Lado B
El reportero que se negaba... pero cedió y fue a un cine porno
 
Por Lado B @ladobemx
12 de agosto, 2011
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Antes de comenzar a teclear me lavé las manos con jabón para manos, con jabón en polvo para trastes, y pedí desinfectante en alcohol para untármelo. Juro que no vuelvo a cumplir con una asignación reporteril como esta, jamás.

El lunes o martes los editores de este portal de noticias se acordaron de que no había reportaje cultural para el viernes, es decir para hoy. No sé cómo, ya no me acuerdo quién lo dijo, creo que fue El Hombre Barbado al que se le ocurrió la idea de hacer un reportaje del porno.

Como suele ocurrir en esta redacción las ideas comenzaron a llover, y alguien tuvo la nada agradable idea de que “los hombres vayan al cine porno y hagan una crónica”. Hay testigos de que desde el principio me opuse, de que dije que yo hacía otra parte del reportaje pero no quería cumplir con esa tarea.

Por la noche pensé, un poco fuera de mí, que no sería mala idea presentar cinco crónicas desde diferentes perspectivas de una visita a una proyección de cine porno. Luego me acordé que eso implicaba que yo fuera a una sala y me sentara a ver porno rodeado de fulanos con insospechadas intenciones.

Volví a decir que no, que no iba a ir. Al día siguiente manifesté me rotunda oposición a cumplir con mi asignación periodística; dije que sí que era buena idea cinco crónicas del mismo tema pero que no contaran conmigo.

Mi oposición podría parecer absurda considerando que no sabía a lo que me enfrentaba, que nunca había ido a uno, que no sabía cómo es ese ambiente. Por tanto la curiosidad de reportero debía llevarme a descubrir ese mundillo. Pero tengo claro que para algunas cosas, a mi edad, no es necesario experimentar para conocer el resultado, ya sé por ejemplo que si dejo la plancha prendida y me voy a lavar los dientes podría ocurrir un accidente.

Cuando expuse nuevamente mi rechazo a cumplir con esa tarea los editores me reclamaron.

– “¡Cómo puedes andar en los pinches operativos y te da miedo ir a un cine porno!”

-¡Pues sí, pero en un operativo la gente no anda con el pene de fuera, no pueden compararlo! –dije indignado.

Dejamos el tema para el día siguiente, yo con la esperanza de que olvidaran el asunto y finalmente sólo me encargaran una entrevista o recuento documental de los cines porno de Puebla o qué sé yo, cualquier cosas. En realidad no sabía lo que me esperaba.

Valor en la cantina

Llegó por fin el jueves y pensé que me había salvado, que por el trabajo que hice en la semana se me exoneraría, pero no. Quienes los conozcan, saben que los editores son gente muy necia con memoria de elefante. Cualquier buen día te dicen: “¿te acuerdas que el 15 de julio de hace dos años te encargué un reportaje de la producción de huevo en Tehuacán y nunca fuiste?”. Esta no fue la excepción.

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Todavía no me acababa de sentar y me pidieron la crónica de la visita al cine porno, dije, apenado y enojado, que no la tenía pero si quería iba en ese momento. Los de memoria de elefante me miraron con cara de “¡pero te estás tardandando papacito!”.

Me di cuenta que, de no ir, dos años después, con reclamos crónicos, el asunto me traería consecuencias y decidí evitarlas. En ese momento en la redacción se organizaba una visita a la cantina cercana y decidí ir, echarme dos tragos y largarme al maldito cine porno.

Llegando a la barra me acordé que no podía beber porque estoy tomando medicamento y mente madres contra el cantinero, mis compañeros, el cine porno y quien los inventó.

Dos hombres y una mujer en cine porno

Pero como siempre, algo bueno sale en la cantina. Uno de mis compañeros me dijo que me acompañaba al cine porno y que además una amiga suya iría con nosotros, pensé que el cielo se iba a abrir por la buena noticia pero en ese momento comenzó a llover y no pudimos salir de la cantina porque la calle se inundó.

Por fin un buen samaritano nos rescató de la inundación, pasamos por la amiga de mi amigo y nos fuimos al cine porno. Ya me sentía un poco más aliviado de poder ir con dos más al cine, me podría sentar junto a ellos observar un rato y luego irme. La verdad no quería estar solo, pero la vida de los reporteros tiene muchas sorpresas.

Llegamos al cine, una señora un poco viejita y con cara seria vende los boletos. Mi compañero le pidió tres, pero enseguida un grandulón con cara de bonachón le murmuró que no podíamos pasar los tres juntos. La señora le explicó a mi compañero que las parejas van en la sección de arriba pero no pueden subir de a tres, o sea que igual yo compraba mi boleto y me iba abajo. Presentí que eso no era bueno.

Total que el grandulón nos cortó los boletos, indicó, casi sin hablar, por dónde debían subir mis excompañeros y a mí me señaló una cortina negra. Jalé aire, no sé por qué pero estaba nervioso, debe ser ese “olfato” periodístico que te dice que algo no se va a poner bien, pero infiel a ese instinto jalé la cortina y entré.

Foto tomada de La Jornada.

Estaba completamente oscuro, avancé unos pasos y dos hombres ya adultos me miraron con cara de “qué se le ofrece”, intenté mirarlos hacia donde supuse que estaban sus ojos y se quitaron para que pasara.

Me paré frente al butaquerío antes de bajar las escaleras y me topé con unos 15 tipos masturbándose con una mano y con la otra alumbrando su pene con el celular. Me quedé estúpido, no entendí qué hacían mirando en sentido contrario a la proyección y mirando al techo del cine.

Avancé unos pasos sobre el pasillo del extremo izquierdo intentando no mirar a nadie. Supongo que con la temperatura de esos sujetos una mirada es más que una insinuación. Me senté en la orilla.

Volteaba, según yo, discretamente. No entendía por qué los fulanos miraban en sentido contrario a la película porno y se alumbraban mientras se masturbaban el pene. De pronto al grupo de masturbadores se sumaron otros ocho que estaban sentados, agarré valor y volteé por completo a ver qué ocurría.

Por fin lo entendí, una pareja en la sección de arriba estaba teniendo sexo. Me pareció estúpido, en realidad sólo se veía la espalda semi-descubierta de la mujer. Medio se oían los gemidos de la chava. Volteé de nuevo a la pantalla, y me di cuenta de algo no había notado por los nervios y la sorpresa: estaba viendo una película muda, no tenía sonido, era una porno sin sonido. Me parece absurdo. No lo entiendo.

Pero otra cosa que noté es que la película es como mirar el golden choice la verdad para ser un cine porno con una colección de hombres masturbándose, la película era bastante ligera. Imaginaba algo más pervertido, pero sólo se besaban dos güeras voluptuosas.

La cosa para mí se iba a poner peor: de pronto pasó un fulano con el pito en la mano muy cerca de mi brazo izquierdo, me tuve que arrimar al otro lado. Sentí asco, luego otro pasó haciendo lo mismo, y luego otro. Me maldije por estar ahí.

A los lejos vislumbre personas vestidas de mujer, no sé si eran mujeres o travestis, si fuera un reportero me hubiera acercado para tener precisión en el dato, pero no lo soy y no lo quise ser. A unos metros de mí, dos hombres comienzan a gemir y me doy cuenta de que están en pleno acto sexual. Minutos antes los había visto pasar a mi lado.

Otra pareja comienza a gemir arriba y los hombres se acercan de nuevo a esa sección como palomas cuando les avientan restos de pan. Y otra vez el espectáculo de los celulares alumbrapenes.

Otro tipo me pasa muy cerca con el pene en la mano y decido que es suficiente, que no tendría una crónica completa pero al menos no saldría salpicado del maldito lugar. Me salgo casi corriendo como niño que acaba de ver una película de terror pero sin mirar atrás. Llegó a las escaleras y me siento aliviado. Pero poco me duro esa extraña felicidad.

Decido que a pesar de estar enfermo necesito un cigarro y pienso que mientras lo fumo podría esperar a mis excompañeros en el carro, busco las llaves. En la bolsa derecha de adelante del pantalón, nada, en la izquierda, nada. Comienzo a sudar, en la trasera derecha, nada. Maldita puta suerte, en la izquierda trasera, nada maldita sea, nada de nada.

Aún queda esperanza, tengo mil bolsas en el chaleco de estúpido reportero que va a un cine porno, reviso todas como cuatros veces y no las tengo. Entonces lo recuerdo, dentro del cine sonó mi celular era un mensaje de mi compañero que estaba en la sección de arriba me preguntaba: “ ¿Cómo vas? Se ve muy denso abajo”.

Ahí fue, seguro ahí, cuando debí tirarlas, cuando saqué el celular. El encabronamiento ayuda a recordar con claridad: mi compañero -que se nota la pasaba bien en la sección de arriba- fue el que propuso el tema del porno, él me llevó al cine porno, él me mandó el mensaje que me hizo tirar las llaves en el maldito cine.

“No vuelvo a entrar, prefiero pagar un taxi e ir por la copia de las llaves pero yo no regreso ahí por mis llaves”, comienzo a sudar y sudar. Le aviso a mi compañero que he perdido las llaves dentro del cine que debe bajar a ayudarme, y baja después de 15 minutos. No sé qué cara tendría pero ambos me miraron con lástima.

“¿Qué pedo, cómo está abajo?, se ve bien cabrón”, no respondo y obligo a mi compañero a que me ayude a entrar al cine y buscar las llaves. De regreso ahí estaban los dos fulanos que me encontré al principio. Comenzamos a buscar las llaves con la poca luz de los celulares y de pronto dos hombres jóvenes se acercan y nos ayudan a buscar.

-¿Qué perdiste?

-Mis llaves.

-Ah no te preocupes, yo una vez perdí mis llaves y me las guardaron, otra vez perdí la cartera y me guardaron c-o-m-p-l-e-t-i-t-a.

Me ayudaron amablemente pero la verdad no me quise agachar a buscar mis llaves, me negué,  y salí corriendo a buscar al de la entrada.

-¿Me puede prestar una lámpara?

-¿Para qué?

-Perdí mis llaves, necesito encontrarlas.

-Ah… -y regresó con una lámpara como la de los viene-viene.

Comienzo la búsqueda de nuevo sin alejarme de mi compañero-victimario, no encuentro, no encuentro nada. De pronto escuché la voz de mi amigo, mi hermano, mi salvador, una voz como salida del cielo: “ya las tengo, ya las encontré, vámonos”.

Cuando me subo al carro me doy cuenta de que mis dedos están sucios de pasar las manos por el suelo y las butacas del cine. Llegó a la redacción buscando el jabón. Jamás vuelvo a ir a un cine porno. Jamás.

JM.

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