Lado B
Leandro Gabilondo, el escritor que tiene el horizonte a la mano
Desde 2010 comparte su poesía en Te lo juro por tu hámster, un blog que aloja 195 poemas que hablan del amor, el desarraigo, el pueblo natal y la soledad
Por Lado B @ladobemx
26 de mayo, 2019
Comparte

Ilustración: Alma Ríos

Leandro Gabilondo (Argentina, 1985) desde 2010 comparte su poesía en Te lo juro por tu hámster, un blog que aloja 195 poemas que hablan del amor, la siesta, del desarraigo, el pueblo natal; de la soledad, del tiempo que se escurre mientras amamos, dormimos, viajamos, volvemos, sufrimos.

Delivery con lluvia (2012), Retiro (2013), La pertenencia (2015), Kerosene de lo posible (2017), Treinta (2017) y Falta una vida para el verano (2018), son las publicaciones que tiene en su haber un autor que afirma, en uno de sus versos más conocidos, que “La primera / independencia / es leer”.

Leandro Gabilondo nació en Arrecifes, provincia de Buenos Aires, un lugar al que siempre vuelve a través de sus versos, poemas, relatos y última novela, por medio de palabras típicas del interior. Quizás ese sentido de pertenencia, ese vínculo intacto con las raíces, es lo que generó que muchos de sus poemas hoy estén estampados en remeras, pintados en murales y tatuados en pieles ajenas.

Distintas Latitudes conversó con Leandro Gabilondo sobre el barrio en donde creció junto a su familia y sus amistades, su primera novela Falta una vida para el verano que hace referencia al amor y sobre cinco “cumbiones” que elige porque sí, porque le hacen bien.

Descríbeme el barrio en donde creciste.

En el glorioso barrio Las Flores de Arrecifes se prende el fuego siempre que se puede. Como en todos los pueblos de la Pampa Húmeda predominan las casas bajas, abuelos y abuelas en la vereda que te saludan al pasar, pibitos y pibitas en bicicleta, perros grandotes con pasos cansinos, la cortina de colores del almacén, cien de salchichón primavera, medio kilo de pan, unos tomates y así. Es una novela de Soriano constante. Se ve el sol cuando amanece y cuando atardece. El horizonte está cerca, a mano.

¿Qué costumbres de Arrecifes sigues implementando en Buenos Aires?

Es complejo lo de mantener costumbres, lo que sí sucede es que se transforman en cierta nostalgia tangible, a diario. De todos modos, cuando la velocidad espantosa de Buenos Aires me deja, disfruto muchísimo de la siesta. No solo duermo, sino que la disfruto de forma integral, es un concepto, una determinación. Y claro, ir a jugar a la pelota con mis amigos, lo considero un momento trascendental en mi vida.

¿A qué lugar / persona / sentimiento te transporta la palabra “desarraigo”?

Pasar por el Obelisco me genera una soledad tremenda. Y aunque aprendí a convivir con eso, creo que nunca va a dejar de pasarme. Lo loco es que si algún día vivo en otro país, la 9 de Julio va a mutar en añoranza. Qué se yo. El desarraigo es tan relativo.

¿Cuáles fueron los primeros libros que conformaron tu biblioteca?

Durante mi infancia, en la casa de mi familia no había biblioteca. Recuerdo un ejemplar del Flautista de Hamelin, otro de Platero y yo. Nada más. Crecí con la lírica de los cantantes ochentosos y la cumbia argentina de la década del 90. Con el paso del tiempo, entrada la adolescencia, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota me abrieron un mundo nuevo. Mi padre y mi madre se pusieron a disposición de ayudarme a conseguir los libros que yo buscaba. Eso se los agradezco para siempre. Hoy, en su casa, hay una biblioteca que fui armando yo con ayuda de ellos. Eso me da un orgullo inabarcable. Ahí está JD Salinger, Bioy Casares, Jack London, Diana Bellesi, Roberto Santoro, Maia Morosano, Jimena Arnolfi, Rodolfo Walsh, alta mezcla. La última vez que fui a Arrecifes la encontré a mi madre en el patio leyendo Las leyes de la frontera, novelón del español Javier Cercas. Esas son las batallas silenciosas que me conmueven muchísimo.

Muchos de tus poemas están estampados en muros, remeras, incluso muchos se han convertido en tatuajes, ¿qué otros poemas de tu autoría te gustaría encontrar en algún lugar de la ciudad?

No pienso en eso, es decir, no escribo para que eso pase. Celebro que suceda, claro, es un gran honor, se me caen las lágrimas cuando pasan esas cosas. Tal vez me emociona tanto porque nunca lo esperé ni lo espero. A lo que voy es que la literatura está mucho más allá de eso, valoro un montón que un poema pueda llegar a lugares inesperados, es la bandera más noble de levantar para mí, pero sé muy bien que eso no significa que sí o sí es un poema genial. Hay que seguir, seguir y leer, leer y leer. En esa intimidad está la potencia de la palabra. Intentar ser mejor todos los días, tener cada vez más voluntad y compromiso con la vocación. Sino no sirve de nada.

Continuar leyendo en Distintas Latitudes

Comparte
Autor Lado B
Lado B
Información, noticias, investigación y profundidad, acá no somos columnistas, somos periodistas. Contamos la otra parte de la historia. Contáctanos : info@ladobe.com.mx
Suscripcion