Lado B
Trabajo de cuidados: una historia de amor
Por Samantha Paéz @samantras
18 de agosto, 2021
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Para Manchita, gracias

por tanto amor y tanto aprendizaje.

Manchita regresó a casa en una urna de ónix color beige. Nunca me imaginé abrazar una bolsa llena de cenizas, pero cuando lo hice me reconfortó. Hubiera preferido mil veces abrazarlo a él, que siempre fue muy calientito, con su pelaje suave y su respirar profundo. Cuando me dieron sus restos le contaba (y me contaba) que con él nada había salido como esperaba, aún así fuimos siempre los más felices.

Todo empezó en mayo de este año. Habíamos regresado de un viaje en familia a Veracruz: fuimos a la playa, a unas cascadas y unos acantilados bellísimos, Mancha, a pesar de no ser un perrito joven hizo todo el recorrido sin problemas y hasta se lanzó al agua cristalina de una poza. Unos días después de regresar a Puebla fue que, al término de nuestro abrazo matutino, se cayó, así de la nada. Me asusté y lo llevé con el veterinario. Ya no saltaba como antes cuando jugábamos y su caminar era más lento, en ese momento pensé que era su edad, la cual nunca supe con certeza porque lo adopté siendo un adulto.

Esa visita al veterinario me la imaginaba de lo más normal: indicaciones para el cuidado de un perro bóxer geriátrico, quizás un par de suplementos alimenticios, pero después de que en la veterinaria lo revisaran e hicieran algunas radiografías, la doctora y el doctor me dijeron que la cosa no era tan fácil: había una formación de hueso anómala en ambas rodillas de Mancha y eso significaba artritis o cáncer de hueso, porque también tenía tumores en la boca. Busqué una segunda opinión en el Hospital de Pequeñas Especies de la Upaep, pero me dijeron prácticamente lo mismo: sus rodillas estaban mal y aunque los estudios de sangre salieron muy bien, en los pulmones había unos puntitos oscuros que podrían ser metástasis. El cáncer se había extendido por el cuerpo de Mancha y yo ni siquiera lo había notado.

Foto: Samantha Páez

Quienes hayan leído hasta este punto pensarán que es mero pretexto para hablar de Mancha, y sí, me gustaría hablarles de cómo sus orejitas flotaban en el viento mientras corría; de la manera en que miraba la comida con sus ojos grandotes para convencernos de convidarle (con mi pareja siempre funcionó); de sus múltiples peleas con otros perros machos y de la forma en que me daba besitos, no lo hacía como la mayoría de perros, que te llenan de alegres lengüetadas: cuando me besaba a mí apenas sacaba la punta de la lengua, delicada y lentamente me rozaba la piel con ella. Sin embargo, este texto también es un pretexto para hablar del trabajo de cuidados y de cómo son fundamentales para la vida, sobre todo, la humana.

¿Quién cuida a las cuidadoras?

La leyenda dice que a la antropóloga estadounidense Margaret Mead le preguntaron: ¿cuál era el primer signo de civilización? Ella habría respondido que no eran la cerámica, el hierro, las herramientas o la agricultura, sino un fémur sanado. Mead habría explicado que esa clase de cuidados no los había encontrado en las sociedades salvajes; desde su punto de vista, un hueso sanado significaba que alguien había cuidado de esa persona lastimada. Aunque no hay evidencia clara de que Margaret Mead hiciera esta reflexión, me gusta la idea de poner los cuidados como el inicio de la civilización humana, de allí su importancia.

El trabajo de cuidados ha estado en mi cabeza desde el diagnóstico de Mancha: después de hacerle una biopsia con aspiración de aguja fina, los estudios de laboratorio confirmaron el cáncer de hueso y una muy probable metástasis en los pulmones. El veterinario me dijo que había dos opciones: cortarle ambas piernas hasta el muslo y ver si la quimioterapia funcionaba para eliminar el resto de cáncer, o controlarle el dolor hasta que la eutanasia fuera una mejor vía. Elegimos controlar el dolor y eso significó dedicar mucha de mi energía a sus cuidados, desde limpiar cada vez que no llegaba a orinar en el área verde, hasta cargarlo para que pudiera descansar un poco, cuando el dolor de sus piernas era insoportable.

Foto: Samantha Páez

Mi madre y mi terapeuta me estuvieron recordando de no olvidarme de mí, de pedir ayuda, de buscar quien me cuidara mientras cuidaba. Era en los momentos en que el agotamiento y la desesperación me inundaban, que me acordaba de doña Mina, cuidadora por casi cuatro décadas de su hijo con una discapacidad severa y que no tuvo ayuda, ni de lejos, de su marido. De mi abuela, que tuvo ocho hijas e hijos (uno de ellos mi padre), quien hizo maravillas para cuidarlos y mantenerlos, porque mi abuelo más bien estuvo bastante ausente. También de una prima, quien se ha aventado grandes pleitos con el padre de su hija porque el señor, copropietario de un próspero bar, no quiere dar más de pensión. Y la pregunta no es sólo quien cuida de nosotras las cuidadoras, sino ¿por qué este trabajo está tan devaluado y por qué somos las mujeres quienes nos encargamos de ello?

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) 2019, en México del tiempo total de trabajo (suma del trabajo remunerado y el no remunerado) de las mujeres, 66.6 por ciento corresponde a trabajo no remunerado de los hogares, 30.9 por ciento a trabajo remunerado y 2.5 por ciento a la producción de bienes para uso exclusivo del hogar. En los hombres, los porcentajes prácticamente se invierten, con 68.9 por ciento dedicado a trabajo remunerado, 27.9 por ciento a trabajo no remunerado y 3.1 por ciento a producción de bienes para uso exclusivo del hogar. La encuesta menciona, además, que las mujeres dedican casi 40 horas a trabajo no remunerado, más de 2.5 veces el tiempo que los hombres (15.2 horas).

Asimismo, la Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo (ETOE) 2020 indica que con la pandemia por COVID-19 las mujeres dedican ahora mayor tiempo a cuidar o atender sin pago, de manera exclusiva, a niños, niñas, personas adultas mayores, personas enfermas o personas con discapacidad. En promedio, las mujeres dedicaron 23.7 horas a estas actividades, en contraste con las 14.7 horas de los hombres.

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La Oxfam México, en el documento “Trabajo de cuidados y desigualdad”, publicado en 2019, reflexiona que el trabajo de cuidados (remunerado o no) es necesario para satisfacer las necesidades vitales y cotidianas, también es un “pilar fundamental para el bienestar de todas las personas”, a pesar de ello en México y en muchos otros países somos las mujeres quienes nos encargamos de ello de “manera gratuita, precaria e invisible”.

Si las mujeres dedicamos tantas horas al trabajo de cuidados, como ya lo dicen las encuestas, dejamos de tener tiempo para educación, salud, empleo digno y suficiente, participación política y “todo aquello que signifique (…) construir y disfrutar de vidas plenas y satisfactorias”, dice la Oxfam.

Es aquí cuando pienso lo afortunada que soy de tener una red de apoyo sólida, de poder decirle a mi madre que me acompañara al veterinario, me llevara comida o estuviera a mi lado mientras Mancha yacía en el suelo temblando de dolor. También de que mi pareja viniera a mi casa los fines de semana, para sacar muy tempranito al baño a Lila (una bóxer con muchísima energía) y Mancha, darles de desayunar, con el objetivo de que yo durmiera un poco más, o de traerme taquitos después de un día pesado. De que mis amigas disiparan toda mi culpa y mis temores por no saber si estaba haciendo lo mejor para Mancha. ¿Cuántas mujeres cuidadoras no tienen estas redes de apoyo? ¿Cuántas de ellas pasan por momentos difíciles en total soledad?

Cuidados para todas y todos

Escribo pensando en la frase que Daniela Rea expresó en Mientras las niñas duermen: “No todos somos padres, pero todos hemos sido hijos y hemos sido cuidados”. Mancha fue el primer ser vivo a quien he cuidado en su totalidad. Había cuidado unas semanas a mi madre después de una operación y ayudado cuando mis hermanos estuvieron internados, algunas veces cuidé de mis abuelas cuando tuvieron problemas de salud, pero nunca había sido yo la principal cuidadora. Mancha también fue el primer ser con quien hice familia, luego llegó César, mi pareja, y después Lila.

El día que Manchita murió, la madrugada del 15 de agosto, supe cuán importante es que las tareas de cuidados no pesen sobre una sola persona. La noche anterior mi pareja y yo estuvimos limpiando las heridas que se le hicieron a Mancha por el roce de las rodilleras, necesitó de una buena ración de papitas fritas dejarse; entre los dos lo tumbamos en su camita, y mientras mi pareja le untaba pomada, yo lavé las rodilleras y la pechera, sucias de esa orina que se le escapaba en medio de sus crisis, cada vez más frecuentes. Recién nos acabábamos de dormir, cuando un lamentó me sacó de la cama y tras de mí se incorporó mi pareja: la cabeza de Manchita estaba atorada debajo del sillón, corrí a su lado para sacarlo de allí y colocarlo de nuevo en su cama. Su respiración era difícil, mi pareja notó el pulso acelerado. Su veterinario es mi vecino, así que bajé las escaleras hasta su casa y le pedí que lo revisara; mi pareja me alcanzó y me dijo que volviera con Mancha, porque ya no respiraba.

Nunca voy a olvidar la sensación de su cuerpo enfriándose, mientras el veterinario decía que ya no tenía pulso.

¿Qué hubiera hecho si estuviera sola? No lo sé, hubiera sido aún más duro, porque mientras yo intentaba asir la última tibieza del cuerpo de Mancha, mi pareja hablaba con el veterinario sobre los detalles del proceso de incineración y de cómo los pulmones debilitados de mi perrito no soportaron el estrés de verse atorado. Horas después no tuve el valor de volver a tocar a Mancha, así que César ayudó a bajar su cuerpo hasta el coche del veterinario y también, al lunes siguiente, fue él quien llevó a Lila al baño a primera hora.

La Oxfam dice que “el cuidado del hogar y la familia debe ser reconocido como trabajo, ya que implica tiempo, energía y recursos materiales y financieros”, por ello es que esta labor debe ser redistribuida para que no recaiga en las mujeres, sobre todo las más pobres o vulnerables, y que el Estado debe garantizar que todas las personas accedamos al derecho humano de ser cuidadas.

A pesar de la responsabilidad que tiene el Estado mexicano, como expone la Oxfam, se aprobó en la Cámara de Diputados la creación del Sistema Nacional de Cuidados, que tendría como principales beneficiarias a las personas con discapacidad o enfermedades, niñas, niños, adolescentes y personas adultas mayores, pero sin estructura orgánica, ni compromisos económicos. La falta de interés del gobierno en los cuidados ha llevado a que personas con discapacidad intelectual y con enfermedades mentales, atendidas en instituciones públicas, fueran objeto de violaciones graves a derechos humanos. Es por ello que Disability Rights International (DRI) sugiere que las familias reciban apoyos gubernamentales, para asumir los cuidados de las personas con discapacidad.

Es una costumbre muy arraigada esa de explotar la “fuerza de trabajo” de las mujeres, como lo plantea Silvia Federici en Calibán y la bruja. La escritora y activista feminista explica que “el cuerpo es para las mujeres lo que la fábrica es para los trabajadores asalariados varones: el principal terreno de su explotación y resistencia, en la misma medida en que el cuerpo femenino ha sido apropiado por el Estado y los hombres, forzado a funcionar como un medio para la reproducción y la acumulación de trabajo”. Federici se refiere a que con el surgimiento del capitalismo se vio a las mujeres como reproductoras de la fuerza de trabajo, pero también se desvalorizó su labor en el hogar y los cuidados. Quizás es por ello que dos de las principales luchas de nosotras como feministas sean: el derecho al aborto libre, seguro y gratuito, así como eliminar de la división sexual del trabajo.

A forma de cierre, retomo un poco de lo que dice El manifiesto del cuidado: las políticas de interdependencia, para poder llevar las políticas de cuidado a nivel mundial. Un buen ejemplo es la pandemia por COVID-19, donde se demostró que para salir de la catástrofe es necesario priorizar y trabajar en todas las escalas, niveles y dimensiones en el acompañamiento comunitario y también en las estrategias trasnacionales, pensadas como alianzas basadas en la interdependencia, intercambio de recursos y aceptación de la democracia. En pocas palabras, cuidarnos entre toda la humanidad. Puede que sea fácil, pero poner el foco en el tema de cuidados con corresponsabilidad es urgente y necesario.

Hay una frase popular que dice: “todo lo que se cuida florece”. Manchita floreció y yo, también. Desde que nos encontramos en septiembre de 2017, fuimos una familia y ambos nos cuidamos: él me protegió de un militar muy raro que entró al bar donde estábamos, y me dio todo el cariño cuando lo necesité, yo hice todo lo posible porque viviera con dignidad. Estoy segura de que entre más conscientes seamos de la importancia de los cuidados, podremos asumir nuestra responsabilidad individual y colectiva en ellos, lo que nos llevará a un mundo más equitativo y, desde luego, amoroso.

*Foto de portada: Samantha Páez

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Autor Lado B
Samantha Paéz
Soy periodista y activista. Tengo especial interés en los temas de género y libertad de expresión. Dirigí por 3 años el Observatorio de Violencia de Género en Medios de Comunicación (OVIGEM). Formo parte de la Red Puebla de Periodistas. También escribo cuentos de ciencia ficción.
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