Lado B
Educar la libertad: el reto de la autodeterminación
Nuestra sociedad posmoderna es como una adolescente rebelde que reclama su libertad, entendiendo la libertad como la posibilidad de hacer lo que se le antoje a cada quien, lo que cada quien prefiera, lo que le resulte más cómodo.
Por Lado B @ladobemx
21 de mayo, 2013
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“La libertad es efectivamente una capacidad de autodeterminación. No es indeterminación…”

F. Altarejos.

Martín López Calva*

@M_Lopezcalva

Nuestra sociedad posmoderna es como una adolescente rebelde que reclama su libertad, entendiendo la libertad como la posibilidad de hacer lo que se le antoje a cada quien, lo que cada quien prefiera, lo que le resulte más cómodo.

Esta visión de la libertad como indeterminación, es decir, como ausencia total de determinaciones o condicionamientos internos o externos es en realidad inalcanzable, al menos en el mundo humano limitado en que nos ha tocado nacer y vivir.

En efecto, todos los seres humanos estamos condicionados desde que somos concebidos hasta el momento de nuestra muerte. No existe ningún ser humano que no esté sujeto –sujetado- a múltiples elementos internos de carácter genético, biológico, psicológico, neurológico, etc. y a un sinnúmero de elementos externos de tipo geográfico, climatológico, económico, político, social, cultural, religioso, etc.

Estos condicionamientos múltiples han hecho que a lo largo de la historia se plantee de muchas maneras la imposibilidad de la libertad: no somos libres, no somos realmente libres porque estamos sujetos a nuestros genes, a nuestro cuerpo, a nuestro origen, a nuestra historia, a nuestra familia, a nuestro contexto, al sistema económico y político en el que nos toca vivir.

Por el contrario, también por esta visión ingenua de la libertad como indeterminación han surgido también a lo largo de los siglos, múltiples sujetos o corrientes de pensamiento filosófico o político que se oponen a cualquier tipo de condicionamiento o límite enarbolando la lucha por la libertad. Un ejemplo son los movimientos de corte anarquista que plantean la disolución de todo tipo de estructura de poder o de gobierno en la sociedad en aras de una supuesta libertad de los seres humanos. El movimiento hippie de los años sesenta fue otra manifestación contracultural que trajo sin duda vientos nuevos a la sociedad mundial pero que tenía entre sus planteamientos esta visión errónea de la libertad y se oponía por ello a cualquier convención social, paradójicamente desde una nueva y original forma de convención social.

Esta visión de la libertad como indeterminación ha vuelto a manifestarse hoy en esta sociedad posmoderna, adolescente rebelde que busca un respiro ante la rigidez y el autoritarismo de la sociedad global de mercado que impone sin piedad sus reglas y su dictadura del consumo.

Sus manifestaciones están hoy más que evidentes en muchas corrientes, movimientos, escuelas y empresas o profesionistas independientes –psicólogos, terapeutas, médicos y pediatras entre otros- que promueven enfoques de los clasificados en el rubro de “superación personal” o “autoayuda” y “nueva crianza”.

Sin ir más lejos, la semana pasada me encontré en las redes sociales la promoción de una conferencia con uno de estas nuevas estrellas de la sociedad “new age” en la que se anunciaba un evento a través de unas frases que planteaban la autonomía en términos de: dejar a nuestros hijos hacer lo que se les antoje o bien, querer que hagan exactamente lo que nosotros queremos que hagan.

Esta disyuntiva tiene lógica desde la perspectiva de la libertad como indeterminación en la que se opone dogmatismo –hacer que nuestros hijos o nuestros alumnos hagan exactamente lo que nosotros queremos que hagan o definimos como bueno para ellos- a libertad o autonomía –dejar que nuestros hijos hagan exactamente lo que se les antoje, bajo el supuesto rogeriano de que el organismo es sabio y conoce perfectamente lo que le conviene desde que nacemos- y en el que es prácticamente obvio que lo deseable es la libertad.

La aparente novedad de estos enfoques –en el fondo son tan novedosos como la visión de “salvaje bueno” de Rousseau o la idea de “sabiduría organísmica” de Rogers- y la muchas veces justificada rebeldía de los papás, mamás y profesores jóvenes que fuimos educados en la disciplina ciega y muchas veces ilógica, le dan a estas propuestas un auge difícil de contrarrestar.

Somos parte de las generaciones de la obediencia -dicen con cierta dosis de razón algunas voces conservadoras- porque nos tocó obedecer ciegamente a nuestros padres y ahora nos está tocando obedecer ciegamente a nuestros hijos.

No se trata de defender a quienes quisieran regresar a los tiempos en que los padres imponían su voluntad sin ninguna explicación ni justificación y a los que piensan que se pierde autoridad cuando se le explica a un hijo o a un alumno por qué se le pide algo o cuando se somete a evaluación a un docente o un hijo hace una valoración sobre la actuación de sus padres.

Pero es necesario romper esta lógica del péndulo y la falsa disyuntiva que plantea que las dos únicas opciones son obedecer ciegamente o hacer lo que nos venga en gana.

Porque la libertad, como todo lo humano, es limitada, contextualizada y educable. Porque el reto real al que le huyen los padres y los maestros que asumen la postura dogmática de la imposición o la postura complaciente de la permisividad es el de educar la libertad de nuestros hijos y de nuestros estudiantes. El reto de educar la capacidad de autodeterminación de los niños y adolescentes para que crezcan como seres humanos y ciudadanos responsables de su propio destino y del destino de su sociedad y de la humanidad.

“Estamos determinados en nuestros genes, pero no por nuestros genes” dice con razón Edgar Morin. No podemos escapar a nuestro código genético como no podemos tampoco negar nuestro origen familiar, social, económico o evitar el sello que nuestra cultura imprime en nosotros. Pero esto no implica que estemos determinados por nuestro código genético, nuestro origen familiar o social, nuestra situación económica o nuestra matriz cultural. Somos capaces de crecer y de irnos liberando y trascendiendo estos condicionamientos, construyendo nuestra capacidad de autodeterminarnos, de decidir el rumbo de nuestra propia existencia y de incidir en el rumbo de nuestra sociedad y del drama de la humanidad en la historia.

Pero el camino de esta autotrascendencia, la ruta hacia la autodeterminación es un camino que requiere acompañamiento, educación y esfuerzo y que es mucho más complicado que dejar que cada quien haga lo que se le antoje. El camino de construcción de nuestra libertad efectiva es una aventura que no termina nunca pero debe empezar desde el día en que nacemos.

La educación de la libertad consiste en facilitar el proceso por el cual cada persona va caminando desde el decidir con base en sus estados de ánimo o sus sentimientos espontáneos de agrado o desagrado hacia el decidir con base en lo que nuestros sentimientos aprehenden como valioso para el camino de humanización que nos hemos trazado y que consideramos es deseable para nuestra sociedad y para la humanidad toda.

Caminar desde la toma de decisiones que se sustenta en lo que se nos antoja hacia la toma de decisiones consistente con lo que realmente queremos es un proceso arduo que requiere de autoconocimiento, desarrollo de la inteligencia, crecimiento en capacidad crítica, desenvolvimiento de la capacidad de deliberación y decisión, aprendizaje permanente para la formulación de buenas preguntas, educación emocional sólida, desarrollo de la responsabilidad.

La libertad no necesita tanto de alas como de raíces” decía Octavio Paz y el desafío de la educación de la libertad implica para padres y profesores precisamente la búsqueda de las mejores estrategias y los mejores testimonios para que nuestros hijos y nuestros estudiantes desarrollen raíces sólidas que les permitan orientar sus alas.

*Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Ha hecho dos estancias postdoctorales como Lonergan Fellow en el Lonergan Institute de Boston College (1997-1998 y 2006-2007) y publicado dieciocho libros, cuarenta artículos y siete capítulos de libros. Actualmente es académico de tiempo completo en el doctorado en Pedagogía de la UPAEP. Fue coordinador del doctorado interinstitucional en Educación en la UIA Puebla (2007-2012) donde trabajó como académico de tiempo completo de 1988 a 2012 y sigue participando como tutor en el doctorado interinstitucional en Educación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel 1), del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores que actualmente preside (2011-2014), de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación y de la International Network of Philosophers of Education. Trabaja en las líneas de filosofía humanista y Educación, Ética profesional y “Sujetos y procesos educativos”.

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