Lado B
CUATRO VECES EL CÁNCER Y OTRO POEMA
Patricia Arredondo
Por Lado B @ladobemx
20 de septiembre, 2013
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Patricia Arredondo

 

Cuatro veces el cáncer*

I

 

Entró en la casa.

 

La primera vez puso un par de monedas en mis manos

y en mis manos las monedas sonaban

como cascabeles arrogantes en el cuello de un gato.

 

La primera vez fue bautizado con un nombre

por el que no le llamaron desde los doce años,

porque a los doce años le desgarraron la honra y el vestido

y su familia le quitó el nombre y lo echó a la calle.

 

La primera vez siguió las manos que lo deshonraron,

y hacían ir y venir los ferrocarriles.

Siguió el camino de las vías.

 

Una hamaca oscura se le mecía en la cintura.

Un cristo se le desangraba en la mirada.

No tenía nombre pero tenía hambre.

 

Llegó aquí sin su nombre y le llamaron Cáncer.

 

La primera vez.

 

Cuidó de mi madre y de mí

cuando la ausencia le mutilaba los brazos a mi madre.

Me cuidó y me alimentó.

Preparaba la comida con el dinero

que alguien le aventaba en una mesa.

Con dinero que no tenía.

 

Mi hambre era su hambre.

 

Entró y me cuidó,

se sentó del lado izquierdo de la cama

y veló los sueños que en sus sueños siempre fueron terribles.

 

Caminó de madrugada hacia su casa,

solo

como una sombra,

dando pasos

con los zapatos hinchados y viejos

—yo le prometí comprarle unos zapatos nuevos.

 

Arrastré sus huesos

que conservaban los ojos abiertos por las calles,

lo arrastré

hacia el sol que no era el sol que tenía en la sangre.

 

La primera vez.

 

Entró.

E hizo de ésta su casa y de nosotros sus hijos.

Se derrumbó.

Lo cuidé, lo alimenté. Me senté del lado izquierdo de la cama.

Velé su sueño, era terrible.

Me derrumbé.

La primera vez entró en una caja de aluminio,

vestido con la ropa con la que se entregó a la muerte.

Sellaron su boca con hilo y con ella su historia.

Luego lo sacaron de la caja para vaciarle la sangre que ya le apestaba.

Le sacaron la sangre y la vertieron en una cubeta que vaciaron en la coladera.

 

Setenta años cayeron sobre las ratas.

La primera vez.

 

Entró en la tierra vestido con su cajón de aluminio.

Los lazos rechinaban como los dientes ansiosos de un niño.

Sobre su tumba hay un nombre que no es su nombre.

 

La primera vez.

 

Vomité de dolor sobre las cosas

como vomita la noche que se expande,

como se expande el cáncer cuando habita las cosas.

 

II

 

Vivió en la casa.

 

La segunda vez se alimentó de las sobras,

masticaba tortillas duras, ablandadas por la grasa del caldo de las gallinas

que eran desolladas en el patio. Comió lo que otros escupían en los platos.

 

Vivió junto a la bodega llena de jaulas, de cajas, de polvo,

vivió del lado del rencor y del olvido, del lado de los charcos,

cobijado por la sombra de los cuartos.

 

Aulló por las noches.

 

Se echó al sol por ocho años.

Corrió detrás de una botella de Coca-Cola.

Caminó al lado de la niña, detrás de ella;

corrió por delante, le dio la pata y lamió sus mejillas,

la segunda vez.

 

La segunda vez dormí en el piso al lado de su cuerpo

tembloroso, acariciando los espasmos.

 

La segunda vez hubo que matarlo, ponerlo a dormir.

La segunda vez revivió con las lágrimas de la niña.

 

La segunda vez lo matamos, lo matamos dos veces.

Lo matamos y lo metimos en una bolsa negra.

 

La segunda vez pagamos mil pesos por quemarlo.

Y aún guardamos en una caja de madera

 

s

u

s   c   e   n   i   z   a   s.

 
 

(*Se presentan sólo dos partes del poema)

 
 

***

 

Bestias

a Filo

 

La punta del iceberg es la lengua.

En los sueños el oleaje es manso pero profundo.

En los sueños miramos la violencia de las olas que golpean lo que no existe

porque no lo hemos mirado.

 

Un día confundimos el mar con la cortina,

apagamos la luz y para no pensar en el mar, nos pusimos a trabajar y a hacer cosas:

a llenar papeles con pensamientos obligados,

a golpear las teclas de máquinas con las que hablamos a diario.

 

Nos obligamos a soltar el lápiz que escribía dejando huellas.

Sustituimos la arena por el asfalto. El asfalto aligera los pasos.

 

Un día nos encontramos entre los años,

y el tiempo nos enseñó a pronunciar palabras que desconocíamos,

palabras que eran nombres, nombres que evocaban rostros,

y ciertos rostros, como el tuyo, tuvieron sentido.

 

Te llamas de la manera que en te llamas porque a tu madre le pareció una buena idea

llamar a su hijo con el nombre de su amado.

Tu madre sabía que él se iría porque era un náufrago

de esos que encuentran botellas en el mar que si no están llenas de mensajes,

están llenas de alcohol. Y ellos se van detrás porque a veces el mundo y el mar

caben en una botella que marea como la marea de las olas que se beben.

Ellos se van y se tragan sus palabras.

 

Tú eres igual que tu padre.

Llevas su nombre.

Eres un náufrago.

Te fuiste. Te vas. Siempre.

 

Te irás.

Pero yo estoy segura de que otra noche que no es ésta nos hemos mirado,

y entonces sabíamos más de nosotros porque nos ignorábamos.

 

Pero nuestra mirada nos golpeó como la ola. Y existimos.

 

Dile ahora a las bestias que pueden aparecerse en los sueños una vez más,

que sigue siendo de noche en la noche que de vez en cuando recordamos.

Patricia Arredondo (Estado de México, 1988) estudió Letras Hispánicas en la UNAM y tiene un gato llamado Sebastian Balthus.

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