Lado B
Utopía y proyecto histórico: relación y distinción
Toda utopía debe irse traduciendo en un proyecto histórico viable, en metas alcanzables a través de estrategias objetivas y posibles de realizar porque si no, se queda en un sueño estéril que puede incluso ser peor que la realidad
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
29 de mayo, 2018
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“Ella estaba en el horizonte.
Me acerco dos pasos,
ella se aleja dos pasos.

Camino dos pasos y
el horizonte se corre
diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine,
nunca la alcanzaré.
¿Para que sirve la utopía?
Para eso sirve: para caminar”.

Eduardo Galeano.

“Basta de realidades, queremos promesas” decía una pinta en una pared de las calles de Buenos Aires, Argentina durante un proceso electoral por ahí de los años ochenta. Se trata de una frase que según un articulista del diario El País se remonta hasta París en el mayo del 68 y ejemplifica desde mi punto de vista el sentir de muchos ciudadanos mexicanos frente al proceso electoral del cada vez más próximo 1 de julio.

Porque la gran mayoría de los mexicanos estamos hartos de las realidades en que hoy nos tiene viviendo la decadencia de un sistema político que se niega a morir pero ya no tiene forma de renovarse para responder a los desafíos de estos tiempos.

Hartos de la corrupción, hartos de la impunidad, hartos de la violencia, hartos de la inseguridad, hartos del capitalismo de cuates o de compadres que como caricatura de lo que llaman “modelo neoliberal” se instaló en México para enriquecer a quienes están dentro del círculo del poder –“Señor, no te pido que me des, solamente que me pongas donde hay” dice un sarcástico proverbio popular- y convertir la política en un inmenso negocio coludido con todo lo que deje ganancias, incluyendo el crimen organizado.

Según muchos analistas, este hartazgo generalizado es el que explica el panorama pre-electoral que estamos viviendo en el que a juzgar por lo que expresan las encuestas, los mexicanos están diciendo que ya basta de realidades, que quieren promesas y por ello se inclinan por la propuesta de campaña que les ofrece una “nueva República amorosa”, una “Constitución moral”, un reino de paz y justicia en el que todo se arreglará con el ejemplo y la “honestidad valiente” de un líder carismático.

Esta opción electoral encarna para muchos mexicanos que hartos de tantas realidades desagradables están apostando por las promesas -aunque carezcan de explicitación de los medios y las estrategias que las harán posibles- los valores más altos y las aspiraciones más limpias.

Un ejemplo de esta visión es este fragmento de un artículo reciente del destacado abogado laboralista Arturo Alcalde: «El actual proceso electoral ha generado un acelerado aprendizaje colectivo, no sólo en relación con la importancia del cambio y la confianza en que se logrará en pocos días, sino también sobre los temas que involucra: pacificar al país, suprimir la corrupción, mejorar la educación, gozar de salarios dignos, evitar gastos superfluos, apoyar a los auténticos empresarios, proteger el medio ambiente. Como dijera un viejo trabajador textil: Necesitamos que triunfe la decencia». 

La enorme y tal vez irremontable ventaja que tiene el candidato puntero en las encuestas hoy en día se debe en gran parte a que está ofreciendo a los mexicanos, cansados de realidades, una utopía en la cual creer.

Este planteamiento utópico tiene sin duda un valor sobre todo porque nos encontramos en un escenario de enorme desmoralización social en el que la gente parece no creer en las posibilidades de transformar la terrible e injusta situación en la que se encuentra nuestro país hoy en día.

La utopía renueva el deseo de creer, motiva, reanima, aviva nuevamente la energía colectiva porque como dice una frase que posteó una amiga en Facebook: “Las cosas nunca son como las imaginamos, pero si no las imaginamos, nunca serán”. 

En efecto, si no imaginamos un México mejor, sin violencia, sin corrupción, con justicia y trabajo para todos, sin impunidad, con una democracia consolidada, nunca será posible tener ese país.

Pero también es cierto, como dice la misma frase, que las cosas nunca son como las imaginamos, porque como afirma el poema multicitado de Galeano basado en la Ithaca de Kavafis, la utopía sirve para caminar pero se aleja siempre al mismo ritmo en que nos movemos hacia ella. La utopía es el horizonte deseable pero inalcanzable del todo, es el ideal hacia el que queremos apuntar pero sabiendo que por mucho que caminemos, nunca lo vamos a alcanzar.

Toda utopía debe irse traduciendo en un proyecto histórico viable, en metas alcanzables a través de estrategias objetivas y posibles de realizar porque si no, se queda en un sueño estéril que puede incluso ser peor que la realidad porque eventualmente producirá frustración y desencanto, llevará a una nueva y más profunda desmoralización.

Esto es lo que no está claro ni en la propuesta del candidato López Obrador ni en la visión de sus seguidores, el paso de la utopía sin duda seductora al proyecto político viable en las condiciones reales de nuestro mundo y de nuestra sociedad –porque aunque estemos hartos de realidades, las realidades están aquí, irremediablemente-.

“El proyecto pedagógico es sensible a las señalizaciones de las utopías como la brújula al N magnético en lontananza; las utopías se afianzan con la garantía del sostenimiento efectivo de la acción pedagógica cotidiana”.

Julieta García Méndez. Utopía y proyecto pedagógico.

Traduciendo este panorama al campo de la educación personalizante, resulta muy importante tener claridad respecto a la necesidad y el papel de la utopía en toda propuesta educativa. La utopía juega un papel relevante porque es como el norte magnético en lontananza, el punto que marca el rumbo y el sentido del quehacer cotidiano. Pero precisamente por este papel como ideal a buscar, no debe nunca confundirse con el proyecto educativo real que se planea, se opera y se vive cotidianamente. Como afirma esta cita, la utopía establece la tensión necesaria entre la realidad actual y la visión deseable, tensión que debe mantenerse de manera explícita para garantizar que el trabajo pedagógico cotidiano sostenga la búsqueda de la utopía y la utopía sirva como motor de la actividad diaria.

La misma autora plantea que “…Las utopías pueden pensarse como orientadoras de proyectos pedagógicos, es decir, como eje orientador en la educación del hombre, en su conversión de individuo a hombre pero, como señala Maffesoli: Mientras se limite(n) a hablar «en punteado», mientras no caiga en el utopismo, mientras no se transforme en una entidad…”.

La utopía educativa es necesaria como orientadora de proyectos pedagógicos pero no como entidades alcanzables porque si se plantean así, si se cae en el utopismo, se puede convertir en un elemento que obstaculice el trabajo cotidiano y llevarnos a actuar en función del bien abstracto, que muchas veces es peor que el mal. En nombre de la utopía educativa inalcanzable se pueden echar por la borda proyectos y acciones constructivas nacidas del aquí y el ahora. En nombre de la utopía pedagógica se pueden descalificar y evaluar negativamente proyectos e instituciones educativas que trabajan de manera significativa por el logro de una mejora continua del ser humano pero como resulta obvio, están siempre en déficit respecto al ideal a alcanzar en una visión utópica.

Esta distinción entre utopía y proyecto histórico o existencial debe también trabajarse en el proceso de formación de las nuevas generaciones si buscamos contar con ciudadanos capaces de soñar un futuro mejor pero empeñados seriamente y con los pies en la tierra en avanzar limitada y progresivamente hacia su construcción.

Educar a las nuevas generaciones para soñar e imaginar, para construir y creer en utopías es algo imprescindible porque si no imaginamos otro mundo posible, nunca será.

Pero educar a las nuevas generaciones en la capacidad de dar a la utopía su lugar como ideal inalcanzable, como motor que nos sirve para caminar y para construir proyectos históricamente viables de humanización resulta también indispensable, porque una muestra de madurez humana tiene que ver con la capacidad de saber que las cosas nunca son como las imaginamos, o como nos quieren hacer creer.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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