Cuando inicié este newsletter de ciencia por invitación de Ernesto Aroche, al principio no tenía muy clara la dirección que iba a tomar. Fue poco a poco que empecé a orientarme hacia los rincones en los que se entrecruzan la ciencia y la política. Porque la ciencia no solamente es un bastión de conocimiento, sino también un poder fáctico con la capacidad de influir en la toma de decisiones y el manejo millonario de recursos, por más que a muchos les cueste trabajo reconocerlo; se nos ha inculcado que debemos respetarla sin cuestionamiento alguno.
Dentro de la telenovela en que se ha convertido el cambio de poderes al interior del Conacyt, donde el estira y afloja por la ideología científica rectora y el manejo de recursos ha llegado hasta demandas ante la Fiscalía General de la República, me di cuenta no solo de la complejidad del asunto, sino también de la diversidad de voces que participan en la discusión. ¿Por qué acusar de “persecución a científicos” cuando lo que se juzga es su desempeño como funcionarios públicos? ¿Por qué se discrimina a los investigadores de universidades privadas? ¿De verdad se están limitando el número de becas? ¿Confundir “saberes ancestrales” con ciencia? Creo que aún no hemos escuchado todas las voces involucradas, y los que más ruido hacen quizá sean una minoría relativa, a veces utilizada como carne de cañón por la oposición política (lo cual no quita que las demandas sean justas).
Cuando estudiaba la maestría en Comunicación en la UNAM (con especialidad en periodismo de ciencia), tuve el privilegio de conocer a Luisa Miranda, con quien pude conversar acerca de varios temas al respecto, en especial del sesgo en el que incurren los medios al momento de criticar al Conacyt. Lectora crítica de este newsletter, ha sido una gran observadora de la información que a menudo comparto con ustedes. Sobre lo que mencioné de la hija de Sheinbaum la semana pasada, Luisa me dió un jalón de orejas por mi falta de rigor al investigar. Les comparto su comentario en versión editada:
