Lado B
Educar a cualquiera y a cada uno
El arte de educar también consiste en saber, de algún modo, en qué momento nos dirigimos a cualquiera de los y las estudiantes, y en qué momento nos dirigimos a cada uno
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
19 de enero, 2021
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Ésta es para mí la noción de igualdad más reveladora y más certera: considerar a cualquiera, sin excepción, un igual. Así, la igualdad no podrá ser algo que ocurra después por los efectos de un cierto tipo de propuesta educativa, sino que debe ser inmediata, primera. Pero es evidente que también lo que se enseña produce efectos diferentes en cada uno. Por eso mismo es que si el comienzo de lo educativo está demarcado por la igualdad, su destino será, siempre, la singularidad. En todo ello se convierte el arte de educar: en saber, de algún modo, en qué momento nos dirigimos a cualquiera y en qué momento nos dirigimos a cada uno.

Carlos Skliar. “La educación tiene que ver con el encuentro difícil, arduo, entre la infancia y la adultez». Noveduc.

Me ocurrió en estas vacaciones de diciembre que, justo a propósito de la cena navideña, me topé en el muro de Facebook de un amigo de un amigo mío una entrada que decía que había tenido una excelente celebración porque no había tenido que soportar en su reunión familiar a ninguna persona —joven como él o adulta— que sostuviera X ideas políticas contrarias a las suyas, que estuviese en contra de proyectos y políticas públicas que él considera positivas o que emitiera ciertos juicios morales que contradecían lo que él considera válido para vivir humanamente en estos tiempos.

Remataba esta descripción diciendo que este era el verdadero espíritu que debería prevalecer todos los años en estas festividades y que ojalá que así fueran todas sus reuniones en el futuro.

No señalo a qué ideas políticas, proyectos o políticas, juicios morales o ideas se refería porque me parece que en nuestros días la polarización nos hace encontrarnos por igual con posturas del lado de quienes se consideran progresistas y se mueven al son que toca la corrección política, y con puntos de vista totalmente contrarios que reflejan el lado que se escandaliza con los cambios que vive la sociedad humana en estos tiempos y que sostienen que hay que defender a ultranza lo que se pensaba y se vivía en el pasado, porque como dice el dicho popular: todo tiempo pasado fue mejor.

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En ambos extremos del espectro ideológico y existencial me muevo, y como me jacto de tener amigos de muy diferentes tendencias, mis redes sociales muestran cotidianamente estas perspectivas encontradas sobre lo que estamos viviendo hoy: la de quienes quieren dejar de lado todo lo pasado por considerarlo negativo, destructivo y deshumanizante —partiendo muchas veces de interpretaciones sesgadas o claramente erróneas de estas visiones tradicionales, aunque otras también con razones válidas—, y la de quienes piensan que necesitaríamos volver al pasado porque estamos viviendo en una etapa de franca decadencia humana y social.

De modo que da igual de qué lado está la persona que cito en esta anécdota porque desafortunadamente el tono de ambos bandos extremos normalmente tiende a ser de superioridad moral y total incomprensión y descalificación del otro extremo. Ninguno de nosotros está exento de caer en ocasiones o de vivir metido en estas facciones cerradas al diálogo y a la tolerancia a los que son, piensan o viven diferente.

Por ello, considero importante dedicar esta Educación personalizante a hablar sobre la educación en y para la igualdad, que es al mismo tiempo educación en y para la singularidad y la diferencia.

Como afirma el pedagogo argentino Carlos Skliar en la cita que sirve de epígrafe al texto de esta semana, la noción más reveladora y más acertada de igualdad en educación tiene que ver con considerar a cualquiera, sin excepción, repito, sin excepción, un igual. Por ello la igualdad no ocurre como efecto de un cierto tipo de modelo o propuesta educativa, sino que está en la raíz, en la esencia primera de toda educación que pretenda estar a la altura de nuestros tiempos.

Esta noción de igualdad funciona para los dos lados extremos que señalaba a partir de la anécdota de partida. Porque si bien los que se ubican en las facciones extremadamente conservadoras y en las más radicales posiciones racistas, supremacistas, homofóbicas, anticomunistas, etcétera no han sido formados en esta visión de igualdad y no están dispuestos a considerar a cualquiera, sin excepción, uno igual; del mismo modo quienes se autodefinen como progresistas y defensores de la tolerancia caen muchas veces en la misma postura en la que no están dispuestos a aceptar como iguales a los que rechazan el diálogo y la aceptación con otros seres humanos por su ideología, su raza, su posición social o religiosa, su preferencia sexual o su origen, con lo que se vuelven también intolerantes.

En un mundo dividido y polarizado entre facciones que llegan a la violencia verbal, e incluso física, para imponer sus ideas y posiciones al resto de la sociedad, resulta cada vez más urgente formar a las futuras generaciones en la visión de igualdad sustantiva que plantea Skliar, para que crezcan con la convicción de que cualquiera —sin excepción— es un igual, un alter ego.

Esta educación en la igualdad sustantiva tiene al mismo tiempo que ser una enseñanza abierta a la diversidad y a la singularidad de cada ser humano que se está formando en cualquier escuela, universidad o espacio educativo no formal.

Como dice Skliar, el comienzo de toda educación es la igualdad pero su destino es siempre la singularidad, porque a pesar de que se diseñen currículos homogeneizantes con perfiles de egreso que pretenden igualar a todos los educandos, cada uno de los educandos es una persona distinta que no es enmarcable en un perfil ideal ni predecible en lo que va a llegar a ser, pensar y hacer en su vida al egresar del sistema educativo.

Es por ello que los profesores y profesoras que dominan el arte de educar deben ser capaces de diferenciar en qué momento se están dirigiendo y enseñando un tema a cualquiera —a todos los miembros de un grupo o generación de estudiantes— y en qué momento se están dirigiendo a cada uno.

Si esta visión de enseñar a cualquiera y al mismo tiempo formar a cada uno va instalándose y volviéndose la manera natural de educar en una aula o en alguna institución educativa, lograremos trascender la división, la polarización, el encono y el enfrentamiento entre grupos y facciones en la sociedad para volver a la escuela un factor de reconstitución del tejido social a partir de una auténtica tolerancia, comprensión y aceptación que trasciende los discursos de moda de la corrección política.

Formar a cualquiera con la misma calidad, vocación, afecto, entrega y compromiso y educar a cada uno según su personalidad, sus necesidades, aspiraciones y sueños. Este es el reto de cualquier educador que busque con seriedad lograr contribuir, desde la profesión de la esperanza, a la construcción de otro mundo posible en el que no nos alegremos de que en nuestras reuniones y celebraciones no haya nadie que piense o viva distinto sino que valoremos y sepamos acoger las diferencias como una parte natural y deseable de las comunidades humanas.  

 

*Foto de portada: master1305 | Freepik 

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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