Lado B
Postales desde el hogar
Por Espacio Ibero @
18 de marzo, 2021
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Dra. Amaranta Cornejo Hernández

El 8 de marzo es una de las fechas clave para los feminismos, en tanto pone en la agenda social muchas de las temáticas y problemáticas relacionadas con las mujeres. En la primera década del siglo XX, Clara Zetkin propuso la celebración de un día internacional de la mujer trabajadora. En 1975, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) decretó al 8 de marzo como el Día internacional de la mujer, institucionalizando así una conmemoración de indudable origen socialista.

A poco más de un siglo de la propuesta de Zetkin, la diversidad de actividades que se realizan en torno a esta es amplia: desde la apropiación del mercado que comercializa y banaliza la fecha, hasta los encuentros multisituados geográfica e ideológicamente hablando, pasando por las mareas intergeneracionales que encarnan la consigna de “la calle es nuestra”.

En este caleidoscopio de actividades, este 8 de marzo compartí reflexiones con el Sindicato Unitario del Instituto de Astrofísica, Óptica y Electrónica (Sutinaoe) en torno a los trabajos de cuidado y trabajos domésticos como base para la reproducción de la sociedad. Consideré interesante abordar estas cuestiones en un espacio sindical como acto memorioso para Clara Zetkin y muchísimas mujeres trabajadoras que han hecho posible la reproducción social de la vida.

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Así, ese día me centré en la propuesta de la economía feminista emancipatoria: reconocer que la economía es una forma de organizar la vida, la cual puede ser distinta a la financiera y, por ende, podemos optar por poner la reproducción de la vida en el centro, es decir, reconocer, como diría Mercedes Olivera, que sin labores domésticas y de cuidados no sería posible que ninguna persona saliera cada día a trabajar.

Separo las labores domésticas —la limpieza de la casa y la ropa, así como la compra y preparación de alimentos— de las de cuidados —atención a personas que no se pueden valer por sí mismas de forma cabal, como niñas, niños, personas enfermas y personas adultas mayores— porque cada una de ellas implica un tipo de trabajo y atención distintos. Las primeras poco a poco las hemos ido compartiendo más y más con los hombres, mientras que las segundas son delegadas primordialmente a las mujeres.

Foto: Andrea Piacquadio | Pexels

Desde un punto de vista macro, lo anterior nos lleva a mirar algunas cifras aportadas por el Instituto Nacional de Geografía e Informática (Inegi) a través de la “Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado de los Hogares de México, 2018”: en México las mujeres aportamos el 76.4 por ciento de las labores de cuidado y domésticas. Si estas labores fueran remuneradas, significaría que cada una de nosotras recibiría en promedio 59 mil 617 pesos anuales, acumulando un total de 5.5 billones de pesos, a nivel nacional, lo cual a su vez representaría el 23.5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB). Lo anterior nos aporta información para entender la consigna que dice: “eso que llaman amor, es trabajo no pagado”, haciendo referencia a todo el valor económico que tienen las labores domésticas y de cuidados.

Ahora, haciendo un ejercicio para aterrizar las cifras, si contabilizáramos el tiempo que dedicamos a las labores mencionadas, estaríamos de acuerdo con el Inegi al reconocer que, antes de la pandemia, en México las mujeres invertíamos en promedio cuatro horas diarias en las labores de cuidados y domésticas, esto es, la mitad de una jornada de trabajo.

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Con base en información de ONU Mujeres, esta cantidad de tiempo se ha incluso duplicado durante la pandemia. Ante esta situación, considero vital reconocer que lo que parecieran cifras en abstracto se traduce a todo el tiempo, empeño, recursos materiales y emocionalidad que las mujeres ponemos a cada una de las actividades.

Por ello llama mi atención que el Inegi puntualice que, si bien el trabajo doméstico representa el 28 por ciento del total del tiempo, y los cuidados el 19 por ciento, estos últimos en términos económicos representan el 30 por ciento, dado el nivel de especialización que requiere el cuidar de alguien más. Aquí me surge la pregunta: ¿cuáles serían las cifras para la labor emocional que realizamos las mujeres? Esta  cifra sería el cúmulo de acciones que realizamos para procurar un ambiente afectivo que les permita a las personas con quienes convivimos (sobre)vivir cada día.

Frente a esta realidad plasmada en cifras, me resulta importante reconocer la relevancia social de las labores domésticas y de cuidados. Aquí se abren al menos dos discusiones: la primera, sobre si estas deben ser retribuidas con un salario; cuál sería la tarifa por hora/día, y quién debería pagarla. Mientras que para las trabajadoras domésticas y de cuidados esto es vital, para el ámbito del hogar se abre la segunda discusión: qué tanto la noción del trabajo implica una valorización de la misma reproducción social de la vida.

Así, opino que antes de ponerle un valor monetario a las labores cotidianas que realizamos en casa, es urgente resquebrajar las mentalidades machistas y sexistas que refuerzan la segregación e imposición de estas labores a las mujeres. Considero que en la medida en que la sociedad —toda— nos hagamos corresponsables de labores que he venido mencionando, podremos comenzar a construir sociedades más justas. Podríamos valorar cada acción cotidiana que realizamos las mujeres, más allá de la generación de una ganancia monetaria o prestigio social. Esto, además, nos facilitaría a las mujeres dedicar nuestro tiempo y energía a otras actividades que nos permitan construir sentido, a nivel individual y colectivo.

Por todo lo anterior, este año decidí a nivel muy personal e íntimo dedicarme a una acción lo más orgánica posible: reivindicar la vitalidad del trabajo de cuidados desde mi propia dimensión y respetando el precario balance entre mis trabajos doméstico, emocional, profesional y remunerado. Así, asumí únicamente los compromisos que mi energía vital podría sostener. Esta fue mi forma de honrar a todas esas mujeres que por décadas han luchado para que alguien como yo pueda poner en el centro a la reproducción de la vida, y no sólo la producción de capital, financiero y social.

*Foto de portada: cottonbro | Pexels

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