Josué Barrera

¿Vas a salir? y lanza la pelota que sale de la habitación pegando en la pared que está frente al baño. Choca después en la puerta, va rumbo a las escaleras donde rebota una y otra vez y cuando parece que va perdiendo fuerza, Mercedes la levanta respondiendo afirmativamente. Lanza la pelota de vuelta, pega en la puerta del baño, se dirige a la pared y regresa a la habitación, para terminar en las manos de Izmar que aún se encuentra sentado sobre la alfombra, mirando las persianas azules que desfiguran la lluvia que cae.

Llévate la sombrilla. Tira la pelota hacia la pared frente al baño. La bola toma el rumbo de las escaleras saltando rápidamente hasta llegar a los pies de Mercedes. No hace falta, solo son dos cuadras. Ella mira la pelota y la arroja hacia Izmar quien la recibe cambiando de posición: sólo de esa manera puede tomarla.

Aprieta la pelota en su mano. Piensa que en unos momentos estará con ella. Esta vez lanza el esférico con fuerza. Mercedes mira venir la pelota. Duda si tomarla. Se sorprende al verla detenerse a sus pies.

Mercedes pregunta si requiere ayuda y sube un escalón para tirar la pelota que regresa a las manos de Izmar, quien extrañado de su posición le contesta rápidamente que no se preocupe, que va a estar bien. Arroja la pelota de vuelta. El esférico tarda un poco en bajar y llegar con Mercedes a pesar de que ella se encuentra en el segundo escalón. Sube dos más pero algo poderoso le detiene el paso: la prisa. Toma la pelota, la rebota en el piso, la toma nuevamente para decirle que no baje, que no es necesario, que sabe perfectamente que se encontrará bien. Lanza de nuevo la pelota, llega al lado de Izmar quien la toma y la mira buscando algo que ha perdido, algo que quiere encontrar en donde sabe que no hay nada.

Desea disparar la pelota con fuerza dentro de la habitación para esperar un golpe que es el golpe que solamente la pelota puede darle, y el dolor será a causa de ella, de la posibilidad de marcharse de una vez, de la oportunidad de encontrarse en la calle y olvidarse de todo, porque todo es olvidarse de los años, porque todo es olvidarse de los nombres, es olvidarse de lo vivido y de lo deseado, porque todo significa todas las cosas, significa comenzar de nuevo (de nada sirve decir algo cuando se quiere decir todo). Desde aquel accidente la sentía cada vez más lejana.

Con gran esfuerzo da dos pasos hacia el armario para tomar la sombrilla que desea darle. Se detiene en el vano de la puerta. Un paso más y se alcanzan a apreciar las escaleras. Sabe que aproximarse significaría verla, sería hablarle a los ojos y pedirle que se quedara, que le contara cualquier cosa, solo hablar y olvidar la escena, sentirla a su lado, como antes.

Apoyado en la puerta mira los escalones. Se dibuja un vacío ante él. Le dice que tenga cuidado. Arroja la pelota y la sigue queriendo mirar alguna parte del cuerpo de Mercedes, de atrapar ese instante como una sola respuesta a sus interminables preguntas. La esfera no hace más que perderse de su vista. Abatidamente se enfoca en el ruido de sus rebotes, y rebota, y rebota y cuando topa con la puerta de entrada de la casa, se da cuenta que seguir hablando sería una estupidez. Una locura.

Josué Barrera (1982) es autor de los libros de cuentos Conducta amorosa (Instituto Sonorense de Cultura, 2007), Pasajeros (Jus, 2010) y La brevedad constante (Universidad Autónoma de Coahuila, 2012), siendo éste último de cuentos cortos.

Compiló la antología de cuento Naves que se conducen solas: narrativa en Sonora (Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste, 2011).

Ha publicado en distintos medios como Milenio, Tierra Adentro, Metapolítica, Casa del tiempo, entre otros.

Es maestro en Ciencias Sociales y Licenciado en Psicología. Actualmente trabaja en el proyecto de difusión cultural www.lacasadeviena.com