Lado B
La anestesia de la intuición (y la criticidad)
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
12 de mayo, 2021
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“Pero resulta que el método se aplica siempre a una idea. Y no hay un método para cazar ideas. O, lo que es lo mismo, todo vale con las ideas. La analogía, el plagio, la inspiración, el secuestro, el contraste, la contradicción, la especulación, el sueño, el absurdo…Un plan para la adquisición de ideas sólo es bueno si nos tienta continuamente a abandonarlo, si nos invita a desviarnos de él, a olfatear a derecha e izquierda, a alejarnos, a girar en redondo, a divagar, a dejarnos llevar (no) a la obtención de ideas, sino al tratamiento de éstas. Aferrarnos con rigor a un plan de búsqueda de ideas es una anestesia para la intuición”.

Jorge Wagensberg en Educar en la era planetaria de Edgar Morin.

​“Poseemos las ideas que nos poseen”, dice Morin en el volumen IV de El Método, titulado precisamente “Las ideas” y que es de alguna manera la continuación del volumen previo sobre “El conocimiento del conocimiento”.  Poseemos las ideas que nos poseen porque al mismo tiempo que somos productores de ideas más o menos inteligentes, muy a menudo son las ideas o los sistemas de ideas —las ideologías— las que guían nuestra manera de ver el mundo y de actuar en él.


​Estamos hoy en un escenario global en el que parece que la balanza se inclina precisamente hacia esta segunda opción: más que personas y sociedades que poseen ideas y, por ello, son libres de modificarlas, cuestionarlas, analizarlas críticamente y tomar decisiones libres a partir de ellas, somos hoy como objetos poseídos por nuestras ideas a las que elevamos al rango de creencias, asumiendo de entrada que son incuestionables y que hay que inclinarnos ante ellas demostrándoles una fidelidad ciega y absoluta.

​Estamos hoy en muchas naciones del mundo y en nuestro país encerrados y poseídos por sistemas de ideas, por ideologías que se supone que responden a un método —en el sentido erróneo más bien entendido, como diría Lonergan, como “una serie de pasos que cualquier tonto puede seguir”—, pero como dice el epígrafe de hoy, tomado del libro de Morin Educar en la era planetaria, no existe —en ese sentido de receta— un método para cazar ideas, porque “todo vale con las ideas”, desde el plagio, el contraste y el absurdo hasta la analogía, la inspiración y el sueño, pasando por el secuestro de ideas, el contraste, la especulación o la contradicción.

​Todo vale con las ideas y todo lo que señala Wagensberg en la cita que toma Morin es parte del proceso de la inteligencia, y puede llevarnos al desarrollo de nuestra vida y de nuevas realidades para el mundo, en el que se vayan resolviendo los problemas más acuciantes que hoy parecen llevarnos a la catástrofe.

​El problema no es que con las ideas todo se valga y que en el proceso de pensamiento existan plagios, contradicciones, analogías, sueños, contrastes, absurdos, etc., sino que hoy somos incapaces de explorar todos esos caminos y de distinguirlos adecuada y productivamente para abonar a la mejora continua del mundo, a la humanización de la humanidad para salvarla del colapso.

​El problema es que seguimos esos supuestos métodos de manera rígida, ciega, acrítica y rígida, sacralizándolos y compramos las ideas que nos venden los políticos que nos simpatizan, los medios de comunicación de moda, los líderes de opinión o los influencers que coinciden con nuestras creencias y refuerzan nuestras posturas predeterminadas.

​Y como dice el autor citado en el epígrafe, un plan para la adquisición —o mejor dicho para la búsqueda— de ideas solo es bueno si nos invita continuamente a abandonarlo, a desviarnos de él, a mirarlo desde distintos ángulos para tratar de tener un panorama más completo. Un plan para buscar nuevas ideas que mejoren nuestra vida o mejoren el mundo solo es bueno si nos hace girar en redondo, divagar y dejarnos llevar a la aventura del conocimiento real y verdadero —siempre limitado, histórico y superable, pero verdadero y real— del mundo en el que vivimos.

​Un trayecto de búsqueda de ideas pertinentes para transformar al mundo, debería conducirnos no a obtener ideas o a seguirlas, sino al tratamiento de estas ideas para llegar a nuevos estadios de desarrollo humano. Si lo llevamos al mundo de la educación y seguimos la propuesta del paradigma de la complejidad, esta propuesta implicaría el paso de la visión enciclopedista en la que un estudiante mejor educado es el que acumula más ideas de distintos campos aunque no sea capaz de comprenderlas, integrarlas e incorporarlas a su vida, a una visión enciclopedante que ponga en ciclo las ideas y los conocimientos, que haga circular el pensamiento generando visiones más completas y complejas de las distintas dimensiones de la realidad.

​No es la realidad actual ni de las escuelas ni de las universidades en las que no se busca este tratamiento y circulación de saberes, sino más bien la adquisición de conceptos que se asumen como verdaderos para obtener seguridad. Por ello los planes y programas de estudio van generando actitudes de seguimiento ciego de las ideas obtenidas y miedo o rechazo a abandonarlas, cuestionarlas, alejarse de ellas, divagar, explorar y olfatear a derecha e izquierda para crecer intelectual y éticamente.

​Tal como afirma Wagengsberg, “aferrarnos con rigor a un plan de búsqueda de ideas” o incluso a un conjunto predeterminado de ideas que conforman un proyecto inamovible, es una anestesia para la intuición.

​Pero me gustaría ir más allá de esta propuesta de despertar la intuición en vez de anestesiarla, generando procesos de desviación, búsqueda, seguimiento de impulsos o anticipaciones de la inteligencia porque considero que además de la anestesia de la intuición, tenemos hoy un escenario de anestesia de la criticidad.

​Tanto la intuición como la criticidad son elementos fundamentales para no ser poseídos totalmente por nuestras ideas y tratar de ser nosotros los que las poseamos y usemos para la búsqueda de mundos mejores.

​La intuición que no está anestesiada nos lleva precisamente a escuchar y hacer caso de lo que llamamos coloquialmente “corazonadas”, lo cual es útil para no dar por hecho las ideas prestablecidas y darnos la oportunidad de abandonar los planes, de girar en redondo, de divagar para buscar —creativamente— superar las ideas ya creadas y aceptadas.

​Pero la criticidad que no está anestesiada nos lleva a no sacralizar las ideas diciendo que todas son respetables, sino a someterlas a revisión para que, como dice Adela Cortina, “se ganen el respeto” por ser sólidas e inteligentes. La criticidad que no está anestesiada genera preguntas para la reflexión que nos hacen cuestionar las ideas y buscar pruebas, ponderarlas y tratar de llegar al conocimiento verdadero de la realidad.

​Mientras que la intuición que no está anestesiada nos hace explorar sabiendo que el pensamiento nos lleva a muy diversos lugares —el plagio, la contradicción, el absurdo, el sueño, la analogía, la especulación, el contraste y la inspiración—; la criticidad que no está anestesiada nos permite distinguir lo que es plagio de lo que es original, lo que es valioso después de un proceso de especulación, el valor que nos brinda una buena analogía para comprender, lo que es sueño y lo que es realidad palpable y los sueños que pueden ser alcanzables si se convierten en proyectos viables.

​El retorno presencial a las aulas está ya, según las señales de las autoridades, a la vuelta de la esquina. Ojalá volvamos a una escuela que no anestesie la intuición y la criticidad de los futuros ciudadanos de este país con el exceso de contenidos y el apego a planes rígidos e inamovibles o a procesos de ideologización. Porque nuestra sociedad necesita cada vez con mayor premura la movilización de la inteligencia.​ ​

*Foto de portada: Pexels​

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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