Lado B
El futuro es performativo: mirar con compasión
Varios pensadores coinciden en que algo está saliendo a flote en medio de esta crisis: la noción de interdependencia. Le pertenecemos a la Tierra
Por Roberto Alonso @rialonso
31 de marzo, 2020
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Escribía hace unos días el historiador israelí Yuval Noah Harari, que las decisiones que personas y gobiernos tomarán en estas semanas probablemente darán forma a la realidad de los años por venir. No se trata sólo de superar la amenaza inmediata de la pandemia, sino de preguntarnos, a propósito de ella, qué tipo de mundo vamos a habitar. Y planteaba una doble disyuntiva: vigilancia totalitaria acompañada de aislamiento nacionalista o empoderamiento ciudadano de la mano de una solidaridad global.

El futuro se está configurando en estas horas críticas y más vale no sólo saberlo, sino asumirlo, moldearlo y transformarlo con los actos que realizamos. Aquella imagen que circula en redes sociales en la que vemos un paisaje de edificios, en uno de los cuales puede leerse la frase “No volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema”, contiene un acto de conciencia de esta premisa. La dificultad estriba en codificar la salida al dilema.

Es ya un lugar común declarar que las crisis son a la vez ventanas de oportunidad. Y en ello han coincidido diversos pensadores en los últimos días. El debate en torno a una política de salud universal que se ha dado en el cruce entre la nominación demócrata en los Estados Unidos y el adelanto de la pandemia del COVID-19, apuntó la filósofa de ese país Judith Butler, ha llevado a rumiar que es posible pensar y valorar fuera de los términos que el capitalismo impone. “Sólo un cambio radical puede salvarnos”, sentenció el sociólogo y psicoanalista esloveno Slavoj Žižek, apuntando hacia una reorganización de la economía mundial. Con una dosis de esperanza, la filósofa española Adela Cortina vaticinó que la sociedad cambiará radicalmente, lo que requerirá del mayor capital ético de cada persona.

Por su parte, el ensayista surcoreano Byung-Chul Han, confió en que el virus puede traer consigo una revolución humana para restringir drásticamente el capitalismo destructivo. Leonardo Boff, teólogo brasileño, ha enfatizado que estamos en efecto ante una oportunidad para repensar la forma en que habitamos el planeta, cuestionando la acumulación ilimitada, el individualismo y la indiferencia ante la miseria. “Es imperativo reformatear nuestro estilo de vida”, resumió.

Por desgracia, lo que no es común es pensar en el bien común a escala global. Visualizando la Unión Europea, el jurista italiano Luigi Ferrajoli ha destacado que cada país camina por su lado con estrategias diferentes, defendiendo una soberanía imprudente. Más aún, acota la periodista y activista canadiense, Naomi Klein, el shock del coronavirus amenaza con hacer avanzar políticas que profundicen la desigualdad existente, enriqueciendo aún más a las élites.

Aunque el coronavirus es el mismo y no discrimina por cuenta propia, las inequidades existentes provocan que el impacto sea diferenciado, exacerbando la desigualdad social y económica.

¿Qué hacer? Coinciden varios de estos pensadores que algo que está saliendo a flote en medio de esta crisis, no exenta de otras problemáticas añadidas como la desinformación, el racismo y el egoísmo, es la noción de interdependencia. Nos necesitamos unos a otros, y en realidad le pertenecemos a la Tierra –matizará Boff– no ella a nosotros. Estamos interrelacionados y, como ironiza Žižek, lo que hoy nos ha unido a millones a actuar solidariamente ha sido la separación y el aislamiento. No obstante, le corrige Han, el aislamiento no genera un sentimiento colectivo fuerte, pues guardar distancia no permite soñar con una sociedad distinta, más pacífica y justa. ¿O sí?

A la pregunta de lo que toca hacer, Klein responde sencillamente: cuidarnos los unos a los otros, cuidar a nuestros vecinos y cuidar de las personas vulnerables. Podemos también, subraya Harari, confiar en la evidencia científica y con ello cortar la cadena de la desinformación. Debemos, anhela Butler, reimaginar nuestro mundo con un deseo de igualdad radical. A escala global, Ferrajoli recupera una idea que le ronda el pensamiento: un constitucionalismo planetario.

En cualquier caso, la actitud necesaria para el cuidado es la compasión. Donde hay cuidado hay una mirada compasiva. El cuidado es expresión de la afectividad y precede a la razón; es la esencia del ser humano y la primera nota de nuestro desarrollo. Existimos porque alguien cuidó de nosotros, alguien movido por la compasión que brota de sentir el dolor y la necesidad del otro y, al mismo tiempo, de la capacidad de actuar recíprocamente. Sin cuidado no hay vida.

Foto: Branimir Balogović | Pexels

Circula otro relato en redes sociales cargado de esperanza alrededor de la capacidad de cuidado en el ser humano. Interrogada sobre lo que ella consideraba el primer signo civilizatorio en una cultura, la antropóloga Margaret Mead habló de un fémur; pero no cualquier fémur, sino uno que se había roto y luego sanado. Un fémur roto que se ha curado, acotó, es evidencia de que alguien acompañó al herido y le ayudó a recuperarse. Si la historia no es real, sí lo es Atapuerca.

Si dejamos que el cuidado de la vida ocupe el centro de la política, de la economía y de la cultura, el lugar que hoy ocupan el mercado y el capital, estaremos más cerca de construir lugares realmente habitables para todas y todos.

Roberto Alonso: Académico del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana Puebla y coordinador del Observatorio de Participación Social y Calidad Democrática.

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Roberto Alonso
Coordinador de la Licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Iberoamericana Puebla y del Observatorio de Participación Social y Calidad Democrática.
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