Hace unos días estuve en la ciudad de Oaxaca y tuve la oportunidad de asistir a la inauguración de la exposición Ben’n Yalhalhj de la fotógrafa y artista visual Yalalteca, Citlali Fabián. Su trabajo explora diferentes aproximaciones al desarrollo de su identidad, conexiones con el territorio, movimientos migratorios y lazos comunitarios. Esa mañana del 22 de septiembre ocurrieron varias cosas disruptivas en los pasillos y las salas del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo (CFMAB)
Comienzo con decirles que en la inauguración estuvo presente la banda femenil “La Yalaltequita” conformada únicamente por mujeres músicas de diferentes edades que están abriendo brecha para las siguientes generaciones. Y esque aunque en Oaxaca la fiesta, la música y los instrumentos de viento son parte de la vida y la cultura de las comunidades, las bandas poquísimas veces cuentan con mujeres músicas y son aún menos aquellas conformadas únicamente por mujeres.
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Esa mañana, en su discurso de apertura Citlali compartió unas palabras breves, pero poderosas. Habló sobre lo importante que era para ella llevar su trabajo al CFMAB porque fue el lugar donde se formó, pero también por la significación social y cultural que tiene para ella que las comunidades y los pueblos indígenas sean parte de las muestras artísticas y okupen espacios como galerías y museos que históricamente les han sido negados.
El trabajo de Citlali me ha interesado desde hace mucho y me parece verdaderamente excepcional la sensibilidad con la que trabaja en sus proyectos y la enorme dignidad que se mira en sus fotografías. México tiene una tradición histórica y una gran escuela de personas fotógrafas documentales (mayormente hombres) que durante décadas se dedicaron a retratar el indigenismo, y con estas imágenes contribuyeron a la producción de representaciones pasivas, denigrantes y ofensivas para los pueblos y las comunidades.
Y es que a veces miramos el arte sólo como algo que debería estar al servicio de las personas para el placer visual, pero en realidad, pocas veces reflexionamos sobre cómo el arte también ha sido un dispositivo de control para instaurar narrativas que les dicen a ciertas poblaciones cuál es su lugar en el mundo, dónde y cómo deben ocuparlo.
Por ejemplo, durante la época del Porfiriato muchos artistas trabajaron por encargo representaciones de la “mexicanidad” para continuar con el proyecto de nación y esas representaciones tenían dos particularidades importantes; no fueron creadas por personas originarias de los pueblos y distan mucho de lo que podemos mirar actualmente, es decir, del arte que producen artistas que provienen de esas comunidades.
Siempre que miro los proyectos de Citlali no solo aprendo mucho sobre las reflexiones que tiene al respecto de la identidad y las raíces de los pueblos, pero también sobre las migraciones y sobre las significaciones que tiene para las personas irse de su lugar de origen, pero llevar siempre el origen con ellas. De igual forma, cuando miro su trabajo me genera una enorme admiración cómo en el proceso sus imágenes logran honrar desde la fiesta, la celebración y la construcción de lo común y al mismo tiempo nombrar cómo estos dispositivos de control y la colonialidad insisten en homogeneizar a los pueblos como todo eso que solo llamamos indígena.
Al recorrer las salas del Centro Fotográfico lleno de personas de Yalalag, de amigos y familia que bailaban al ritmo de la música me resonaban una y otra vez las palabras de Citlali. Pensé mucho en cómo una de las maneras más importantes de resistir a este mundo capitalista, individualista y extractivista en el que nos toca vivir es la alegría, el gozo y la fiesta poniendo la colectividad en el centro.
El trabajo de Citlali es importante y valioso para cuestionarnos como personas creadoras qué tanto nuestro trabajo aporta o no a nuevas representaciones de ciertas poblaciones en la cultura visual contemporánea. Y más aún, cobra una relevancia enorme que sea una mujer Yalalteca quien apueste por procesos colectivos de sanación y de reinvención de la memoria retratando a su pueblo y sus prácticas comunitarias y eso en definitiva es un gesto completamente disruptivo para el canon y la historia del arte actual.
EL PEPO