En una calle abandonada
de un pueblo abandonado
hay un semáforo que todavía funciona.
Fuimos también abandonados a visitar
ese pueblo del que no sabíamos casi nada,
y vimos el semáforo cambiando sus colores,
en un tiempo perfecto, sincronizado a la par
de su abandono.
¿Quién pasará cuando se pone el verde?
¿A quién dará prisa el amarillo?
¿Quién o qué se detendrá ante el rojo?
Nos preguntamos todo esto
y tuvimos miedo.
Al fondo, de la nada, sonaba una sirena.
Cuando tengo ganas de llorar
recuerdo las canicas que perdí
por la soberbia temprana
del apostador.
Lloro porque las canicas eran
como pequeños planetas que dormían
en el universo de mi bolsillo.
Lloro porque ahora deben estar solas
en algún basurero, en la casa de una abuela
que no es la mía.
(Mi abuela vive en el panteón “La colina”
en el pasillo 41, al lado de un señor que se llama José).
Lloro porque las canicas son como los ojos de dios
pero verdaderas.
Arturo Loera (Chihuahua, 1987) es autor de los libros El poema vacío (ICM/Conaculta, 2013), Cámara de Gesell (Praxis, 2013) y La retórica del llanto (FETA, 2014). Ha publicado en revistas como Tierra Adentro, Cuadrivio, Radiador, Punto en línea, Palabras malditas, La cigarra, Ver-se, entre otras. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas 2013-2015.