Alejandro Badillo

El nombre del escritor León Tolstoi está ligado a una época de oro de las letras rusas. Obras como La guerra y la paz o Anna Karenina lo llevaron a la fama y, al mismo tiempo, retrataron la vida en una sociedad feudal que poco a poco era obligada a modernizarse y acercarse a occidente. A la par de su literatura, Tolstoi fue un personaje que sedujo a muchos seguidores con su vida ascética en Yásnaya Poliana en donde fundó una comunidad en la que daba clases y fomentaba trabajar la tierra para alejarse del mundo moderno.

Una de las palabras que se relacionan con Tolstoi es el exceso: vastos frescos en donde tienen lugar batallas, dramas y relaciones entre cientos de personajes. Sin embargo, el autor ruso fue prolífico y produjo, además de ficción, diarios y reflexiones que se suman a un legado que ha perdurado a través del tiempo. La sonata a Kreutzer es una obra que, a pesar de ser traducida y reeditada desde su publicación en 1889, no es tan conocida como otras de mayor extensión. La trama involucra, en términos generales, una serie de reflexiones sobre el amor, la sexualidad y el matrimonio. Estos elementos se condensan en Pozdnishev, el protagonista principal, que viaja en un tren contando a otros pasajeros los eventos que lo llevaron a asesinar a su mujer.

Universidad Veracruzana. 1era edición 2007. Prólogo de Omar Valdés Benítez

Lo primero que resalta en esta obra es que la mirada se centra en la subjetividad de un solo personaje. Apenas hay una breve introducción –siempre narrada desde la primera persona- en la que los pasajeros platican de los problemas del hombre y la mujer cuando viven en matrimonio; recuerdan un asesinato provocado por los celos y Pozdnishev entra a escena confesando que él es el autor del crimen. A partir de este momento asistimos no solo a la historia del asesino sino a las motivaciones y reflexiones sobre el sexo y el amor que se entrelazan con los celos provocados, supuestamente, por la mujer asesinada. Hay varios puntos a tomar en cuenta que vuelven interesante e, incluso, precursora a esta novela corta: la creación de un antihéroe excéntrico, al borde de la locura; el discurso que va creciendo y enredándose cada vez más hasta llevar al lector a un escenario en que el delirio y la realidad se confunden. Tolstoi plantea un artificio que crea tensión inmediata: la subjetividad de lo narrado. Al principio parece que estamos ante una confesión de un asesino que recrea los detalles de su debacle, sin embargo, el autor nunca muestra un hecho irrebatible que justifique el odio a su mujer, es decir, no hay una escena en que el marido sorprenda a su esposa engañándolo. Todo se mueve en el territorio de la interpretación de los encuentros de un maestro de violín con la mujer para interpretar piezas de música clásica. El punto culminante, La sonata a Kreutzer de Beethoven, es la última gota que derrama el vaso de la locura que siempre permanece en los límites impuestos por la versión del personaje principal.

La sonata a Kreutzer destaca entre la obra narrativa de Tolstoi por la mezcla de elementos que fueron retomados por obras posteriores. En el discurso alucinado de Pozdnishev encontramos rasgos de los personajes de Bernhard, Sartre, entre muchos otros, que se justifican por su discurso más que por su papel tradicional en una anécdota que involucra otras perspectivas. También, en relación al vínculo entre biografía y ficción, es inevitable pensar en el matrimonio de Tolstoi con Sofía Andréyevna Tolstáya que en los últimos años se volvió tirante ya que el escritor quería donar todos sus bienes y derechos a la humanidad en vez de dejarlos a su familia. El final a este conflicto llegó cuando, en 1910, Tolstoi huyó de su hogar y murió pocos días después en la estación de tren Astápovoacompañado de admiradores y algunos familiares.

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