Lado B
La universidad pública y la clase política 
El presidente no debería descalificar a la UNAM de la forma en que lo hizo. Dista de ser una crítica con datos, con argumentos sólidos, y está más cerca de un linchamiento en la plaza pública que de una invitación a la reflexión
Por Juan Manuel Mecinas @jmmecinas
25 de octubre, 2021
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A los universitarios nos molesta la opinión de Lopez Obrador sobre la UNAM. Mucha tinta ha corrido sobre las palabras del presidente respecto de la universidad más importante del país. Harto discutible es si ha sido una cueva de neoliberales en los últimos años o si es la universidad plural y crítica que otros defienden. Son dos cosas distintas.

El presidente no debería descalificar a la UNAM de la forma en que lo hizo. Dista de ser una crítica con datos, con argumentos sólidos, y está más cerca de un linchamiento en la plaza pública que de una invitación a reflexionar sobre el papel de una institución así en el contexto académico, cultural, social e incluso político.

No es la primera crítica que recibe la universidad (la nacional o cualquier universidad pública) de parte de políticos, quienes miran a la universidad con temor: una institución del pensamiento siempre es peligrosa para quien quiere imponer una visión de las cosas. Y, hoy en día, todos los políticos miran la realidad de manera binaria: su visión es la correcta y cualquier otra es equivocada.

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Distinto es que la universidad no tenga problemas y que estos sean profundos. No solo la UNAM, sino prácticamente toda universidad pública sufre presupuestalmente y ha sido tomada como botín político en muchos aspectos. Los políticos (de todos los partidos) han buscado que la universidad sea deferente con ellos; que no los confronte; que sus ideas no se contrapongan a sus programas o proyectos principales; que la crítica se quede en el aula.

Los centros donde existe ebullición son rechazados por la clase política. Más allá de llamarlo periodo neoliberal o no, lo que puede afirmarse es que desde hace veinticinco años la UNAM y las universidades del país han sido apaciguadas. Son grandes monstruos burocráticos que acogen a millones de estudiantes, pero que su distancia de la sociedad y su influencia política y social disminuye con el paso de los años.

No es casualidad: sus dirigentes han sido parte de la burbuja de políticos que las quieren como parte de la maquinaria de gobierno, no como faro de crítica y pensamiento. Los recursos son escasos en las universidades públicas, los vicios son enormes y las ganas de subsanar estos errores son pequeñísimas: las universidades mexicanas se dirigen hacia un abismo por la falta de liderazgos, por sus vicios y errores, y por sus escasos recursos con los que se le pide hacer frente a una demanda inmensa: ofrecer educación de calidad. 

Como muestra, un botón: puede compararse el presupuesto de las universidades con el salto que en los últimos veinte años ha dado el presupuesto en seguridad, y los resultados que unos y otros arrojan. La universidad es tratada con desdén.

Muchos nos indignamos por los dichos del presidente, pero más nos vale advertir que es la clase política en su conjunto no apuesta por una universidad de calidad. La ayuda del Estado para que la universidad pública siga cumpliendo su función sigue siendo nimia. Sus problemas son profundos y complejos; un porcentaje de incremento en su presupuesto cada año es un paso pequeño que cubre una carencia mínima de la universidad pública ante un vendaval que la está dejando, cada día, en una situación más precaria. 

El presidente desprecia a la universidad; y la clase política también.

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Autor Lado B
Juan Manuel Mecinas
Profesor e investigador en derecho constitucional. Ha sido docente en diversas universidades del país e investigador en centros nacionales y extranjeros en temas relacionados con democracia, internet y políticas públicas.
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