Lado B
El futuro es performativo: pensar en lo común
En el anhelo de una respuesta eficaz del Estado ante el COVID-19, hay cierto reconocimiento del fracaso del sistema neoliberal, asegura Roberto Alonso
Por Roberto Alonso @rialonso
14 de abril, 2020
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La paradoja de nuestros cuerpos en estos días deja al descubierto nuestra interdependencia. Como escribió el cronista argentino Martín Caparrós, el cuerpo volvió al centro de la escena: nuestros cuerpos peligran y por ello es necesario protegerlos, pero a la vez suponen una amenaza para otros y, por tanto, debemos alejarlos del espacio público. Si podemos, mejor guardarnos. En uno u otro sentido queda claro que dependemos de los demás, y si todo está interconectado, el destino entonces no puede ser individual, sino común.

Que nos indignen las condiciones en las que se encuentra nuestro sistema de salud, la falta de instrumental médico básico, la carencia de personal sanitario y el número limitado de ventiladores, monitores y otros recursos, puede ser síntoma de la lucha política de la oposición encaminada a mermar al gobierno en turno, que no pocas veces ha estado acompañada de noticias falsas, pero también puede ser signo de una preocupación genuina por lo común, aquello que es de interés general y tendría que ser accesible a todas y todos.

En el anhelo de una respuesta eficaz y firme del Estado ante el avance de la pandemia y la crisis económica que traerá consigo, parece haber una narrativa de reconocimiento del fracaso del sistema neoliberal, de sus límites. Un sistema, por cierto, anclado en el individualismo, sin un proyecto colectivo o, en todo caso, reservado para las élites, a costa de la exclusión de las grandes mayorías y del propio debilitamiento del Estado. Es esto lo que explica que, siendo el mismo, el virus termine discriminando, esto es, afectando de manera distinta a los grupos sociales según su condición económica.

Foto: Marlene Martínez

Voltear a la intervención pública parece ganar consenso en las últimas horas, pero no hace mucho era una señal de alarma, mal vista dentro de un modelo económico que generó crecimiento, avances tecnológicos y enriquecimiento a un costo muy alto: desigualdades extremas como la que documentó Oxfam en su informe de este año : 2 mil 153 millonarios en el mundo poseían en 2019 más riqueza que 4 mil 600 millones de personas. Sálvese quien pueda.

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En nuestra región, América Latina, esta racionalidad ha desmantelado los sistemas de seguridad social, expoliado la naturaleza, precarizado el empleo y condenado a la informalidad a grandes capas de la fuerza laboral, de ahí que como sostiene el sociólogo también argentino, Agustín Salvia, no sólo estamos ante una epidemia sanitaria, sino que al mismo tiempo tiene lugar una nueva ola de pobreza estructural que golpeará más a quienes viven en mayor vulnerabilidad. Como ya es costumbre dentro de este modelo, sin medidas diferenciadas, serán los más pobres quienes más sufrirán.

De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la emergencia por el COVID-19 causará mayores impactos que los generados por la recesión económica de 2009. Se estima un retroceso de 14 años en materia social por el número de personas que aumentarán las filas de la pobreza por causa del desempleo. Para Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de este organismo, “pasaríamos de los actuales 186 millones de pobres a 220 millones, y de los actuales 67,5 millones de latinoamericanos y caribeños que viven en condición de pobreza extrema a 90,8 millones.”

Foto: Marlene Martínez

¿No es este un llamado contundente a la acción? ¿No es suficiente este emplazamiento para pensar en un nuevo orden, en un nuevo modelo que ponga al centro el bienestar de todas y todos, la salud pública como elemento nodal, de manera que la economía y la política giren en torno a la vida?

En este sentido, no son pocos quienes vaticinan que estamos ante un cambio de época. El biólogo mexicano Víctor Toledo, por ejemplo, ha descrito que estamos ante la crisis del modelo globalizador y la imperiosa necesidad de perfilar nuevas maneras de vivir, acaso ante una oportunidad de regeneración civilizatoria. La pandemia, reflexiona el periodista y analista uruguayo Raúl Zibechi, es el cierre de la civilización moderna, occidental y capitalista. Para el filósofo argentino Enrique Dussel estamos viviendo el agotamiento de la modernidad y vislumbrando una nueva edad del mundo –la transmodernidad–, en la que la humanidad deberá aprender a afirmar la vida por sobre el capital, el colonialismo y el patriarcado.

Si no es pensando en bienes comunes como la salud, en colectivo y con preferencia en las y los excluidos, la crisis en curso solo acentuará las desigualdades existentes. Si el futuro ya no es lo que era, más vale no dejar pasar la oportunidad de modificarlo.

*Foto de portada: Marlene Martínez

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Autor Lado B
Roberto Alonso
Coordinador de la Licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Iberoamericana Puebla y del Observatorio de Participación Social y Calidad Democrática.
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