Lado B
De identidades y nacionalismos
El nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando” dicen que afirmó el escritor Pío Baroja. “Amo demasiado a mi país para ser nacionalista” dijo el filósofo y escritor existencialista Albert Camus.
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
17 de septiembre, 2014
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Martín López Calva

@M_Lopezcalva

“Todo individuo es uno, singular, irreductible.
Y sin embargo, al mismo tiempo es doble,
plural, innumerable y diverso.”

Edgar Morin.

[dropcap]“E[/dropcap]l nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando” dicen que afirmó el escritor Pío Baroja. “Amo demasiado a mi país para ser nacionalista” dijo el filósofo y escritor existencialista Albert Camus. Estas frases vienen a cuento en este mes patrio, justo en la semana del grito de Independencia y el desfile conmemorativo del inicio de lo que culminaría en 1821 con la creación de lo que hoy llamamos México.

Desde el lado del gobierno y la prescripción de los programas de educación cívica de carácter oficial cada mes de septiembre se nos inunda de mensajes nacionalistas y de intentos de avivar un fervor patrio que muchas veces resulta superficial, momentáneo, basado en héroes y símbolos abstractos que para las nuevas generaciones parecen estar cada vez más lejanos y vacíos de significado.

Por otra parte, desde la trinchera de los líderes de opinión y los usuarios de redes sociales, a partir de un supuesto ejercicio de criticidad que muchas veces es más decepción y desmoralización afectiva o manifestación de rechazo a la persona y al partido que ocupa el poder ejecutivo en este momento del país, se nos invita cada año con un poco más de intensidad a no celebrar las fiestas patrias a partir de la pregunta: ¿Qué hay que celebrar si…? A lo que se añade cualquier cantidad de realidades negativas que caracterizan nuestra realidad nacional actual: tenemos tantos millones de pobres, la violencia sigue azotando a nuestra sociedad, la corrupción es cada vez más evidente y cotidiana, no hemos consolidado nuestra democracia, tenemos un gobierno “que está vendiendo los recursos naturales al extranjero” y un largo número de etcéteras.

La alternativa entonces parece estar entre un nacionalismo vacío y formal, que deriva muchas veces en patrioterismo y pachanga que nada aportan al mejoramiento del país y una supuesta visión crítica que nos refuerza la desmoralización y nos deja sin los símbolos y rituales que son necesarios para mantener la cohesión social y alimentar la identidad nacional. ¿Cuál es la salida de este círculo vicioso?

Como todos los “ismos”, el nacionalismo tiene la mayoría de las veces un carácter ideológico que nos encierra en ciertos dogmas y valores basados generalmente en mitos construidos de manera políticamente sesgada a partir de acontecimientos de nuestra historia. El nacionalismo tiene un carácter defensivo y de afirmación del valor de lo propio a partir de su idealización y del orgullo que ignora, desprecia o aún ataca a lo diferente. “¡Soy mexicano, y qué!”, “¡Viva México, cabrones!”

El nacionalismo conlleva una actitud cerrada a todo lo ajeno porque nos define a partir de batallas, guerras, vencedores y vencidos. De manera que aunque la independencia de México la hayan hecho los criollos, es decir los hijos de españoles nacidos en este territorio, su simbología se construye a partir de una especie de reivindicación de los indígenas –“nosotros”- que “fuimos conquistados” por los “gachupines” y tres siglos después “los expulsamos”.

[quote_left]Como todos los “ismos”, el nacionalismo tiene la mayoría de las veces un carácter ideológico que nos encierra en ciertos dogmas y valores basados generalmente en mitos construidos de manera políticamente sesgada a partir de acontecimientos de nuestra historia. [/quote_left]

Un amigo español, profesor universitario nacido y formado en España pero residente en México desde hace varias décadas, contaba cómo muchos mexicanos le reclamaban que “sus antepasados” “nos” hubieran conquistado y la forma lógica pero impensable para el nacionalismo mexicano en que les respondía diciendo: “Los que conquistaron este territorio fueron tus antepasados y no los míos. Los míos se quedaron en España. Los tuyos fueron los que vinieron para acá”. Esta actitud nacionalista superficial y cerrada acaba de manifestarse nuevamente en Puebla en el reclamo de gente escandalizada porque “un español” –Miguel Bosé- fuera contratado para dar un concierto el día de la independencia.

En su video: Cambio de paradigmas, Sir Ken Robinson plantea que además de la razón económica que implica preparar a las nuevas generaciones para insertarse y sobrevivir en una economía global cambiante e incierta, existe una razón cultural para el cambio de paradigma educativo en el mundo. Esta razón cultural parte de una pregunta de la sociedad actual al sistema educativo: ¿Cómo preparar a las nuevas generaciones para entender y vivir en la diversidad cultural del mundo pero sustentados en una identidad propia?

Por otra parte, en su libro “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, el pensador francés Edgar Morin incluye como uno de los saberes fundamentales a desarrollar en la escuela del siglo XXI, la enseñanza de la identidad terrenal.

El ser humano dice el mismo Morin, es individuo-sociedad-especie y tiene por tanto una identidad individual, una identidad social, una identidad histórica, una identidad planetaria y una identidad futura.

La educación no puede renunciar a la formación de una identidad si quiere cumplir adecuadamente con su misión en la construcción de seres humanos y sociedades humanas. Sin embargo, la educación para la identidad no puede seguir siendo una educación del nacionalismo, una educación cívica basada en dogmas, símbolos, rituales y mitos históricos que nos ubican como enemigos de los extranjeros.

La educación en la identidad nacional debe concebirse en primer lugar como la formación de una identidad en movimiento y no de una identidad fija e inamovible. En segundo lugar, la educación de la identidad nacional debe hacerse en el marco de una educación para la comprensión de la diversidad cultural desde la visión de una cultura propia. En este sentido, la educación cívica debe estar abierta al cambio y abierta a la pluralidad, por tanto, basada en la tolerancia y el respeto.

La educación cívica, la formación ciudadana debe ser concebida desde la perspectiva de formación de ciudadanía local, regional, nacional y planetaria y formar en los estudiantes la consciencia plena de su identidad individual –su autonomía para construir un proyecto de vida propio-, de su identidad social –de su compromiso para valorar el ser mexicano y construir un mejor país-, de su identidad histórica –de la herencia recibida tanto de la historia nacional como de la historia de la humanidad-, de su identidad planetaria –de su pertenencia a la especie humana y la necesidad de que como afirmaba Terencio: “nada de lo humano nos sea ajeno”- y de la identidad futura –de la responsabilidad para contribuir al futuro hacia la realización plena de la humanidad en la historia-.

Lo anterior implica una reforma radical de la manera en que se fundamenta y se instrumenta actualmente la formación cívica. Es necesario un cambio profundo en la concepción y en la operación de la formación de la identidad de nuestros niños y jóvenes para estar, como decía Ortega y Gasset, a la altura de nuestros tiempos.

Esta es la única manera en que superaremos el círculo estéril entre el nacionalismo superficial y cerrado y el desapego, la indiferencia o el rechazo hacia todo lo que tenga que ver con la identidad nacional.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es Decano de Artes y Humanidades de la UPAEP, donde coordina el Cuerpo Académico de Ética y Procesos Educativos y participa en el de Profesionalización docente..
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