Lado B
Mirar al pasado, olvidar el presente
Por Juan Manuel Mecinas @jmmecinas
31 de enero, 2022
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El pasado ha sido tan cruel en este país, que señalarlo como fuente de los problemas presentes resulta ser una respuesta fácil y medianamente esperada. No todo era pésimo, pero casi todo era malo.

Decir que la exhumación del cuerpo de un niño y su aparición en el basurero de un Cereso es culpa de ese pasado (neoliberal) y de la descomposición social, resulta singular porque evade tres aspectos: la podredumbre del presente, reflejada en la irresponsabilidad de quienes gobiernan, la carencia de estado de derecho, y la ausencia de políticas públicas que se dirijan a evitar que estas situaciones se repitan.

Efectivamente, la sociedad mexicana no es paradigmática. Sin embargo, mientras los buenos sean mayoría, mientras los asesinos solo sean una parte mínima de esa sociedad, mientras los padres sigan enviando a sus hijos a la escuela, o el señor del mantenimiento se siga levantando a las cuatro de la mañana para viajar tres horas a su trabajo y ganar un salario de manera digna, seguirá siendo un poco injusto mirar únicamente a la sociedad como la responsable de una situación como la del niño Tadeo.

Cierto, esa misma sociedad es a ratos apática y asume un papel derrotista endilgado por algunos discursos históricos y por el régimen autoritario: parece que todo en este país debía suceder de la manera en que ha acontecido, y esa es la mayor mentira que nos han contado y que muchas veces hemos creído. La misma sociedad que reclama con valentía, a veces mira con indiferencia: a ratos es cómplice, pero en muchas más ocasiones es democrática, exige, lucha, vota, protesta.

En efecto, hay cierta descomposición social, y las instituciones del país son un reflejo de esa descomposición. Mirar a la sociedad sin cambiar a las instituciones, como parte del gobierno y parte del sistema en el que se dan extorsiones, desapariciones, asesinatos o exhumaciones de cadáveres de niños, es mirar solo la mitad del problema.

Si las instituciones no se transforman, si las recetas se repiten, esperar que el resultado sea distinto al de las últimas dos décadas, pone en los hombros de la sociedad una carga que las instituciones del gobierno y del Estado deberían ayudar a sostener. Sin instituciones, sin cambios democráticos en ellas, mirar a la sociedad y a su descomposición como origen de los males relativiza la responsabilidad de los gobernantes; para eso gobiernan: para mejorar las instituciones que den respuesta y que impulsen a la sociedad a ser mejor.

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Mirar al pasado sin reconocer que lo que se está haciendo es insuficiente termina por ser un discurso de Pilatos. Y termina exculpando a quienes participan en el gobierno. Su libertad, su impunidad, su irresponsabilidad, es una consecuencia de la carencia de instituciones ante quienes rindan cuentas. Es un círculo vicioso: no transforman las instituciones porque al hacerlo tendrían que someterse a ellas.

Del estado de derecho poco se puede decir que no se haya repetido hasta el cansancio. Las normas no se aplican y quienes se mofan de no cumplirlas tienen la venia de los gobernantes en turno. Pienso en Salinas Pliego o en Germán Larrea. No importa que no pagues miles de millones de pesos en impuestos o que contamines de manera criminal un río. Si tu amigo es el gobernante, podrás ser millonario en este país; el país de los delitos sin consecuencias.

¿Qué impulsa a un grupo de individuos a cometer crímenes utilizando el cadáver de un niño, matando a una periodista o privando de la libertad y luego de la vida a una chica de treinta años? Ese es tema no menor, pero su solución no se encuentra en achacar las culpas a la sociedad, sino en valorar las medidas desarrolladas por los gobiernos para evitar y sancionar estos actos atroces. Esas políticas no se pueden reducir a sustituir personas dentro de las instituciones.

Por ejemplo, el gobernador de Puebla, en un acto de cara a la galería, despidió a quienes dirigían el Cereso donde encontraron al bebé en un basurero y a su secretario de seguridad pública. Y ya. ¿Esa es toda la respuesta de un Estado después de conocer que un niño fue exhumado, introducido en un penal y encontrado en un basurero? Solo los inocentes creen que esto es suficiente.

Los problemas de fondo no se resuelven amenazando activistas, (no solo) despidiendo al personal o cortando cabezas (o cabecitas) de organizaciones (gubernamentales o criminales). Los lugares donde el crimen manda y el Estado no existe pueden arrebatársele a los grupos criminales: hace falta estrategia y ejecución. Lo segundo no existe sin lo primero y, en este país, la estrategia para arrebatarle el país a los grupos criminales parece no existir. Todo parece una gran simulación donde se mira al pasado. Algo parecido a lo que está haciendo el gobierno: olvidando el presente.

*Foto de portada: Google Maps

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Autor Lado B
Juan Manuel Mecinas
Profesor e investigador en derecho constitucional. Ha sido docente en diversas universidades del país e investigador en centros nacionales y extranjeros en temas relacionados con democracia, internet y políticas públicas.
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