Lado B
Deambulando por México: memorias, testimonios y documentales
En los últimos 10 años, el cine documental ha experimentado un auge notable. Aquí un por qué de esto, tras una revisión de la violencia en México y Puebla
Por Klastos @
28 de marzo, 2019
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Verónica Mena León

La memoria, cuando es convertida en historia, no siempre hace justicia a lo que atestiguó.  Incluso todo lo contrario. El silencio de otros (A. Carracedo y R. Bahar, 2018) inauguró la gira de Ambulante en Puebla este año, y lo que vimos fueron testimonios de sobrevivientes de la Guerra Civil española. Sobrevivientes de tortura, madres cuyos hijos les fueron arrebatados por la dictadura y adultos mayores cuyo único deseo era recuperar los huesos de sus familiares de las fosas comunes.

Todos ellos y ellas, testigos cuya memoria no fue convertida en parte de la historia; cuyas imágenes hemos visto en algún momento (si no es que todos los días), aunque no sea esa imagen en particular, pero que termina siendo una imagen con la que nos identificamos. El documental aparece aquí como una nueva forma de hacer memoria: los testimonios que muchos conocen pero que, por medio de la cámara, nos impactan de una manera en que la literatura, la crónica o el cine de ficción no siempre logran. El documental aparece aquí como un espacio de enunciación de lo innombrable.

Pero, ¿qué es aquello que no se nombra? El sexenio de Peña Nieto fue el más violento en la historia de México, mientras que el 2018 quedó registrado como el año más violento en el estado de Puebla. El año pasado, la función inaugural de la gira Ambulante fue la muy necesaria Ayotzinapa, el paso de la tortuga (Enrique García Meza, 2017), aunque  Puebla y Oaxaca fueron la excepción con Riesgo (Laura Poitras, 2017) como película inaugural.

El documental de García Meza permite entender qué fue lo que sucedió la noche del 26 de septiembre de 2014, contrastando el punto de vista de la historia oficial (a través de comunicados de prensa y entrevistas a las autoridades oficiales, una simple administración de las imágenes), y el punto de vista propuesto por el director: la intención no es dar un cierre a los hechos mostrados sino seguir indagando en la memoria y en los mundos posibles que han sido negados, los cuales, al mismo tiempo, se abren paso a manera de denuncia.

Entonces, ¿por qué no se nombran ciertas cosas? La palabra parece quedarse corta ante lo que se vive o lo que puede ser revivido a través de la imagen. Sí, todo documental tiene una perspectiva propia que siempre puede estar sujeta a distintos debates y polémicas pero es en el género documental donde se muestra lo innombrable: ante una visión simplista y unilateral de los hechos –como ha sido la de la gran mayoría de los medios de comunicación de circulación nacional, donde lo transmitido termina más bien pareciendo una administración mediática de la violencia (una administración sin reflexión, sin cuestionamientos y sin ética)– cuyo interés no va más allá de mantener un supuesto orden social, surge una alternativa que en lugar de “administrar” estas imágenes de violencia busca incidir, incomodar, mostrar y nombrar lo que ha pasado desapercibido o lo que se quiere mantener silenciado.

Desde su primera edición en 2005, Ambulante ha registrado un aumento en un 610% de asistencia a las funciones, lo cual permite preguntarnos sobre la creciente popularidad del género y sobre el interés tan fuerte por parte de la audiencia. Tal vez sea resultado de una audiencia cansada de una simple “administración de las imágenes” que vemos en los medios de comunicación día con día, que busca ver representadas historias que interpelan a una memoria colectiva que hasta este momento no contaba con una representación que las hiciera permanentes. Aquí, el cine documental se encarga de enunciar desde un lugar distinto. Esa enunciación surge de un malestar colectivo, de un hartazgo social y de conflictos sin resolver, pretende hacerse cargo bajo sus propios términos de lo que durante años se ha silenciado.

La programación de Ambulante contempla películas que, por diversos motivos, se ven en situaciones difíciles al momento de su producción y distribución: desde películas censuradas por más de treinta años como México, la revolución congelada (1970) de Raymundo Gleyzer, la cual muestra una fuerte crítica al Estado mexicano y a los hechos del 2 de octubre, proyectada por primera vez en México en la gira Ambulante 2007, pasando por la sección de Dictator’s Cut la cual “aborda la censura y la libertad de expresión”. Así como muestra también el documental 12.511 Caso Rosendo Radilla Pacheco (2009) de Gabriel Hernández, donde retoma la etapa conocida como la “Guerra Sucia” en México (en la que las desapariciones y violaciones de derechos humanos fueron en aumento). Hasta el apoyo económico a través de becas a películas que difícilmente hubieran conseguido financiamiento, como el caso de Presunto Culpable (2008) de R. Hernández y G. Smith, donde se muestra un sistema penal mexicano fallido y corrupto.

El género documental se ha hecho cargo de cubrir una demanda que ha permanecido durante décadas desatendida, ocultada, ignorada: historias de violencia a las que se les negó un espacio de enunciación y una voz propia, pero que se han ido acumulando con el tiempo y ya no pueden permanecer en el olvido.


Still de Hasta los dientes (2018), de Alberto Arnaut.
Tomado de: https://www.mexicoescultura.com/actividad/199942/hasta-los-dientes.html

Una de tantas historias que logró encontrar un lugar de enunciación desde el documental fue Hasta los dientes (2018) de Alberto Arnaut, quien el 19 de marzo del 2010 se entera a través de varios medios de comunicación que “dos sicarios resultaron muertos en un enfrentamiento con elementos de la Secretaría de Defensa Nacional en la zona del Tecnológico de Monterrey”, y que afortunadamente no hubo “civiles heridos por el enfrentamiento”. Los “sicarios” en realidad eran Jorge Mercado y Javier Arredondo, estudiantes de la institución cuyos cuerpos fueron encontrados junto a armas de fuego plantadas en la escena por el mismo ejército.

Esto (y muchos, muchos otros sucesos en los que civiles se vieron atrapados en enfrentamientos armados) sucedió durante el sexenio de Felipe Calderón, el cual se calcula que terminó con unos 90 mil muertos (ya que no se tienen cifras exactas) y sólo en el año 2010 se sabe que 1 de cada 3 quejas que registró la CNDH fue en contra de la Marina o de la Secretaría de Defensa Nacional.

La realización de Hasta los dientes y el auge que ha tomado el cine documental en México, se ha encargado de nombrar y mostrar historias que durante mucho tiempo permanecieron silenciadas, pero que desde el 2006 al ser tantas se requirió de una estrategia que necesariamente permitiera volver estas historias permanentes: impedir que se olviden, contarlas bajo sus propios términos y buscar la mayor visualización posible.

Ante la estrategia de militarización en las calles (en donde Ciudad Juárez fue uno de los primeros lugares) –una estrategia de seguridad fallida que no logró sino un aumento en desapariciones, violaciones de derechos humanos, feminicidios, e inseguridad y cuerpos sin reclamar– el documental no deja de cuestionar, reclamar, señalar, incomodar y retomar cuestiones que se han quedado sin resolver, pero que se encuentran presentes en la memoria.

En El Silencio de Otros y en Soles Negros (2018) dirigida por Julien Elie y proyectada este año, vimos historias separadas por más de treinta años y más de nueve mil kilómetros, dos testimonios que comparten un mismo pesar: “para quienes buscamos a nuestros familiares desaparecidos, el tiempo es el peor enemigo, porque se nos va la vida buscando”.

Sin duda se han vivido tiempos difíciles en México estos últimos años, y pareciera que los medios de comunicación sólo transmiten imágenes violentas con un tremendo desinterés, sólo se encargan de administrar esta violencia (ligada a un discurso unilateral, inamovible y jerárquico), como lo muestra Soles Negros. Ciudad Juárez es la primera ciudad que muestra el documental, en donde vemos testimonios que explican cómo desde la implementación del ejército en las calles es que comienzan las desapariciones de mujeres y niñas, algo que no se había visto antes pero que ahora, desgraciadamente, es un estilo de vida normalizado.

Soles negros continúa con un recorrido en cuatro ciudades más llenas de feminicidios, asesinatos a periodistas, desapariciones de civiles, trata de personas, violencia hacia los migrantes; temas considerados en cada una pero que parecen intercambiables entre las mismas.

Still de Soles Negros (2018), dirigida por Julien Elie
Tomado de: https://voir.ca/cinema/2018/11/09/soleils-noirs-aux-ridm-des-restes-humains/

Es cierto que el documental toma cierta distancia de la realidad (por la naturaleza del medio, es difícil que nos lleguen historias que hayan sucedido en el mismo año que se proyectan) pero, aun así, éste no permanece ajeno a la misma: denuncia, apunta, separa, interfiere con la realidad, nos muestra historias que nos interpelan.

Las memorias encuentran un espacio que surge de la inconformidad, de la denuncia, de la necesidad de compartir historias que no se queden en el olvido o la censura, y que provengan de un lugar de enunciación que busque la reflexión, el cuestionamiento y que permita seguir indagando ante esa inconformidad. Podría tratarse de un espacio de subversión que no busque acomodarse en el discurso histórico sino crear uno nuevo, y tal vez así hacer de la memoria algo permanente.


Imagen tomada de: https://www.ambulante.org/iniciativas/festival/

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