Lado B
LA VIDA PRIVADA DE LOS ENCENDEDORES Y OTROS POEMAS
Roberto Cruz Arzabal
Por Lado B @ladobemx
18 de octubre, 2013
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Roberto Cruz Arzabal

@cruzarzabal

 

1.

Metiste la mano

en mi bolsillo,

tibia aún de ti.

Buscabas con afán el encendedor

que perdí ayer.

2.

Sobre la mesa de centro,

el encendedor

es un dios menor y temeroso.

3.

Me agaché a buscar

el encendedor bajo la mesa,

miré con detenimiento

tu entrepierna,

ya húmeda de la promesa

de mi hallazgo.

4.

Saliste a fumar.

Me pediste prestado

el encendedor de mi bolsillo.

En su brillo limpio

al encenderlo,

adiviné a qué salías.

5.

Olvidé mi encendedor

sobre tu alfombra nueva.

Si se escondía de mí

o para espiarte,

no sabría decirlo.

6.

Me cuentas que perdiste

el encendedor que te regalé

cuando salimos.

No importa, pienso,

los encendedores

también rompen relaciones.

7.

En el auto guardo

por si acaso

el encendedor que olvidaste

la noche en que,

antes del último cigarro,

miré tu cuello.

8.

Cuando era niño

robaba los encendedores

de mi padre.

Salía corriendo y los hacía

estallar contra

el piso gris

que respondía

con brillo.

9.

Trastabilla

entre mis dedos

el encendedor

que temeroso

se asoma a la saliva

que dejas en la punta

del primer cigarro

posterior a nuestro orgasmo.

 

***

Tentativa

Tente en el aire,

tántalo, aéreo

impreciso tótem [de truenos

y plumas. Terrestres],

tente en la tumba,

tímpano,

en el salto tan temido:

tómame en la tierra

cuando caiga tu trapecio

en la talega. Tente en el tiento,

Tamerlán,

acá tu cráneo trepanado:

en la fíbula de la fisura

o fuente a destiempo;

tanto, Tamerlán, a todos

los sonidos su hojarasca

tremolona en el oído

interior. Aquí también

la voz tipluda que te llama,

Antígona, ¡tente en la tumba!

a ras de tierra los zapatos,

Lázaro, olvidados, sin entierro:

hay cadáveres en tránsito,

tozudos caminantes

o en camión que llegan

con trabajo a la frontera

—un en medio de su todo—

mientras caen o se detienen

cayendo en la caída:

el tiempo es armadura

—mirada que contiene—

de su trote. Travesura

del que guarda

la foto en su parerga:

el archivo es su montura

tentativa.

 

***

Paréntesis (parásito)

El oxígeno como raíz

sostiene el fuego

          —del parásito andamios interiores—

¿quién pende de quién?

¿Cuál es el eje de este baile, el pie

o la punta de la uña,
base inmóvil de la música?

¿Una rama, por ejemplo,

es doble en la raíz,

o su simiente en otra tierra?

El árbol no es un árbol, así puesto,

sino apenas la línea del espejo,

una extensión rugosa de la forma

aunque sostenga, en su horizonte, lo interior,

(pero hablábamos del fuego, no del árbol;

es el problema de pensar analogías,

    (parásito también es el paréntesis,

          (esto lo dijo ya Antonio Alatorre en un ensayo que, como agua

              (aunque el maestro no gustara, eso parece, del rizoma),

          se abría del centro de la página hacia el margen)

      virus de puntuación o cáncer de los signos)

el fuego es

lo importante

(raíz y rama de sí mismo)

raíz que arde, bosque de los bailes)

parásitos que habitan y transitan

la sed, la forma, la corteza, el agua.

Roberto Cruz Arzabal (Ciudad de México, 1982). Estudió una licenciatura y un posgrado en letras en la UNAM, para la que actualmente trabaja. Divide su tiempo entre el trabajo, la escritura y la lectura, no necesariamente en ese orden; vive en Taxco y la Ciudad de México, sin tener aún el don de la ubicuidad. Escritor y crítico, ha publicado ensayos y poemas en diversas revistas. Mantiene una vida paralela, casi principal, en Internet: presenciaysentido.wordpress.com; cabinetdamateur.wordpress.comcajondevidrio.tumblr.com.

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