenes aspirantes a escritores en este país: el de la Central de Autobuses del Sur en Taxqueña, Ciudad de México, hacia Cuautla, Morelos. Todo con una finalidad: entrevistar a José Agustín en su santuario. En efecto, la dupla Aroche-Cornejo / Cornejo-Aroche visitó en aquel año a este escritor de culto y el resultado de su trabajo se publicó en el último número de la no menos de culto y mítica Sereno, Revista Joven de Cultura Regional, un hito irrepetible en la historia cultural y literaria de la Sierra Norte de Puebla.
El sol caía sin resistencia sobre la ciudad de Cuautla, Morelos. Los cuerpos se deshidrataban aún bajo la sombra de árboles y muros enhierbados de una colonia típica morelense: grandes casas, jardines y una alberca donde escapar cuando el calor fuese demasiado. De vez en cuando un vehículo pasaba levantando nubes de polvo, de pronto uno rojo que crecía a medida que se acercaba, cada vez más rápido, hasta pasar frente a nuestros ojos que, sobresaltados y ansiosos, descubrieron a uno de los escritores más conocidos y representativos dentro de la literatura contemporánea mexicana: José Agustín.
“La literatura gringa siempre me gustó muchísimo. También la francesa: los poetas malditos me pegaron con tubo, gacho gacho, porque yo estaba muy jovencito”, así comenzaba el acapulqueño representante de la contracultura nacional bajo la sombra de un fresco recibidor y acompañados por unas cervezas que contrastaban con el caluroso clima.
José Agustín (JA): Yo empecé a leer muy chavito y con un desorden increíble; si hubiera tenido cierto método, pues sí, por el lado mexicano primero… Pero la verdad yo me encontré con la literatura mexicana hasta los catorce o quince años, y el primerito que me causó una impresión profundísima fue Mariano Azuela: Los de Abajo me gustó mucho, y luego Pepe Revueltas, le entré a Los Muros de Agua… -toma un respiro y aprovecha para tomar su cerveza-, me gustó muchísimo -ríe-. Luego también le entré a Martín Luis (Guzmán), La Sombra del Caudillo en especial. Luego cosas más recientes, sobre todo Arreola, Rulfo, Fuentes, y ya después me convertí en un lector muy ferviente de literatura mexicana.
Reporteros (R): -¿Cómo llega la literatura a sus manos?
JA: En realidad, en esa época tenía a mis hermanos que empezaban a leer, ellos eran los que metían los libros a la casa. Mi papá se sensibilizó mucho a la lectura pero fue después. En realidad nosotros lo empujamos a él a la literatura y no al revés… Lo que a mí me estimuló mucho fue ver a mis hermanos leyendo; leían muchísimo, dejaban los libros por todos lados, nunca me decían léete esto o no lo leas, sino que predicaban con el ejemplo…
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R: ¿Cómo ha evolucionado como escritor desde «La tumba» hasta «Dos horas de sol»?
JA: Pues poco a poquito -y ríe de buena manera para continuar al instante-. Es algo que se va llevando en mucho tiempo… Mi literatura de más al principio tendía a ser más parca, con menos matices, más plana, más diagonal, de párrafos cortos, y todo eso con el tiempo ha ido subsanando. Creo que ahora escribo más denso en el sentido de que en poco espacio hay más cosas; mis párrafos tienden a ser muy muy largos.
Habla rápido y fluido, seguro de lo que dice, sin tener que buscar en los recuerdos del pasado. Sobre su rostro de tez morena un par de cristales voluminosos. Su cuerpo viste una camisa de un color rosa tenue y un pantalón de mezclilla azul, gastados a fuerza de uso cotidiano. En 1994 cumplió los cincuenta años de vida y treintaiún años de escritor con su novela «La tumba».
R: Noto un cambio en la manera de hacer las cosas en “Se está haciendo tarde”. Usted mismo lo planteó en su libro autobiográfico (El Rock de la Cárcel). ¿Qué significó hacer “Se está haciendo tarde” dentro de su labor literaria?
JA: No, pues fue un libro importantísimo para mí. En realidad yo empecé a escribir Se Está Haciendo Tarde un poco antes de caer al bote; se me había ocurrido como un guión de cine, primero, lo pensé y dije: n’ombre, este guión nunca me lo permiten en México, y mejor empecé a hacer una novela. Cuando entré al bote tenía escrito como diez o doce páginas, muy poquito, y ahí me seguí como loco, pues esa novela me salvó la vida en la cárcel; me permitió tener algo que hacer en todo este pinche medio…
R: El tiempo que estuvo usted en la cárcel fue paralelo al tiempo que Revueltas estuvo también en Lecumberri, ¿influyó de algún modo la presencia, la cercanía de este escritor tanto en su persona como en su escritura?
JA: Humanamente sí, muchísimo. Fue un estímulo muy grande, un aliviane espiritual saber que ahí estaba y que podía verlo. Yo iba a platicar con él y con muchos de los presos políticos, y eso fue un aliviane espiritual gigantesco para mí. Literariamente no tanto; siempre tuve una manera de ver la literatura muy distinta a la de él. Él me estimulaba como te estimula cualquier gran autor. No sé, pero por ejemplo a mí, cuando leo cosas muy padres me dan ganas de hacer cosas muy padres.
R: Rescatar algo del estilo de los escritores que a uno le gusta, ¿no?
JA: García Márquez decía una cosa muy padre: “si quieres un cuento muy chingón, lo que tienes que hacer primero que nada es ponerte a leer cuentos chingonsísimos”.
De su carrera como escritor ha logrado plasmar aproximadamente diecisiete libros de diversos géneros: novela, relato, crónica, ensayo, teatro, guion para cine… De entre estos géneros podemos mencionar algunos títulos de sus libros como La Tumba (obra que escribió a los dieciséis años), “De perfil”, “No hay censura”, “Abolición de la propiedad”, “Contra la corriente”, “Inventando que sueño”, “Ciudades desiertas”, la serie de Tragicomedia Mexicana I, II y “Dos horas de sol”, su más reciente libro.
R: ¿Cómo se decide José Agustín a ser escritor?
JA: Pues era un caso de vocación, en verdad yo nací para esto. No sé si para bien o para mal, pero es para lo que yo nací. Estaba muy chiquito y ya estaba yo escribiendo, ya estaba pensando en términos literarios. Mi primer cuento lo escribí cuando estaba en quinto de primaria. Estoy en talleres literarios desde los trece años de edad y desde entonces publico. Es muy claro mi caso de vocación.
R: La figura de Juan José Arreola es muy importante como su maestro de taller de cuento, de literatura… ¿De qué manera influye en su estilo?
JA: Arreola me enseñó que así como se cuida un texto de media cuartilla hay que cuidar el texto de quinientas cuartillas, y puede desarrollar uno todo lo que quiera, conservando la idea de ir a lo exacto; de no tener materiales superfluos, sino de ir directamente a lo que requiere el escrito, sea lo que sea. Aparte me enseñó a corregir, me enseñó español muy a fondo -una vez mas ríe- y se portó conmigo sensacional. Un viejo divino…
R: Y después de Arreola…, ¿tuvo algún otro maestro?
JA: Pues ya no exactamente. Tuve, digamos, compañeros que me ayudaron mucho; fueron como tres núcleos. El más importante fue el que componía Vicente Leñero y Gustavo Sáinz y yo. Entonces ellos me enseñaban mucho; aunque ya era una cosa distinta, al tú por tú; ya no era cosa de maestros, sino de cuates… con los cuales trabajar es padrísimo, y que les des a leer tus cosas y te señalen tus ondas y tú también se las señales en los textos que te dan.
R: ¿Cuál sería el papel del escritor en la realidad social? ¿cómo participa, de qué forma?
JA: Puss, -lo piensa- yo creo que como escritor, su papel es escribir bien, escribir lo mejor posible, ¿no?, hacer esto es un trabajo favorable y revolucionario, mano, ¿no? Aunque parece que se escriben cosas muy despolitizadas, o de plano reaccionarias.
R: Por ejemplo, una como “De perfil” o “La tumba” que son novelas más de reventón, de relajo…, ¿se puede hacer conciencia con ellas?
JA: ¡Claro!, por supuesto que sí. Mira, eso es algo que yo he conquistado con el paso del tiempo, porque en su momento la gente tendía a verlas como novelas más de ligue, de la fiesta, del cotorreo. Pero con el paso del tiempo se han dado cuenta que son obras que tienen una carga crítica muy fuerte ante la sociedad, y que el que las lee y le gustan, no tiende a ser complaciente con el sistema…
La tarde se nos había escapado de las manos, el hueco en el estómago, llenado acaso por las cervezas que nos tomamos en la casa de Cuautla, nos produjo una leve bruma -con sabor a alcohol-. Salimos disparados en dirección al entrañable DF. El sol ya no caía a plomo, sólo lo sentíamos de forma leve acariciando nuestras espaldas.
Sentados en el camión y con la vista fija en el imponente guardián del valle, únicamente balbuceamos: ¡qué buen desmadre el del José!… ¿No?
*Revista Sereno, núm. 9, mayo-junio 1995.
EL PEPO