Los desplantes de López Obrador, la llamada del gobierno a quedarse en casa, y los instrumentos y medidas con los que cuenta el Estado Mexicano para enfrentar la crisis del coronavirus convergen en un mismo tiempo, pero sería importante distinguir que se trata de tres cosas distintas.
Las actitudes de López Obrador son injustificables. Para una buena parte de la sociedad, son incluso incomprensibles. Que quiera andar de gira es su derecho y hace dos semanas podía ser más o menos justificable que tratara de no detener al país antes de tiempo.
No se aconsejaba, pero se sabía que no podía decretarse un encierro sino en el momento preciso. Ese momento se declaró el lunes 23 de marzo. Las giras ya no encontraron sustento alguno: se convirtieron en mero capricho y desapareció cualquier lógica que pudiera acompañarlas.
El llamado del gobierno a mantenerse en casa para frenar la epidemia no encontró comprensión por parte del presidente de la República. No había necesidad de asistir a Badiraguato este fin de semana y ni qué decir del saludo a la mamá de un capo asesino, lo que supone una bofetada a las familias las víctimas de la delincuencia en los últimos tres lustros.
El presidente se equivoca y no se da cuenta o insiste en sus falaces aciertos. Y se equivoca no porque “los otros” sean conservadores o porque hayan alabado al gobierno de Calderón o porque hayan pactado con los narcos, sino porque está haciendo cosas que no corresponden al momento que vivimos.
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El presidente quiere seguir en campaña, cuando el país exige que tome medidas políticas y económicas para evitar muertes, despidos y para que todos -sobre todo los más pobres- resientan menos la pandemia. El presidente imagina que el país quiere ver obras inauguradas, cuando en realidad el país requiere acciones frente a la tormenta.
El Presidente tiene un desfase político, lo que resulta extraño si se piensa que ha tenido un timing político innegable en los últimos quince años. La desgracia de este país no podría ser mayor: cuando el país precisa decisiones, el presidente propone recitar poemas.
Por otra parte, la llamada del Ejecutivo para quedarse en casa no puede juzgarse plenamente en este momento. Durante dos semanas los expertos de Facebook y Twitter han insistido hasta la saciedad que el gobierno no actuaba y exigían que se decretara una cuarentena temprana. La decisión podrá evaluarse al final de la crisis y tendrá que analizarse en dos carriles: el de la salud y el de la economía.
Con relación al primero, no habrá más que echar un vistazo al número de muertos y contagiados. Los incendiarios dirán que el gobierno pudo evitarlos, pero también es cierto que la propia naturaleza de la pandemia hace imposible evitar contagios y, penosamente, las muertes. El mayor o menor número de muertos y la manera cómo se desarrolle la crisis será clave para, entonces sí, poder definir si el llamado del gobierno a quedarse en casa fue acertado en cuanto al momento.
Con relación a la economía, la duración del encierro será clave para determinar si haber bajado la cortina dos semanas antes pudo hacer una diferencia. Las dos semanas (15 al 29 de marzo) donde el gobierno invitaba a quedarse en casa pudieron ser vitales, pero también es cierto que para quienes viven al día, dos semanas antes pudieron ser aún más devastadoras en su economía.
Por lo que respecta a las medidas e instrumentos para enfrentar la crisis, el gobierno tendrá que ir desplegando medidas económicas y programas sociales que ayuden a empresarios, trabajadores y a cualquier ciudadano, para que los efectos de la crisis que vivimos sean menores. Se sufrirá, pero la medida del dolor tiene correlación con los paliativos que ofrezca el gobierno.
En este sentido, habrá que insistir que el sistema de salud con que cuenta el país es insuficiente, cualquiera que sea el resultado de esta crisis. Hemos invertido demasiado en partidos políticos, en organismos autónomos, en programas y proyectos inútiles durante los últimos veinte años. Una vez acabada la crisis, no importando cuál sea su resultado, habrá que repensar el Estado para que nunca más un mexicano sufra por quedarse en casa unos días -por no hablar de semanas- y para que empecemos en serio a invertir en lo más importante: salud, educación y empleo.
Esta crisis demuestra que todo lo demás es secundario.
EL PEPO