Lado B
Tlacuache
¿Qué tal que no fue Prometeo quien robó el fuego a los dioses sino un tlacuache? Llegó la hora de replantear la mitología (y la figura del marsupial mexicano)
Por Klastos @
01 de julio, 2021
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Tania Valdovinos Reyes

Quizá la mayoría de nosotras nos hemos topado con ella, la criatura de la noche que se mueve siempre sigilosa y lista para hacerse la muerta apenas vea una ligera amenaza. Esa criatura en México tiene una historia mitológica de extrañas coincidencias con la mitología griega (que, en estos tiempos, bien podría traducirse en una batalla legal por los derechos intelectuales del mito). Resulta que el tlacuache es como Prometeo (o al revés, ya depende de en qué lado de la batalla legal nos situemos), aquel ingrato que le robó el fuego a los dioses. 

Su nombre viene del náhuatl tlacuatzin (tla, fuego; cua, mordisquear, comer; y tzin, chico), que significa “el pequeño que come fuego.” De entrada, no parece una práctica muy recomendable pero, según los estudiosos, la leyenda mesoamericana cuenta que, cuando el fuego le pertenecía a los dioses, el tlacuache se los robó con engaños, acercando su cola a una hoguera para, al quemársela, llevarle una brasa a los hombres (lo dejamos así, en masculino, por eso del patriarcado). De ahí que la distintiva cola del tlacuache sea pelona: lleva consigo la marca del hurto y la desobediencia.

Tlacuahe. Crédito: Hunter Desportes. Imagen con licencia Creative Commons

¿Qué haría el tlacuache en estos tiempos apocalípticos? Las respuestas pueden ser sorprendentes. Tlacuache es desde un suplemento cultural del INAH Morelos hasta el nombre de una radio comunitaria en Zoquitlán, Puebla; es un laboratorio de inspiración (lo que quiera que eso sea) especializado en branding digital y también es el apodo de un delincuente del estado de Michoacán; es un intruso que dejó destrozos en el Congreso del estado de Hidalgo y, a su vez, el nuevo fichaje del equipo de futbol de Veracruz; por supuesto, es también la edición especial de un mezcal orgánico artesanal de Oaxaca; y responde al nombre de un espacio creativo de la Rivera Maya, en Tulum, que le devuelve un uso a objetos que parecían obsoletos, así como lo hace también un bazar en Instagram que vuelve a darle vida a la ropa que parecía desechada o pasada de moda.

De todo, sin duda hoy el tlacuache le entra a todo. Si robó el fuego a los dioses, irrumpir en el congreso es PAN comido (guiño). Total, que la figura del tlacuache es incómoda: no termina de parecer rata pero tampoco mapache. A veces aparece como un ladrón dispuesto a cometer los más insospechados crímenes, pero también como una figura que rescata y se reapropia de prácticas y objetos que tendrán nuevos usos y significados. Podríamos sospechar que es un símbolo de resistencia: la señora tlacuache carga siempre en la espalda a su prole hasta que tienen edad para despegarse. ¿Les suena familiar? Aunque tengan similitudes, las formas de cuidado de la mamá tlacuache no son las mismas que las de la “mamá luchona”, que se hace cargo de las criaturas no por la intuición “natural” de cuidadora que supuestamente tiene toda madre sino, más bien, por el abandono del papá tlacuache. 

¿Qué pensaría aquel tlacuache ancestral, el que le robó el fuego a los dioses, del nuevo Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado? Qué incómodo… Quizá el tlacuache solo se arrepienta de haberle dado el fuego a los hombres (así, de nuevo, en masculino) pero no de haberlo robado, es decir, quizá no sienta remordimiento alguno por su desobediencia y transgresión.  ¿Qué pasaría, entonces, si pensáramos en una forma de resistencia política a lo tlacuache

Intentemos, por un momento, redimensionar la propia condición de “lo robado”: el tlacuache roba el fuego, que es vital en la supervivencia y desarrollo de la técnica del hombre (otra vez, en masculino). Ahí, digamos, quiso ayudar. Pero esos hombres aprendieron a robar también. No hace falta decir que gran parte de las crisis de desigualdad económicas, sociales y medioambientales tienen que ver con la voracidad con la que unos cuantos extraen recursos de todo tipo. Ante esto, quizá podríamos pensar en otra clase de “robo”, en el robo que reclama la lucha por la vida, el robo que no se deja. La palabra “robo” deriva en parte del término “apañar”, que significa también “componer, arreglar” (hasta las palabras tienen esa condición tlacuachera de estar constantemente resignificándose). 

Así, las prácticas del tlacuache podrían responder a la premisa de no dejarse, porque aun siendo criaturas de la noche, que pasan desapercibidas, que no tienen lugar y son relegadas, pueden apropiarse y apañarse también del fuego que ha tenido históricamente el hombre (por eso era importante mantener la tóxica figura masculina de la extracción capitalista) y resignificarlo. Y sí, todas sabemos que un cambio global radical es tan bonito como lejano. Así que, en estas condiciones, más nos vale resistir y cambiar, a pasito de tlacuache, las formas de dominación, explotación y extractivismo en las que estamos inmersas y de las que formamos parte. Cuando menos lo esperen, le habremos robado el fuego a aquellos que se tienen por dioses.

Tlacuache Prometeo. Fotomontaje Klastos. Imagen original de Luis J. Romero con licencia Creative Commons

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Klastos es un suplemento de investigación y crítica cultural en Puebla publicado en colaboración con Lado B. CONSEJO EDITORIAL: Mely Arellano | Ernesto Aroche | Emilia Ismael | Alberto López Cuenca | Gabriela Méndez Cota | Leandro Rodríguez | Gabriel Wolfson. COMITÉ DE REDACCIÓN Renato Bermúdez | Alma Cardoso | Alberto López Cuenca | Tania Valdovinos. Email: revistaklastos@gmail.com
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