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Mujeres insumisas: Un alto al racismo desde el trabajo doméstico
Huir de la guerrilla llevó a mujeres de Colombia a transformarse en trabajadoras domésticas. Luchan contra la exclusión con una carta de derechos en mano
Por Lado B @ladobemx
26 de mayo, 2019
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Ximena Natera | Pie de Página

MEDELLÍN, COLOMBIA: En el imaginario popular de las personas en esta ciudad está instalada la idea de que la piel negra protege a quien la habita del cansancio, el hambre, la enfermedad…

“Piensan que el negro no se muere, ni se desgasta”, dice María Roa, fundadora de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico (Utrasd), el primer sindicato de este tipo en el país.  Para la mujer, que ahora ronda los 40 años, con lemas racistas como éste logran enmascarar el abuso laboral que sufre la población afro y que guarda sus raíces en el pasado esclavista de la región.

Roa recuerda la impresión que dejó la ciudad de Medellín la primera vez que recorrió sus calles, cuando tenía poco más de 18 años.

“Tenía demasiado miedo, era enorme y las casas eran iguales…la gente me veían mal”.

María Roa.

En el municipio de Apartadó, al norte de Medellín, la población negra sabía que en la ciudad, su color de piel significa ser mirados por encima del hombro. Por eso, cuando María llegó al Barrio Esfuerzos de Paz No.1, en la Comuna 8, sintió un alivio profundo.

María Roa Borja, fundadora y Secretaria General de UTRASD, llegó a Medellín a los 18 años, huyendo de la violencia. Foto: Ximena Natera

San Javier, Comuna 13. La periferia de Medellín han crecido con la llegada constante de desplazados del conflicto interno en las últimas décadas. La poca planeación y las construcciones irregulares provocan serios problemas de movilidad y acceso a servicios básicos.

San Javier, Comuna 13. La periferia de Medellín han crecido con la llegada constante de desplazados del conflicto interno en las últimas décadas. La poca planeación y las construcciones irregulares provocan serios problemas de movilidad y acceso a servicios básicos. Foto: Ximena Natera

“En el asentamiento, la gran mayoría éramos negros. Era lo más bonito porque volví a sentirme en casa, había muchos de mi mismo municipio, nuestras costumbres, comida, pero también con los mismos problemas”.

Roa había huido de su hogar, en un momento donde la región se convirtió en una de las más afectadas por el los ataques de grupos paramilitares contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Según cifras de ACNUR, el conflicto armado suma 7. 7 millones de víctimas de desplazamiento interno y la cifra sigue creciendo, aún después de la firma de los acuerdos de paz en 2016. Todos los días, recuerda ella, llegaban personas cargando las pocas pertenencias que tenían. Cada día más.

El consuelo que trajo la familiaridad de la Comuna 8 en un principio, se transformó rápidamente en miedo. Al igual que otros lugares como San Javier y el Salado, los barrios habían crecido con la llegada de los desplazados. Los campos de refugiados se convirtieron en el lugar al que las personas huían de la guerra, ahí se encontraron con una violencia distinta: el abandono y la pobreza estructural, la desigualdad, la falta de oportunidades y el profundo racismo que todavía impregna las estructuras de la sociedad colombiana.

“Por ser negra y mujer, lo único que te pueden ofrecer es el trabajo doméstico”, dice, y cuenta que también los hombres afro son criminalizados cotidianamente.

“Lo tienes que agarrar (el trabajo) porque casi todas venimos con hijos, con el papá, la mamá y por lo general las mujeres se vuelven el sustento de las familias”.

En la ciudad de Medellín, más del 80% de las empleadas domésticas que laboran para las familias de clase media y alta, son afrodescendientes y la mayoría, como María Roa, son desplazadas del conflicto, sin un hogar estable, ni entradas de dinero, atención médica, o acceso a la educación, características que han convertido a las mujeres afro en centro de constante hostigamiento y abuso en el trabajo doméstico.

Ella recuerda que poco después de asentarse en la ciudad comenzó a trabajar en la casa de una familia adinerada.

Fueron, en parte, sus malas experiencias en el trabajo doméstico lo que la ayudó a crear un sindicato sin precedentes en el país suramericano, que tiene la finalidad de terminar con las malas prácticas laborales y defender los derechos de las trabajadoras del hogar. El sindicato nació el 1° de marzo del 2013, cobijado por la Escuela Sindical Nacional, con un grupo de 28 mujeres afro de Medellín y una meta clara:

“Sonaba a locura pero sabíamos que íbamos por las leyes, no queríamos un sindicato para tirar piedras (…) Buscábamos que los derechos de las trabajadoras del servicio doméstico fueran  reconocidos, que se les pague un salario mínimo, prestaciones sociales y atención médica, un mejor futuro para nuestras hijas”, dice María Roa.

En 9 años, el Utrasd ha construido una red de afiliadas en todo el país, cuenta con subdirectivas en Cartagena, Urabá, Bogotá, Neiva y Tumaco y las 28 mujeres originales se transformaron en más de 500.

Tras años de batalla legal e incidencia política, el sindicato logró incidir en la promulgación de una ley (ley 1788 de 2016) que reconoce la labor doméstica como trabajo formal que debe de ser protegido por contrato  y debe contar con beneficios determinados por la ley.

Yasiris Palacio, originaria del Chocó, llegó a Medellín hace más de una década donde se dedica al trabajo doméstico y forma parte de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico. Foto: Ximena Natera

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*Foto de portada: Ximena Natera

*Del especial Hogares Inhóspitos, dirigido por Ojo Público, en coordinación con la Red de Periodistas de a Pie, Nómada y Mutante.

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