Lado B
Amigos en la cárcel (G)
A G lo conocí a través de la guitarra, aunque frecuentábamos los mismos bares y hasta habíamos platicado de cualquier cosa
Por Javier Caravantes @javicaravantes
02 de junio, 2023
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Para G

Por un choque leve —impacto por detrás, sin contusiones —G fue arrestado. Desde el dos de abril duerme en una de las celdas del Centro de Rehabilitación Social (Cereso) de San Miguel. Sus amigos más cercanos me invitaron a una reunión para organizarnos, piensan en una tocada o algo así que recaude fondos para ayudarle. La cita es en un bar que se llama “El palacio negro”. La repetición de casualidades me persigue: este bar fue nombrado así en honor a la cárcel tal vez más terrible en la historia del país, para reivindicar y apropiarse de las palabras los dueños así eligieron bautizarle, explica un letrero. La casualidad más terrible: visité otra vez esta casa habilitada como bar, en ese entonces era un restaurante, “El fusible”, era la tocada de una banda “Caca de gato”, lidereada por un amigo, Adrián Romero. Hace algunos años escribí una crónica que permanece inédita que se ocupa de esos días ¿Es ridículo escribir dos veces lo mismo?

Llegan los amigos de G, no saben cómo organizarse, no tienen experiencia, es más fácil emborracharse. A cada trago lo recuerdan, la pena los hunde en los sillones. Al rato, cuando el silencio ya es insoportable, el grupo se dispersa. Pienso que los accidentes no son hechos fortuitos sino que son un acto reflejo de nuestras emociones; sé que G venía triste, encabronado desde hace rato. Y está bien, somos humanos. La bronca está en que te encarcelen o algo peor por un accidente que tal vez con ayuda emocional se hubiera prevenido. Ya entrada la madrugada los amigos de G se ponen de acuerdo para una próxima reunión. También prevalecerá la incertidumbre de no saber nada acerca de la cárcel y seguirán añorando que pronto, mañana, salga.

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A G lo conocí a través de la guitarra, aunque frecuentábamos los mismos bares y hasta habíamos platicado de cualquier cosa, nuestra amistad en realidad comenzó cuando alguien sacó una guitarra. Primero él me mostró alguna de sus canciones, después yo. Nos emborrachamos algunas veces en las que, luego de conjurar canciones, pudimos hablar con franqueza del dolor, compartirlo, siempre reconfortante. Regularmente un mensaje suyo invitándome a tocar en algún bar llegaba a mi celular coincidiendo siempre en momentos difíciles. Le debo a G varios episodios de alegría. Me perturba que esté encarcelado. Sé que venía saliendo de alguna cantina del centro de Puebla donde recientemente le gustaba ir a presentar sus canciones nada más por exorcizar los males de amor que le aquejaban, me había invitado. Hasta esos infiernos ya no lo pude acompañar. Me he sentido impotente por el hermetismo en la información que guarda la familia respecto a la situación legal que enfrenta G, han pasado ya más de dos meses. Es similar a otro accidente que también sufrió un amigo, compositor de canciones. ¿Es ridículo escribir dos veces lo mismo?

***

Adrián Romero salió del restaurante “El Fusible” para acercar el coche prestado por su padre. Lo descubrió acorralado entre vehículos del público que asistió a escucharlo a él y a su banda, programados para tocar a las nueve de la noche. Adrián planeó dar vuelta en U sobre la 8 Oriente. Se subió al Pointer, arrancó, miró el espejo retrovisor. Colocó la palanca de velocidades en reversa, aceleró un poco, giró el volante. De nuevo aceleró y ¡pamw! Un motociclista salido de quién sabe dónde chocó contra mi puerta. Su pierna se atoró entre el piso y el coche.

En ese instante la lluvia dejó de caer, a Adrián le pareció significativo. 

—Fue ese wuey —la mamá del motociclista, que vivía a la vuelta, llegó corriendo y señaló a Adrián. Él, que debía estar dentro del restaurante, con Caca de gato, comenzando a tocar. Una ambulancia se llevó al motociclista. Un policía sujetó del brazo a Adrián.

—No te pongas pendejo o te va peor.

Lo subieron a la patrulla. Llegaron al MP. Adrián se imaginaba que sólo iba a testificar. No le llamó a su familia. Su banda lo siguió. 

—La señora ya estaba ahí. Se me hace que soltaron un buen varo para que a su hijo no le pasara nada y a mí me atoraran. 

Dos días después los padres de Adrián le llevaron comida, buscaron un abogado. El examen de orina resultó positivo en consumo de marihuana; al momento de la prueba Adrián no sabía que era ilegal su realización sin la presencia del abogado defensor. 

Lo ingresaron al Cereso de San Pedro Cholula. Las secretarias eran hostiles. Los custodios lo recibieron a culetazos. En el juzgado se rehusó a contestar, la presencia de sus familiares y el abogado lo animó. 

De regreso a las celdas se ensañaron. Lo aislaron. Entre “El Barney” y otro policía lo golpearon. 

—¿Qué vergas, ahora sí no haces caras, putito?  

Por la mañana los policías le ordenaron que los siguiera.

—Ahuevo, ya fue, ya me voy —pensó al ver un portón, la salida. Al acercarse leyó una frase: 

Aquí entra un delincuente y sale el humano

Pasillo. Patio. Pasillo. Celda. Lo esperaban sus compañeros. Trece. Acomodados entre el piso, las literas, el resquicio de una ventanilla. Lo escrutaron. La celda se cerró. 

El líder se descolgó de un tragaluz, bajó simiescamente de las literas. Ya en el piso sacó el pecho. Se presentó como Palafox. Pandillero de la Romero Vargas; agotaba las horas con tracas o lo que fuera que regateaba con proveedores del Cereso. 

—Mira cabrón, aquí hace rato vino a verte un vato que te conoce. Mat Quiroga, dice que chido, que eres banda. Te dejó una botella de agua, papel de baño y un porro que ahorita tú y yo nos vamos a fumar, eh pendejos, nada más él y yo. No te va a pasar nada. Nadie se pasa de verga. 

***

Un traste de plástico le sirvió a Adrián como instrumento. Lo golpeaba con las palmas de las manos y en su mente se reproducían las notas de una guitarra, cantó. 

—Les fascinó a mis compañeros, los calmaba. Me podían escuchar casi en todas las celdas. Es el mejor público que he tenido.

Mat Quiroga, gestor de conciertos, lo visitó al día siguiente y constantemente platicaban de música, de los amigos en común. También se hizo más cercano a Juan Daniel Flores, encarcelado por defender a campesinos, él le prestó un par de libros, le regaló una libreta.

—Todo lo que no te da tiempo estudiar allá afuera lo puedes hacer aquí. 

También Adrián encontró en la celda, herencia de quién sabe qué recluso, dos libros. Uno de ellos era de la colección Alejandro Meneses.

—¿Cómo es estar en la cárcel?

—Se trata de cabulear. Se pasan los días intentando ser lo más creativo posible con el lenguaje. Defendiéndote para que no te chinguen.  

El padre de Adrián era miembro de una familia rica y severa de la que huyo siendo adolescente. Su verdadera familia fueron sus amigos. Alejandro Meneses, Carlos Arellano, Beto Kuri, Moisés Cabrera. Aunque para él la música siempre estuvo presente hubo una noche que cambió su vida.  

—Mi papá decidió enseñarle a mi hermana a tocar guitarra, año y medio mayor. Ella estaba aprendiendo, pero no tenía la cualidad, sus dedos estaba muy tensos, de plano no podía. 

Adrián le dijo a su papá “yo sí puedo”. Recuerda claramente cómo su padre se giró hacía él, comenzó a enseñarle. Melodías cortas, La cucaracha, Prety woman, La bamba

—Si pones a tocar un niño que tenga la sensibilidad se la pasará bien, es frecuente. Es muy divertido conocer el sonido y cómo se expresa en cuerdas.

 Su padre le enseñaba notas que iba reproduciendo. Al regresar de la escuela practicaba. A los nueve años ya podía tocar una canción, comenzaba a cantar. Adrián pasó la infancia jugando con su guitarra. En su casa se escuchaba Javier Solís, Pedro Infante, Folclore Latinoamericano y The Beatles, demasiado The Beatles

—Siempre me pregunté cómo era posible que tuvieran un embeleso armónico en todas sus notas —¿cómo le hacían para que le gustaran tantas canciones tanto? 

A los trece años sucedieron sus primeras composiciones con letra. Cantaba:

—Sociedad, maldita sociedad, gente que nos miente y nos extorsiona. 

G

El género que más le gustaba era el blues, aunque el primer grupo en el que tocó fue de ska, La buena semilla, tenía quince años. Luego fue guitarrista sustituyente, el Cometín que componía las canciones, le dijo: 

—Componer es hacer lo que quieras.

Después fue guitarrista suplementario en Serpiente elástica. Y con algunos integrantes armó otro grupo, finalmente de blues, Mama blues, él componía. 

Compuso nuevas piezas. Entonces se aparecieron los Caca de gato. Desayunando memelas se conocieron.

***

—Tocar, es el único momento en el que puedo estar en paz, aún encerrado en cuatro paredes, con olores apestosos, chingo de chinches, aún en la cárcel.

Dany, Rigo y Richi tenían 18 años. Adrián 20. Varias veces se habían visto en un puesto de memelas cerca del Carolino. Alguna amiga, sin quererlo, propició que se reunieran. Fue en una fiesta. Charlaron, brindaron. En pocas semanas se hicieron amigos. Era 2007 y a Adrián lo habían invitado a una tocada en homenaje a Pink Floyd. Se los propuso. Les gustó, siguieron ensayando. 

Su primer nombre fue Los pipiripaos. Adrián ya tenía varias piezas, cuatro o cinco, que serían parte del primer disco de Caca de gato, el nombre definitivo. Grabado en 2011, lanzado hasta 2013. Cuatro instrumentos de cuerdas, un bajo, una guitarra acústica, un chelo y el violín.

Influenciados en igual medida por la música mexicana tradicional y el rock, además del bolero, blues, country, cumbia, steady, ska, hasta ritmos balcánicos y celtas.

—Ese disco significó un primer rompimiento con lo occidental. Más música autóctona. Hay que respetar su estructura, no forzarla. Ese estudio sigue hasta ahora en mi música, fue una brecha que continúa.       

Caca de gato participó en la puesta en escena “Martina y los hombres pájaro”, de Mónica Hott. En los cortometrajes “La locura de Antonia” y la “Historia de esos días”, de Luis Ortega León. Se presentaron en distintos foros de Chiapas, Oaxaca, Ciudad de México, Puebla. Se separaron en 2014.

—Perdimos mucho tiempo. La apatía reinaba. 

***

Erika Zamora, amiga de Adrián, camina por los andadores de la pirámide de Cholula, con la mirada busca algo que no logra hallar. Dice:

—Sí, me llamó un par de veces desde el Cereso. Me preguntaba cómo estaba. El día que lo liberaron me mandó un mensaje para ir a desayunar unas memelas cerca de mi casa. Entonces me contó que había salido de la cárcel desde el día anterior pero que no tuvo ganas de ir a su casa en Puebla y mejor durmió en la pirámide. No sé exacto en qué parte. 

***

En el sitio web de Caca de gato se lee:

“El nombre de Kin Nini surge por los amigos que iban a visitar al músico el cual vivía en la casa de un amigo que no le cobraba renta y también por que dejo la escuela, al asegurar que puede existir una vida digna sin las instituciones. Un músico con un estilo muy peculiar pero que a la vez retoma la sencillez de la cotidianidad. La propuesta de este poblano es el folk y el rock campirano, géneros que poco a poco van generando seguidores en la escena musical.”

El lunes 14 de febrero del 2017, alrededor de las tres de la tarde Adrián posteó: 

Bella comunidad no suelo comentar cosas personales por aquí pero quiero informar que después de dos años y medio de proceso penal el gobierno Mexicano me ha becado con ningún gasto incluido, sin prima vacacional para pasar diez meses en la prisión de San Pedro Cholula. Todavía no me remiten así que en estos próximos días aciagos -Cemitas Nini- se compromete a hacer entregas puntuales con bellos repartidores en centro de Puebla y Cholula, la mítica. Seguimos al tanto del proceso. Cemitas Nini Patrocinador Oficial.

Al texto lo acompañaba una fotografía del acta penal.

***

María no se acuerda dónde o cómo conoció a Adrián. Ella es chelista, actualmente de la “Filarmónica 5 de mayo”. Recuerda la primera vez que lo escuchó.

—Me la pasé riéndome, me atrapó. Sus letras son ácidas y críticas, parece un tipo más cuerdo de lo que en realidad es. 

María participó en la grabación y difusión del disco “Siete pecados”, el segundo de Adrián. También estuvo presente en el concierto del nueve de octubre del 2016, en el Teatro Principal de la ciudad de Puebla.

—Fue la única que vez que el proyecto “Siete pecados” se presentó completo, tiene sentido cuando es multidisciplinario, nada más de producción estuvimos treinta personas. Las demás presentaciones fueron incompletas.  

***

Declararon a Adrián inocente por obstrucción vial y consumo de marihuana. Lo continúan juzgando por daños en propiedad ajena. La sentencia final fue de diez meses.

—Su moto, es una mamada. Me están sentenciando por algo que no era parte de mi proceso. Si apelamos puede ser hasta otro año. Ya, a la verga. Nos tenemos que arreglar con el juez. Pagar e intentar olvidar. Necesito varo, por eso hace una semana comencé con las “Cemitas Nini”.

—Mi nuevo disco se va a llamar “Tutú nakú”. Sólo falta la trompeta y algunas guitarras. Planeó una gira nacional. Olvidarme de regresar a firmar al puto juzgado. ¿Quieres escuchar alguna de esas canciones?


Imagen principal de Marko Lovric en Pixabay-2

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