Lado B
4 de Julio; se nos fue Ramón
Por Lado B @ladobemx
11 de julio, 2011
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Especial Internet.

Rosana Renau Aymamí

Estoy convencida de que a lo largo de nuestras vidas recibimos cosas que podemos clasificar en tres categorías generales: aquellas por las que nos esforzamos conseguir, las que nos merecemos y recibimos sin demasiado esfuerzo y las que son realmente un regalo.

En las últimas incluyo de manera privilegiada a los amigos y particularmente a esos amigos que nos hacen la vida grata, que siempre tienen un modo único de alegrarnos el día de mil formas.

De esos existen pocos para cada uno de nosotros pero sólo uno de ellos puede tener ese significado para muchos de nosotros. Ayer 4 de julio – coincidiendo con la fiesta gringa- falleció un hombre cuya ausencia va a hacerse sentir en más de un espacio, en más de un nivel y en más de una forma: Ramón Peña Melche. Este era uno de esos amigos que compartimos muchos de nosotros.

No pretendo hacer una elegía al hombre perfecto (discurso que acompaña por lo general a los fallecidos). Había cosas que él decía y que irritaban; él lo sabía y las decía con ese fin, era parte de ese humor ácido, corrosivo y persistente que tanto vamos a extrañar y que según testimonios lo acompañó hasta el último minuto. Otras cosas irritantes no eran planificadas, era simplemente Ramón, porque también podía decir tonterías y hacer sentir mal a algunas personas. De repente se le botaba el ego y podía ser realmente insoportable.

Creo que uno de los sellos personales de Ramón (Tobi) fue que, sin importar a cuáles de sus pasiones estuviera consintiendo, los espacios, o las posiciones que ocupara, siempre tuvo un sincero interés y compromiso con “la gente”.

Para Ramón “la gente” era su razón de vivir. Para Ramón “la gente” era su familia, apoyarla, ayudarla (contaba que le tocaba parte del quehacer como al resto de los integrantes), era devoto de su esposa y su hijo. No había nada que él no hiciera por ellos.

Para Ramón “la gente” podía no tener nombre pero igual era importante. Según comenta un reportero de algún periódico local, el sábado anterior a su muerte en el hospital, recuperándose de la cirugía, estaba preocupado por un posible deslave en alguna comunidad que podría aplastar a un gran número de habitantes. Su terquedad y necedad por evacuar a poblaciones en riesgo, por corregir errores de planeación que implicaban consecuencias negativas para “la gente” le implicó críticas y enemigos que afortunadamente no lograron impedir la fundación del Plan Popocatepetl o la creación, organización y coordinación de prevención social en el Estado de Puebla o la planeación de las rutas de evacuación del volcán.

Para Ramón “la gente” eran sus alumnos, a quienes daba clases con tanto placer y gusto que sus cursos se convirtieron en relaciones placenteras hacia ambos lados. Nada hacía a Ramón más feliz que dar clases y apoyar a los estudiantes con Servicios Sociales, Prácticas profesionales, asesorías de tesis, posibilidades laborales, pero sobre todo, con la calidez de un buen amigo.

Para Ramón “la gente” eramos los amigos de tomarnos un café y fumarnos chorromil cigarros. Siempre dispuesto a ayudar, a apoyar, a escuchar y a burlarse o provocarnos con esa forma tan suya de hacerlo. Tenía un modo particular de demostrar interés o afecto, la burla era su mejor herramienta, si llegabas preocupada porque te dolía la pierna su comentario podía ser, “es una buena señal, quiere decir que tienes pierna y sensibilidad, eso es bueno” y cambiaba de tema. Esto funcionaba porque te dabas cuenta de lo insignificante de tu queja pero a la siguiente vez que lo encontrabas, él recordaba tu queja y te preguntaba por la pierna y te daba algunos consejos. Sentarse con Ramón a tomar un café siempre fue una experiencia increíble, aprendías, él aprendía, escuchabas, él escuchaba, te podía “agredir” sólo para tener un tema de discusión. Al final siempre había un chiste ácido, corrosivo y genial en su discurso.

Peña nos dejó una ausencia presente que nos va a costar mucho trabajo olvidar. ¿Quién va a escribir sobre la experiencia de tomarse un café con ese español tan bien manejado que nos permite oler y degustarlo con él vía internet?

Estoy convencida, por cuestiones filosóficas y morales personales, que la muerte es un proceso natural, parte de la vida como el nacer pero en el otro extremo. Asusta cuando muere alguien que tiene más o menos tu edad porque, en teoría, no nos toca todavía. No creo en el más allá. A pesar de todos estos antecedentes me descubrí llorando a Ramón mucho más de lo planeado.(Desvío neurótico) Ahí radica el encanto de las fiestas de muertos en México. Nunca se irán si los recibimos de vez en cuando.

Me di cuenta que uno llora a los muertos pero no por ellos sino por uno mismo. Uno no quiere dejarlos ir para no extrañarlos, para que no estén si los necesitamos, uno llora a uno mismo. Me asusta perder a la gente que quiero porque cada vez me quedo un poco más sola con una horrible soledad morada y redonda que no tiene nada que ver con la soledad que disfruto (Desvío egocéntrico) ¿Cómo es que quedé en el centro del discurso).

Ramón vivió haciendo lo que decidió hacer, eso es un privilegio, en sus últimos años se dedicó a la academia y lo hizo de maravilla, y eso lo hizo feliz. No abandonó su preocupación por los riesgos de la población menos favorecida. Se rodeó de gente que lo apreciaba y a quienes él apreciaba. Ramón tuvo una buena vida y aunque se le quedaron mil ideas y proyectos en el tintero, sabemos que no podemos cargar todo esto en un solo hombre. Un buen homenaje sería no abandonar todo eso que nos legó.

Peña dejó discípulos en más de un sentido, por ejemplo, estudiantes a los que ofreció trabajo en el 96 y que aún trabajaban con él. Creo que la honestidad se aprende de gente como él.

Dije que no haría una elegía, espero que no haya sonado así. No creo en la perfección humana, porque no creo en los estándares.

Ramón pertenece a esa tercera categoría, esos regalos que recibes sólo porque están ahí y tú te los apropias. Nunca me arrepentiré de haberme apropiado de él. Me

hacía falta un amigo con tanta entereza que podía prestarte un hombro aún cuando ya había prestado 4.

Finalmente Ramón, te dedico a ti estas últimas líneas. Aún sin creer en el más allá sé que nos estás mirando quizá desde la punta de tu querido Volcán que se quedó sin su guardián, también sé que tienes un chiste molestándote y picándote la punta de la lengua.

¡QUERIDO RAMÓN, QUÉ FALTA NOS VAS A HACER!

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