Hay una historia de un hombre que lo dejó todo, a la inversa de la que se cuenta sobre una mujer en villa Monowi en la que ésta es el único habitante. Ella puede llamarse Elsie Eiler. Él puede ser Fritz Kocher.
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Igual que una mariposa F. Kocher avanza retrocediendo, se propone sobresalir en el amor por la vía del desamor: capullo de hilos entretejidos. Fritz K. decidió abandonar el mundo y lindar con el silencio. Elsie E. sufrió la muerte de su marido y no se moverá de Nebraska.
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Cada mañana sale Elsie entre polvo suelto y el volar de recuerdos al solitario pueblo, llega hasta la antigua biblioteca y se sienta a leer, hay una banca de madera casi destruida por el tiempo -Elsie E. tiene ya 78 años-. Eiler está tomando un poco de sol diluido por el aire que corre como un tren sin paradas, el aire atraviesa la desvencijada piel de Elsie que no deja de leer.
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El señor Kocher murió a la edad de 78 años. Fritz fue un escritor sin posesiones. No, fue un hombre sin pertenencias y un ser solitario. Fritz K. fue el escritor más solitario de los escritores solitarios, un ser con tendencia al alejamiento, incluso de su familia, como si con este gesto uno delimitara la línea con la que debe moverse por el mundo. Fritz se separó. Kocher conoce en la escritura la pobreza, escribe en un viejo cuadernillo rojo, aunque es un hecho que nadie se interese por sus textos, es decir, escribe hasta el límite del dolor, escribe porque necesita explicarse, conocer su geografía. Confecciona pequeñas piezas, se esconde en los vastos bosques del lenguaje, intenta desde ahí escuchar el susurro de una mariposa, se esconde en las sinuosidades de la paradoja con cierta esperanza infantil de algún día ser encontrado. Podría decirse que es un caminante con el alma siempre delante para no perderse. F. Kocher camina en la ficción como lo hace un bailarín en la alta cuerda de la pobreza, de la desesperanza. Su única labor es empequeñecerse. Alguien dijo de él que: Escribe rondando su propio ser igual que el gato la olla.
Y cuando el hombre no escribe se le ve en la cocina de algún hospital pelando algunas legumbres, en silencio, perdido en la acción de pelar y dejar caer la basura, lo que sobra a su alimento. Era un escritor que a pesar de estar tirado boca abajo sobre el suelo, no dejaba de perderse en los entrecruzamientos que se producen a través del aire en el cielo. Lo mismo podría verse en sus textos, en apariencia prescindibles, que al ser leídos parecen disolverse, se escapan como el polvo de las camas, perceptible únicamente por la entrada de luz de cierta hora de la mañana, colores que producen un tono de extraña tersura, pero que al terminar de leerlos uno sabe que algo como una espina ha sido clavada en el cuerpo. Fritz era un acupunturista de la escritura.
Después cambia la tinta por el carbón de un lápiz porque el primero le resulta definitivo. El lápiz, además de que no le dará perpetuidad, le permite empequeñecerse. F. Kocher empieza a disminuirse en su lenguaje. Una nota perdida entre la nieve.
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El esposo de Elsie Eiler murió y se quedó sola en ese lugar sin habitantes. Elsie se muestra firme ante la idea de No abandonar la Villa. El espacio representa para ella el todo. Como la idea del escritor que inmortaliza a su esposa en una novela, Eiler quiere perpetuar al marido en la biblioteca, en donde Rudy pasaba la mayor parte del tiempo leyendo. Eiler lee en voz alta, algunas veces grita para escuchar entre los ecos, la voz de su marido perdida en cualquier rincón. La señora Elsie cada mañana representa el papel del esposo muerto porque cree que en ese acto él estará a su lado. A Elsie Eiler la mantiene viva la idea del simulacro.
Sentada en la banca de madera, Elsie recuerda la vez que estuvo en Nebraska una chica sueca que estaba interesada en Monowi, quería conocer a los habitantes de la población, la pregunta principal del cuestionario era ¿cómo sería tu día perfecto? Eiler recuerda eso mientras mira la estantería abandonada de la biblioteca y es como si escuchara un susurro de Rudy: A perfect day would be a day without anybody. Alone, and that everybody would leave me alone, so I can finally get to read my books… That`s all.
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Firtz pudo haber encontrado algo en Monowi. No a Elsie, porque la compañía le abrumaba. Quizá fuera el camino abierto, el sendero acompañado de polvo. En esta villa afantasmada habría creado la cabaña que tanto anhelaba, el hogar en el que podría compartir su soledad con algún libro no escrito por él.
F. Kocher se traslada a Appenzell-Ausserrhoden, pasea por Rosenwald y en la navidad de aquel invierno lejano, abandona el bosque del lenguaje que había sido su refugio y se interna en el inmenso blanco del campo. Sus pasos han alcanzado a su alma, ahora lo sabe. Su cuerpo yace inmóvil sobre la enorme alfombra blanca, la imagen de él es como la de quien compone una sinfonía bella y silenciosa.
José Luis Prado es narrador y poeta.
Actualmente es becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Puebla.
EL PEPO