Lado B
¿Civilización? [1]
Que un hombre muera en nosotros cada vez que un hombre muera en cualquier lugar, asesinado “por el miedo y la prisa de otros hombres”. Ese sería el principio de una educación para la civilización, de una educación que realmente forme ciudadanos, habitantes comprometidos con la civitas, individuos críticos y responsables en el ejercicio activo de su ser político, de su carácter de habitante de la polis y responsable del bien de su comunidad familiar, vecinal, nacional, planetaria.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
17 de noviembre, 2015
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

En solidaridad con las víctimas de la violencia en París y en todo el mundo.

Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.

 

[dropcap]Q[/dropcap]ue un hombre muera en nosotros cada vez que un hombre muera en cualquier lugar, asesinado “por el miedo y la prisa de otros hombres”. Ese sería el principio de una educación para la civilización, de una educación que realmente forme ciudadanos, habitantes comprometidos con la civitas, individuos críticos y responsables en el ejercicio activo de su ser político, de su carácter de habitante de la polis y responsable del bien de su comunidad familiar, vecinal, nacional, planetaria.

Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y como yo feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.

Que seamos capaces de pensar y de sentir cuando escuchamos una cifra, cuando oímos ciento veinte, ciento cincuenta asesinados en París, ochenta mil, cien mil muertos, veinticinco mil ochocientos veintiun desaparecidos en México, doscientos veinte mil muertos en Siria, de pensar y de sentir que más allá de los números, cada uno era un ser humano como nosotros, un ser que durante meses estuvo oculto en el vientre de una madre, que nació entre esperanzas y lágrimas y que aspiraba a ser feliz en el sufrimiento y a tener una vida humana, una historia hecha de horas, de días y de sueños. Ese sería el logro principal, más allá de competencias profesionales, disciplinares, genéricas y específicas, de una verdadera educación que formara seres humanos para el mundo humano.

Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que, de pronto, un día comprendió
el valor que tendría la existencia
si todos cuantos viven
fuesen, en realidad, hombres enhiestos,
capaces de legar sin amargura
lo que todos dejamos
a los próximos hombres:
El amor, las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, las sementeras,
el frío de la piña rebanada
sobre el plato de laca de un otoño,
el alba de unos ojos,
el litoral de una sonrisa
y, en todo lo que viene y lo que pasa,
el ansia de encontrar
la dimensión de una verdad completa.

Que tuviésemos la sensibilidad para vivir en nuestra propia experiencia la realidad de que cada uno de los muertos y desaparecidos por la violencia injustificada e injusitificable de carácter criminal, económico, político, racial, cultural o religioso –el absurdo más grande, la violencia que se escuda en lo religioso- como una realidad abierta a la trascendencia, movida por el anhelo de ser “más que un hombre” y guiada por el deseo de encontrar la dimensión de la verdad completa, para legar sin amargura y con esperanza a las próximas generaciones todo lo bello del mundo natural y cultural heredado, todo lo valioso del conocimiento parcial que nos acerca progresivamente a esa verdad completa. Esa debiera ser la meta, el perfil deseable subyacente a todo perfil de egreso en cualquier escuela o universidad de este país y del mundo en estos tiempos aciagos en que reinan los violentos que imponen a todos su imperio de miedo, para hacer realidad el sueño de que “el diccionario detenga las balas” y “los que matan se mueran de miedo”.

Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de Europa,
Una bala de hombre mata a un hombre.

Que viviéramos en verdad nuestro ser individuo-sociedad-especie, que en lo profundo de nuestra identidad pudiéramos sentir la vibración de ser habitantes de la “Tierra-patria”, para que un hombre muriera en nosotros cada vez que en Asia, en África o en América o en alguna bella ciudad de Europa como París una bala de humano matara a otro ser humano. Esa tendría que ser la evaluación de Formación cívica y ética en nuestros sistemas educativos que siguen ocupados en enseñar leyes, reglas, normas y ritos que junto con la necesaria identidad nacional refuerzan a veces los prejuicios chauvinistas, las distorsiones sociocéntricas, etnocéntricas y egocéntricas que llevan a ver lo propio como lo único, lo nuestro como lo correcto, lo distinto como lo equivocado y lo peligroso.

Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición a callar bajo los pinos,
el orgullo que tuve de ser hombre
al oír en Platón morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro…

Que la muerte, que cada muerte injusta, violenta, irracional nos hiciera caer en la cuenta de la fragilidad de todo lo que pensamos con orgullo y hasta con soberbia que hemos levantado como personas, como profesionales, como humanidad. Que con cada hecho de fanatismo violento pusiera en duda nuestro orgullo de ser humanos, la riqueza de nuestra herencia intelectual y artística, de nuestro desarrollo espiritual y “hasta el sabor del agua y hasta el claro júbilo de saber que dos y dos son cuatro”. Esta sería la forma de educar en el realismo y la humildad de saber que como decía Borges: “Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena” y aunque cumplamos con este deber, tendríamos que sentir la arena movediza de todo nuestro legado civilizatorio cada vez que un acto de barbarie planta la bandera de la muerte por encima del deseo de permanencia de la vida.

Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
en la hora en que el hombre
penetra a mano armada
en la vida indefensa de otros hombres.
súbitamente arteras,
las raíces del ser nos estrangulan.

Porque en cada acto de barbarie se pone de nuevo todo en duda y surgen mil preguntas sin respuesta cada vez que el ser humano a mano armada violenta y destruye la vida indefensa de otros seres humanos. De manera que es nuestro deber educar para afrontar la incertidumbre y para caminar con una pequeña linterna que busque lo humano en medio de la oscura caverna de esta crisis de civilización que hoy vuelve a poner en riesgo nuestra supervivencia y nuestro carácter de seres conscientes, capaces de obedecer la vida y guiar la vida.

Y nada está seguro de sí mismo
ni en la semilla en germén,
ni en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la compacta oscuridad la estrella,
¡cuando hay hombres que amasan
el pan de su victoria
con el polvo sangriento de otros hombres!

Porque en esto no tiene nada que ver Dios, ni la religión que es producto de la íntima necesidad de religación con nosotros mismos, con la naturaleza, con los demás, con la humanidad toda y con el misterio que nos trasciende. Porque en esta ola de violencia irracional lo que detona las balas y las bombas no es el impulso hacia el amor sin fronteras que es la fuente de la experiencia religiosa en sus distintas expresiones sino la búsqueda del poder sin concesiones, la egocéntrica meta de amasar el pan de una pírrica victoria con el polvo sangriento de seres humanos inocentes.

Escuchemos nuevamente este clamor por una educación personalizante en este momento en que de nuevo se pone todo en duda y los cimientos de nuestra civilización se debilitan. Porque la auténtica educación es como dice Savater, antifatalismo, pero es también antifanatismo.

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[1] Jaime Torres Bodet. Civilización.
Civilización – Poemas de Jaime Torres Bodet

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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