1.
Metiste la mano
en mi bolsillo,
tibia aún de ti.
Buscabas con afán el encendedor
que perdí ayer.
2.
Sobre la mesa de centro,
el encendedor
es un dios menor y temeroso.
3.
Me agaché a buscar
el encendedor bajo la mesa,
miré con detenimiento
tu entrepierna,
ya húmeda de la promesa
de mi hallazgo.
4.
Saliste a fumar.
Me pediste prestado
el encendedor de mi bolsillo.
En su brillo limpio
al encenderlo,
adiviné a qué salías.
5.
Olvidé mi encendedor
sobre tu alfombra nueva.
Si se escondía de mí
o para espiarte,
no sabría decirlo.
6.
Me cuentas que perdiste
el encendedor que te regalé
cuando salimos.
No importa, pienso,
los encendedores
también rompen relaciones.
7.
En el auto guardo
por si acaso
el encendedor que olvidaste
la noche en que,
antes del último cigarro,
miré tu cuello.
8.
Cuando era niño
robaba los encendedores
de mi padre.
Salía corriendo y los hacía
estallar contra
el piso gris
que respondía
con brillo.
9.
Trastabilla
entre mis dedos
el encendedor
que temeroso
se asoma a la saliva
que dejas en la punta
del primer cigarro
posterior a nuestro orgasmo.
Tentativa
Tente en el aire,
tántalo, aéreo
impreciso tótem [de truenos
y plumas. Terrestres],
tente en la tumba,
tímpano,
en el salto tan temido:
tómame en la tierra
cuando caiga tu trapecio
en la talega. Tente en el tiento,
Tamerlán,
acá tu cráneo trepanado:
en la fíbula de la fisura
o fuente a destiempo;
tanto, Tamerlán, a todos
los sonidos su hojarasca
tremolona en el oído
interior. Aquí también
la voz tipluda que te llama,
Antígona, ¡tente en la tumba!
a ras de tierra los zapatos,
Lázaro, olvidados, sin entierro:
hay cadáveres en tránsito,
tozudos caminantes
o en camión que llegan
con trabajo a la frontera
—un en medio de su todo—
mientras caen o se detienen
cayendo en la caída:
el tiempo es armadura
—mirada que contiene—
de su trote. Travesura
del que guarda
la foto en su parerga:
el archivo es su montura
tentativa.
Paréntesis (parásito)
El oxígeno como raíz
sostiene el fuego
—del parásito andamios interiores—
¿quién pende de quién?
¿Cuál es el eje de este baile, el pie
o la punta de la uña,
base inmóvil de la música?
¿Una rama, por ejemplo,
es doble en la raíz,
o su simiente en otra tierra?
El árbol no es un árbol, así puesto,
sino apenas la línea del espejo,
una extensión rugosa de la forma
aunque sostenga, en su horizonte, lo interior,
(pero hablábamos del fuego, no del árbol;
es el problema de pensar analogías,
(parásito también es el paréntesis,
(esto lo dijo ya Antonio Alatorre en un ensayo que, como agua
(aunque el maestro no gustara, eso parece, del rizoma),
se abría del centro de la página hacia el margen)
virus de puntuación o cáncer de los signos)
el fuego es
lo importante
(raíz y rama de sí mismo)
raíz que arde, bosque de los bailes)
parásitos que habitan y transitan
la sed, la forma, la corteza, el agua.
Roberto Cruz Arzabal (Ciudad de México, 1982). Estudió una licenciatura y un posgrado en letras en la UNAM, para la que actualmente trabaja. Divide su tiempo entre el trabajo, la escritura y la lectura, no necesariamente en ese orden; vive en Taxco y la Ciudad de México, sin tener aún el don de la ubicuidad. Escritor y crítico, ha publicado ensayos y poemas en diversas revistas. Mantiene una vida paralela, casi principal, en Internet: presenciaysentido.wordpress.com; cabinetdamateur.wordpress.com; cajondevidrio.tumblr.com.