Lado B
Manifiesto cursi
Cuando en este país parece que hemos tocado fondo, se nos vienen encima nuevos acontecimientos que nos hacen pensar que siempre es posible estar peor, que las crisis pueden no tener fin, que la decadencia es el camino por un túnel –ahora está de moda la imagen del túnel- que no tiene fin ni permite ver ni un pequeño rayo de luz.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
21 de julio, 2015
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Martín López Calva

@M_lopezcalva

 

1.-La apuesta

“La fraternidad amante y la inteligencia consciente son las fuerzas vivas de la humanidad”.

Edgar Morin, La vida de la vida. p. 515.

Cuando en este país parece que hemos tocado fondo, se nos vienen encima nuevos acontecimientos que nos hacen pensar que siempre es posible estar peor, que las crisis pueden no tener fin, que la decadencia es el camino por un túnel –ahora está de moda la imagen del túnel- que no tiene fin ni permite ver ni un pequeño rayo de luz. De manera que el camino natural parece ser el del pesimismo y la desesperanza, el de la desmoralización generalizada. Y así estamos, así parecemos ir sobreviviendo hoy como nación que vio frustrada su transición a la democracia, su aspiración a la equidad y al desarrollo.

Pero también hay otra opción para vivir en este escenario, una opción de terquedad y resistencia, de visión contracorriente, de camino difícil pero a la vez esperanzado, es el camino de lo que Lonergan llama libertad vertical, es decir, la libertad que trasciende los criterios de valoración y decisión del horizonte en que nos toca vivir e intenta sacar la cabeza por encima de la decadencia y buscar nuevos criterios a partir de lo que puede atisbarse más allá del túnel obscuro del presente.

Esta opción no se sustenta en evidencias empíricas, sino en una apuesta por la humanización de la humanidad que como dice el mismo autor, no siempre ha sido así, ni tiene por qué seguir siendo así. Desde esta opción escribo hoy acerca del amor y la educación, de la educación como acto de amor y del amor como una de las fuerzas vivas de la humanidad, que hay que promover y dinamizar desde la acción educativa.

El gran historiador Edmundo O´Gorman, que fue profesor universitario durante varias décadas, afirmaba que la educación es un acto de amor y que si no se vive de este modo, resulta pura pedantería, porque el profesor –especialmente el profesor universitario- que no ejerce su docencia movido por el amor a los educandos la ejerce con la finalidad de presumir o alardear de su sapiencia o erudición.

Pero además de pedantería, la educación que no se realiza como un acto de amor al otro resulta muchas veces un mero acto de chambismo, de cumplimiento de un deber, un programa u horario, de esfuerzo rutinario por ganarse el sustento propio y el de la familia, de acto puramente prosaico, es decir, de supervivencia y no de auténtica vida humana.

Tal vez una de las razones por las que la educación no es aún una parte sustancial de la solución a nuestra crisis de desmoralización social y sigue siendo más bien parte del problema, es precisamente que lo que predomina en nuestras aulas es esta vivencia prosaica del trabajo que se cumple y no la pasión educadora que nace de un acto de amor a los educandos y de amor a la sociedad en la que se vive y a la sociedad en la que se quiere vivir.

Esta visión puede causar risa en los académicos e investigadores educativos que requieren siempre de evidencias empíricas y aceptan solamente categorías e indicadores conceptualmente operacionalizables. El amor ciertamente no es una de estas categorías y se ve muchas veces como algo pre-científico o cursi, porque se entiende como mera sensiblería y desde ahí se mira imposible que un docente pueda sentir amor por sus estudiantes y si lo siente, seguir siendo capaz de mirar con objetividad y eficacia su tarea.

2.-La condición.

“Fraternidad y amor son insuficientes por sí solos…los fantásticos desencadenamientos de amor que van a perderse en los cielos vacíos o a alimentar en los nubarrones mortales sólo pueden fecundar nuestras vidas si el amor se vuelve inteligente, es decir, si es capaz de detectar la ilusión y el error…”

Edgar Morin, La vida de la vida. p. 513

Pero como bien afirma Morin en esta cita, la fraternidad y el amor son insuficientes por sí solos, porque el amor y la fraternidad entendidos solamente como sentimientos superficiales no podrán fecundar las vidas y las acciones de los seres humanos y transformar de manera efectiva a la sociedad.

Para que el amor se active eficazmente como fuerza viva de la humanidad es necesario que se vuelva inteligente, que sea capaz de detectar la ilusión y el error. Para que el amor fecunde nuestras vidas y sea una semilla de cambio social resulta indispensable que trascienda el nivel de sentimiento espontáneo y se convierta en un dinamismo inteligente, crítico, responsable, que sin dejar de ser sentimiento brote de una afectividad profunda y estable que responde a la aprehensión del valor, a la captación de aquello por lo que vale la pena vivir.

De manera que el acto de amor que debe ser la educación para no volverse pedantería o chambismo es el acto de amor que es convicción inteligente y crítica y decisión responsable para actuar siendo eficientes para el crecimiento del otro y no el mero acto de simpatía emocional espontánea. El amor que debe promover y facilitar el proceso educativo es este acto profundo de intelección existencial que lleva a comprender al otro como un valor en sí mismo y a decidir la propia acción en función de aportar al dinamismo de humanización de la sociedad en que se vive y de la humanidad a la que se pertenece.

3.-La resistencia.

“…es posible que se desencadene una nueva gran barbarie y que nos sea preciso abandonar toda esperanza de hipercomplejidad. Pero, incluso entonces, allí donde se den, el amor fraterno, la inteligencia consciente, no sólo constituirán la verdadera resistencia, sino el reabastecimiento en el recurso permanente en la lucha interminable contra la crueldad”.

Edgar Morin, La vida de la vida. pp. 518-519

Vivir la educación como acto de amor que promueve a su vez el desarrollo en el estudiante del amor como una de las fuerzas vivas de la humanidad no es un acto de ingenuidad que ignore las posibilidades reales de desencadenamiento de una nueva gran barbarie en la humanidad a partir de los múltiples signos de renuncia a la inteligencia y de exaltación egoísta de los bienes materiales y el poder sobre los demás.

La vivencia de la educación como acto de amor y el impulso del amor a través de la educación implica la inteligencia consciente que acepta esta posibilidad permanente de decadencia generalizada. Sin embargo, aceptando esta posibilidad mientras se lucha contra ella, la educación que asume el amor como una de las fuerzas vivas de la humanidad tiene claro que el amor fraterno entre los seres humanos y la inteligencia consciente que busca la comprensión y el conocimiento del mundo son la única resistencia real y el recurso permanente que tenemos los seres humanos para luchar permanentemente contra la crueldad que hoy parece dominar y dominarnos.

Porque como poéticamente afirma Silvio Rodríguez, “sólo el amor consigue encender lo muerto…” y alumbrar lo que perdura más allá de nuestra breve existencia individual. Educar como ejercicio de un acto de amor, educar como ejercicio de desarrollo de la capacidad de amar. Este es uno de los retos fundamentales para hacer realidad la Cosmópolis de la que hablamos la semana pasada en este espacio. Porque “sólo el amor engendra la maravilla” de lo humano y esta es una necesidad urgente en un mundo que adora los errores e ilusiones del tener y el poder.

[quote_box_center]*Por vacaciones esta columna no aparecerá las próximas dos semanas. Nos reencontramos en este espacio el miércoles 12 de agosto.[/quote_box_center]

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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