Lado B
Las dos caras de la soledad
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
10 de marzo, 2021
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Por una sociedad libre de violencia contra las mujeres

(…)

después de la alegría viene la soledad
después de la plenitud viene la soledad
después del amor viene la soledad

ya se que es una pobre deformación
pero lo cierto es que en ese durable minuto
uno se siente
solo en el mundo

sin asideros
sin pretextos
sin abrazos
sin rencores
sin las cosas que unen o separan
y en esa sola manera de estar solo
ni siquiera uno se apiada de uno mismo”

Mario Benedetti. «Soledades«.

El tema de esta semana para la Educación personalizante surge de la noticia que se publicó en varios medios de comunicación por ahí del 24 o 25 de febrero, sobre la creación de un Ministerio de la Soledad por parte del gobierno japonés. Según una nota del diario El Financiero, Tetsushi Sakamoto será el primer funcionario en ocupar el cargo de Ministro de la Soledad en el país del sol naciente.

La razón para la creación de este ministerio es la preocupación por el aumento de los suicidios en el país durante el año pasado. Dice la misma nota que: “a finales de enero, el Ministerio de Salud japonés informó que 20 mil 919 personas murieron por esta causa durante 2020, según datos preliminares, lo que representó un aumento del 3.7 por ciento con respecto a un año previo, siendo este el primer aumento de suicidios en más de una década, de acuerdo con el medio. Las cifras indican que mujeres y jóvenes tienen las tasas más altas”.

Llegamos solos al mundo y solos nos vamos de él. Sin embargo, somos esos seres sociales que decía ya Aristóteles desde el siglo cuarto antes de Cristo que, para sobrevivir, necesitan de los demás y que para construir una vida plena, que pueda realmente llamarse humana, tienen que relacionarse con otros de miembros de la especie homo sapiens-demens como la define Edgar Morin. Esta es una de las tantas paradojas de la condición humana: nacemos y morimos solos pero no podemos vivir solos.

No obstante, como dice el poema de Benedetti, en el transcurso de nuestra vida humana después de la alegría, de la plenitud, del amor, del disfrute de la belleza, de la amistad compartida, de los momentos significativos, viene la soledad y, de pronto, de un día para otro, de un instante a otro, en ese “durable minuto”, uno se siente solo en el mundo y se percibe sin asideros, sin pretextos, sin abrazos, sin rencores, sin las cosas que unen o separan.

Si el poeta hubiera vivido el 2020, seguramente hubiera podido añadir también que después de los días, las semanas y los meses de encierro obligado y de falta de asideros, de pretextos para celebrar la vida, de abrazos, y sobre todo de hambre de abrazos, uno se siente solo y en esa sola manera de estar solo, ni siquiera uno se apiada de uno mismo.

Es muy probable que ese aumento significativo de suicidios, sobre todo en mujeres, sobre todo en jóvenes, se deba a esa soledad impuesta por la pandemia. Una soledad que habita los hogares donde está la familia que se termina detestando, pues roba nuestra soledad sin ofrecernos  a cambio verdadera compañía, como decía Nietzsche.

Tal vez no habría necesidad de un Ministerio de la Soledad si la educación preparara a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes para asumir y hacerse cargo de esta paradoja humana; si los preparara para saber que después de la alegría, de la plenitud y del amor viene la soledad, y después de la soledad —de esas etapas en las que uno no se apiada de sí mismo— puede volver a venir la alegría, la plenitud y el amor que nos renuevan.

(…)

Y algunas veces suelo recostar
Mi cabeza en el hombro de la luna
Y le hablo de esa amante inoportuna
Que se llama Soledad…

Joaquín Sabina. “Que se llama soledad”.

Así es. Yo creo que muy probablemente no habría necesidad de un ministerio dedicado a la soledad y que podrían disminuirse drásticamente los suicidios si en los espacios de educación formal y no formal generáramos procesos para perder el miedo a estar solos y solas, a dialogar con uno y una misma, a autoconocerse y autovalorarse, a apiadarse de uno y una misma por más sola o solo y desdichado o desdichada que nos sintamos.

No habría necesidad de este si le habláramos a las y los educandos de esa “amante inoportuna que se llama Soledad”, que llega de vez en vez cuando; si les enseñáramos que no está mal que las cosas a veces salgan mal, porque es parte del proceso de aprendizaje y componente inevitable de la vida; si les diéramos herramientas imaginativas, creativas, para recostar su cabeza en el hombro de la luna en esos momentos de tristeza y abandono, para recargar energía, para aprendera  aceptarse y a quererse tal como son.

A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.

No sé qué tiene el aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo,
no puedo venir más lejos

(…)
Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.

Lope de Vega. “A mis soledades voy”.

Como profesionales de la esperanza podría ser bueno leer y asimilar esta noticia que ocurre en Japón pero que pasa en todos lados, con o sin Ministerio de la Soledad. Estamos en una época en la que se inculca el miedo a la soledad, porque nos deja desnudos frente a nosotros mismos, frente a nuestras contradicciones, nuestras sombras y agonías, de esas que hablábamos la semana pasada en el tema de educar la espiritualidad.

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Si formamos a las nuevas generaciones para que como Lope de Vega sean capaces de ir y venir de sus soledades, ir y venir de eso que a veces está más lejos, que es nuestra propia interioridad, evitaríamos mirar solamente la cara negativa y depresiva de los momentos de soledad, y veríamos así también la faceta constructiva y de desarrollo espiritual que tienen las etapas de soledad; mismas que nos ayudan a ser amigos del silencio y a conectarnos con nuestro ser interior, con todos sus ángulos positivos y negativos.

Cultivar la soledad constructiva y espiritual, así como aprender a manejar y hacerse cargo de la soledad destructiva y aniquilante, son dos tareas que nos toca aprender a trabajar a las y los educadores de estos tiempos de pandemia.

Porque, querámoslo o no, finalmente todos vamos a morir solos, pero nadie merece morir de soledad.

*Foto de portada: Jeric Delos Angeles | Pexels

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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