Lado B
Educar parresiastas
Desafortunadamente se está perdiendo la capacidad de reflexionar críticamente sobre lo que se nos dice, sobre lo que se opina o se afirma acerca de los distintos aspectos de la vida natural y de la convivencia humana porque resulta más cómodo y también más seguro adoptar aquellas cosas que confirman nuestras creencias
Por Juan Martín López Calva @m_lopezcalva
21 de agosto, 2024
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El parresiasta es, en efecto, «quien corre el riesgo de poner en cuestión su relación con el otro», continúa Foucault. «El decir veraz del parresiasta incurre en los riesgos de la hostilidad, la guerra, el odio y la muerte». Por su parte, Gregorio Nacianceno, arzobispo cristiano del siglo IV d. C, habla del parresiasta cristiano como de un mártyron aletheias o mártir de la verdad. Por todas estas razones, pocas personas están dispuestas a ser veraces. De hecho, es la mentira, y el ajustarse al discurso de lo establecido, a los meandros de la ideología, lo que habría de beneficiar socialmente a las personas (o, al menos, así lo estiman algunos). La libertad de expresión, en este caso, se vería vulnerada, puesto que expresar la opinión y el pensamiento propios sería un acto de parresía, algo peligroso.

Iñaki Domínguez. La parresía griega: el arte de decir la verdad con franqueza. Ethic. 28 de junio de 2024.

 

La verdad, la veracidad y cualquiera de sus sinónimos están hoy en una doble guillotina. Por una parte se encuentran descalificadas y acusadas de anacrónicas por la cultura relativista de nuestro cambio de época que, cansada de esas verdades absolutas, con mayúsculas que le impuso por siglos la ciencia moderna racionalista y la religiosidad tradicional dogmática, cayó en la desilusión y realizó un viraje extremo hacia la negación de toda posibilidad de buscar lo verdadero y de juzgar si algo lo es o no.

Por otro lado, el hiper problema -como lo llama Mark Freeman, fundador y director ejecutivo de IFIT (Institute for Integrated Transitions)- de la polarización política y social que se vive a nivel global, aunado a la falta de argumentación, la descalificación y hasta el insulto que conforman lo que hoy se llama cultura de la cancelación, hacen que quien sigue buscando lo verdadero y encontrándolo en algunas cosas, no se atreva a decirlo o al menos lo disfrace de una opinión más en el concierto de la infodemia, por temor a ser sacrificado en la hoguera de la nueva inquisición de las redes sociales.

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No es fácil por tanto asumir con convicción, como afortunadamente lo siguen haciendo muchos académicos, investigadores, profesores, comunicadores, líderes sociales y hasta políticos, que a pesar de que ya tenemos muy claro que no es posible conocer LA verdad absoluta sobre los fenómenos naturales o los procesos humanos y sociales, sigue siendo viable buscar y encontrar respuestas verdaderas para las preguntas que se plantea la ciencia, las humanidades, las ciencias sociales o las disciplinas artísticas.

Porque como afirma el pensador planetario Edgar Morin: la verdad es biodegradable porque se va completando, resignificando, afinando, matizando y aún superando históricamente, pero existe y es posible y necesario seguirla buscando, desvelando y afirmando públicamente para que las ciencias, las humanidades, las artes, la política, la vida social y aún la existencia cotidiana puedan avanzar más allá del círculo vicioso de la infoxicación -la intoxicación producida por el exceso de información- que caracteriza al mundo en los tiempos de la internet, las redes sociales y la inteligencia artificial.

Los seres humanos dice el filósofo canadiense Bernard Lonergan -y muchos filósofos más a lo largo de la historia- somos buscadores de verdad y tenemos un deseo natural de conocer la totalidad de la realidad aunque de antemano sepamos que somos limitados y que nuestra inteligencia y capacidad de reflexión puede llegar a conocer solamente algunas pequeñas partes de las realidades en que nos movemos.

Pero desafortunadamente se está perdiendo la capacidad de reflexionar críticamente sobre lo que se nos dice, sobre lo que se opina o se afirma acerca de los distintos aspectos de la vida natural y de la convivencia humana porque resulta más cómodo y también más seguro adoptar aquellas cosas que confirman nuestras creencias en muchos casos infundadas y repetir mecánica pero apasionadamente lo que los influencers de moda o los líderes carismáticos del momento nos venden como real, bueno o bello según sus intereses y los estándares del mercado económico o la mercadotecnia política e incluso espiritual.

Hacen falta en este mundo de espejos e ilusiones muchos parresiastas, es decir, muchas personas que estén dispuestas a decir todo lo que descubren como veraz y a desnudar a todos los reyes que van desnudos por las plazas públicas alrededor del planeta.     Pero la carencia de parresiastas a pesar de la necesidad urgente de líderes que digan las cosas como son y asuman las consecuencias se debe precisamente a que este tipo de personas, como afirmaba Foucault según la cita, corren el riesgo de la ruptura de relación con los demás, porque el decir veraz puede tener como consecuencias la hostilidad, la guerra, el odio e incluso la guerra o la muerte.

Hemos tenido muchos mártires de la verdad a lo largo de la historia. En latinoamérica y en México durante la llamada “contrainsurgencia” como la denomina la primera parte del informe reciente del Mecanismo de Esclarecimiento Histórico (MEH) se presenta con documentación y fundamento una verdad incómoda sobre los miles de asesinados y desaparecidos que hubo en el país en el final de la década de los sesenta y en los setenta por estar en contra del régimen autoritario del partido que monopolizó el poder durante ocho décadas. Una verdad que se ha ocultado por alrededor de medio siglo porque no conviene a los intereses hegemónicos y que ha seguido siendo obstaculizada por el Ejército y los servicios de inteligencia según una nota del diario El País. 

En los sexenios recientes también ha habido una multitud de asesinados y desaparecidos, entre ellos un creciente número de periodistas que han sido ejecutados por cumplir su trabajo de decir la verdad a la sociedad acerca de las realidades del crimen organizado y su complicidad con los poderes económicos y políticos de este país que duele cada vez más y que sangra todos los días por múltiples heridas derivadas de la desigualdad, la pobreza, la injusticia, la corrupción y la impunidad.

“…Por todas estas razones, pocas personas están dispuestas a ser veraces….” Dice Iñaki Domínguez, el autor del texto de donde tomo el epígrafe de esta Educación personalizante. Porque como sigue diciendo, la mentira y el ajuste al discurso de lo establecido y a la narrativa dominante, a los “meandros de la ideología” en el poder, son los elementos que benefician socialmente a las personas en el mundo y en el México de hoy. La libertad de expresión, aunque se diga lo contrario en los discursos oficiales desde hace décadas hasta hoy, está siendo vulnerada todos los días porque la expresión de la opinión veraz y el pensamiento crítico propio, es decir, el acto de parresía, resulta cada vez más peligroso en este mundo de intereses indefendibles y de violencias inatacables.

Si algo bueno podemos hacer por este país los educadores, es educar parresiastas: ciudadanos que busquen continuamente lo verdadero y se atrevan a decirlo abiertamente de forma inteligente, crítica, responsable y prudente pero clara y contundente. Sólo así podremos, en algunas generaciones, revertir la asfixiante verdad de este país de mentiras.

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Autor Lado B
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es actualmente es profesor-investigador en la facultad de educación de la UPAEP.