Lado B
La banalización del ocio en la vida universitaria
En este Espacio Ibero se comenta sobre la diferencia entre ocio y aburrimiento, pues el primero nos puede enseñar que la inactividad es fructífera
Por Espacio Ibero @
15 de abril, 2020
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Foto: mentatdgt | Pexels

Mtro. Manuel Antonio Silva de la Rosa | Espacio Ibero

Con frecuencia hemos confundido el ocio con el aburrimiento. Hemos banalizado el ocio y lo hemos convertido en una estancia donde estamos simplemente desocupados. Y en estos tiempos, es mal visto no estar ocupado con algo o con alguien. Existe una compulsión por la actividad frenética. En este sentido, hace falta dilucidar la diferencia entre ocio y aburrimiento. 

La fuente del aburrimiento es el vacío interior. El sujeto aburrido está ávido de estímulos externos para ponerse en movimiento y realizar cosas para dar cuenta de su existencia. Desde este vacío interno o, mejor dicho, desde esta carencia, nace el afán de compañía, surge la imperiosa necesidad de divertirnos, entretenernos o distraernos. El aburrimiento es un estado donde nos encontramos inquietos y ansiosos por cubrir nuestras necesidades. Nos invade un espantoso vacío y un aburrimiento que nos convierte en una carga insoportable. Milan Kundera describe muy bien en su libro La lentitud que el desocupado está frustrado, se aburre, está en constante búsqueda del movimiento que le falta. 

Todo lo contrario, para el ocio, pues es una actividad que nos exige hacernos cargo de nuestra existencia. En el ocio creamos un tiempo para encontrarnos con nosotros mismos. En griego se pronuncia “Skholè” (σχολή), esta palabra tiene que ver con el tiempo libre. Además, en la raíz de la palabra latina “schola”, quiere decir escuela, pero esta raíz no se puede reducir a las cuatro paredes de una institución. Más bien, tiene que ver con el encontrarse con sus circunstancias. Es desde el ocio que la vida nos exige reconocer lo extraño en nosotros mismos. El ocio es el motor para darle forma a lo desconocido que el mundo sensible nos ofrece. Paradójicamente, la sociedad actual ha potencializado que el sujeto esté en el mundo como uno más, pero no como uno mismo.  

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Esto obedece a la construcción de subjetividades que va creando nuestra sociedad. Especialmente en el ámbito de la educación la identidad de los sujetos se va forjando entre el hacer más que en el ser. Buscamos actividades que sean “útiles” para nuestras vidas. Así, la validez está fincada tanto cuanto dé resultados inmediatos para nuestra vida. Si esto lo llevamos a la universidad, podemos ver que en las asignaturas de la mayoría de las carreras queremos justificar el contenido que va adquiriendo el alumnado con base en la producción de cosas “útiles” para la sociedad. De esta manera, hemos confundido la exigencia académica con la realización de productos innovadores que sean útiles y que den resultados a corto plazo, más que con el esfuerzo de acompañar a la alumna y al alumno por el interés de comprender a profundidad los problemas de nuestra sociedad y poder materializar una praxis con conciencia crítica.

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Es de suma importancia identificar que en esta sociedad en la que nos encontramos, tenemos un afán de querer ganarle al tiempo. La vida universitaria tiene el espíritu de la prisa. En estos espacios, el acumular experiencias en poco lapso es pensar que estamos ganando y conquistando el tiempo. Necesitamos aprender a mirar el tiempo como compañero. El individuo de hoy solamente ve el tiempo como algo que se puede consumir.

Ante esto planteado, el ocio nos puede enseñar que la inactividad es fructífera. Nos revela un tiempo desnudo, sin eventos, sin ningún programa, sin ninguna actividad intencionada. Esto hace que vivamos sensibles a la otredad. En estos tiempos, en donde no hay tiempo para nada que no sea la empresa del yo, necesitamos darnos un tiempo y dialogar con la inactividad.

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Cuando nos dejamos tocar por el entorno, desde esta sensibilidad que despierta el espíritu del ocio, la vida se vive con talante. Tal vez, Hannah Arendt termina el prólogo a La condición humana insistiendo en “pensar en lo que hacemos”, como si lo único que se necesitara en esta época es que la contemplación acobije a la pragmática del hacer. Ante esto, es decisivo fomentar el ocio en las universidades, que el tiempo sea entendido según la relación de cada instante, con calma, que la reflexión que se haga sea con serenidad.

No hay, quizás, definición más grande sobre la serenidad que la que propone Heidegger: poder dejar que las cosas reposen en ellas mismas. Hay que dejar que en el ocio nos encontremos junto con todos los problemas que vamos viviendo, pero también hay que dejar que nos encontramos con aquello que nos da esperanza, estos verdaderos y nobles huéspedes que reposan en nuestro interior: hay que hacer lo posible para dejarlos ser desde sí con fecundidad. Desde estos parámetros la actividad más alta se alza sobre una pasividad creativa. Sin embargo, nuestra época hace de nosotros sujetos activamente compulsivos, tengo que, debo, quiero, esta narrativa es el pan de cada día. Todos estos inicios de revuelo son formas de un secuestro. Nos retienen la capacidad de pensar con hondura. En la época de la avidez, nos sentimos obligados a desarraigarnos de la receptividad y de la pasividad creadoras. Así, vamos perdiendo ese espíritu que nos impulsa a implicarnos con compromiso y profundidad en este mundo.

*Foto de portada: mentatdgt | Pexels

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