El presidente opina y la oposición se escandaliza. A ratos son tonterías y a ratos discusiones que deberían darse en un ambiente democrático si ambas partes estuvieran dispuestas a argumentar en lugar de descalificar. El último episodio es la intención presidencial de desaparecer el INAI y que sus funciones sean asumidas por la Secretaría de la Función Pública. Aún no hay propuesta concreta, pero el presidente suelta el anzuelo y la oposición se enfrasca en el duelo de descalificaciones. 

En el caso concreto del INAI, no es deseable que el Ejecutivo sea juez y parte en las decisiones sobre la información pública, aunque desespera la visión espartana de la oposición y el desperdicio de estas oportunidades para repensar ciertos órganos para su mejor funcionamiento. Para efectos democráticos, a los ciudadanos no nos sirve ni la narrativa del presidente (“todos los organismos autónomos son corruptos e ineficaces”) ni la visión idílica de la oposición sin discusión ni argumentos.

Sería importante diferenciar: no puede medirse con la misma vara al IFT, la CNDH, al INAI o al Banco de México. Ni todos son nidos de funcionarios ineficientes ni todos funcionan eficazmente. Esta debería ser una oportunidad histórica para reformular los organismos y el gobierno en su conjunto: habría que discutir y justificar por qué deben permanecer intocados o cuáles serían los mecanismos, las instituciones y los procedimientos para sustituirlos. 

Por ejemplo, debería discutirse ampliamente la existencia del padrón electoral y su manejo —si se quiere en algún momento tomar en serio la existencia de un documento de identidad—. Esto implicaría una reestructuración del INE, para lo cual todas las partes deberían dejar su mera visión coyuntural. 

También puede interesarte: Un viernes, tres estampas, un país

¿Es una ocurrencia o un atentado contra la democracia desear la desaparición de la CNDH? No parece ser el caso, aunque la oposición seguramente lo defendería como tal. En este caso, el atentado contra los intereses de los ciudadanos es dejarlo intacto, pues su papel es de un elefante blanco sin capacidad de acción y sin decisiones relevantes (mero bastión de cierto grupo de intereses).

Para efectos de fortalecimiento democrático no sirve la cerrazón sorda de la oposición porque es clara la necesidad de reformar algunas instituciones y fortalecer el poder del Estado en ciertos sectores y mercados —más allá de la incomodidad de la 4T con algunas instituciones y su afán de controlarlas—. Esto no quiere decir darle manga ancha al presidente, sino partir de una obviedad: las instituciones son perfectibles y una reforma política es necesaria, siempre y cuando tanto el gobierno como la oposición tengan altura de miras y logren acuerdos para fortalecer al Estado, lo que puede significar reformas o eliminación de ciertas instituciones. Las propuestas del presidente no deberían desecharse por tildarlas de ocurrencias, y la oposición debería aprovechar el momento para limitar el poder del Ejecutivo fortaleciendo y reformando lo procedente. 

Entre las propuestas de unos y la cerrazón de otros, el impasse es desesperante: unos piensan que vivimos/vivíamos en una democracia sin parangón, con instituciones cuasi perfectas, bastiones innegables de democracia, y otros creen que sus propuestas son de vanguardia porque todo los anterior es malo. 

En este sentido, nos espera un año lleno de descalificaciones y parece que serán otros doce meses perdidos entre las ocurrencias de unos y las descalificaciones de otros.

*Foto de portada: Andrés Manuel López Obrador | Facebook