Lado B
La búsqueda de una posibilidad
Entrevista con el escritor poblano Gabriel Wolfson, autor de "Ballenas" y "Ponte la del Puebla"
Por Javier Caravantes @javicaravantes
19 de agosto, 2015
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Foto: Cortesía

Foto: Cortesía

Javier Caravantes

@javicaravantes

—Híjole, ¿aunque eso lleve a mi pasado oscuro? —me advierte Gabriel Wolfson mientras ecos de risas estorban su dicción.

Estamos sentados en el patio de la librería «Profética», en el Centro de la ciudad de Puebla. Es mediodía y aunque el lugar está casi lleno, Gabriel ocupó la primera mesa del lado izquierdo, de las más grandes, cinco sillas vacías nos acompañan. Cuando llegué leía un manuscrito, ahora le da un trago largo a la Corona que tiene enfrente. Sobre la mesa también hay una cajetilla de cigarros Marlboro rojos. En el momento en que la miro, él la toma, saca uno, me ofrece (será la única vez) y lo enciende. Mientras va soltando el humo parece calibrar el nombre que está a punto de pronunciar:

—Pedrito Palou me habló de la revista Crítica (de literatura, publicada desde hace más de treinta años por la BUAP). Pedro tiene diez años más que yo, nos hicimos cuates cuando iba en la prepa, era mi profe, me daba psicología. En la escuela se les ocurrió hacer unos talleres por las tardes, este cabrón hizo uno literario. Fue mi primer acercamiento, antes no había escrito nada. A esa revista sin duda fue él quien mandó un texto suyo y uno mío, cuando todavía era tamaño carta, en papel cuché. Ya era Armando Pinto director, debió ser en noventa y tres, noventa y cuatro…

Antes de que siga hablando lo interrumpo:

—¿Has pensado que sin ese taller quién sabe si hubieras escrito?

Gabriel se tarda varios segundos en contestar, vuelve a fumar, bebe cerveza y mira hacia otras mesas buscando quién sabe qué, al fin dice:

—Es muy probable que no, bueno no lo sé, probablemente no. Necesitaba en ese momento una vía de escape al piano, a mi hermano y a mí nos metieron a estudiar  desde los cuatro años. Éramos buenos, íbamos a clase al DF con una de las grandes pianistas de este país. Llegó un momento en torno a mis catorce años que me di cuenta que tenía mucha facilidad, pero que empezamos a estar en un nivel donde teníamos que estudiar más. Me costaba trabajo sentarme una hora a tocar piano y ya para entonces teníamos que estudiar unas tres horas diarias, después iba a ser más.

El ruido de las otras mesas, de las pláticas a nuestro alrededor obligan a Gabriel a hablar más fuerte: “se me hizo gacho informarle a la familia que abandonaba el piano. La literatura apareció como un pretexto. Ya encontré lo que sí me gusta, por lo tanto dejo el piano”.

El mesero interrumpe, recoge mi taza y el envase de la cerveza de Gabriel, él aprovecha para pedirle otra igual, y descansa su espalda en el respaldo de la silla, la expresión de su cara se vuelve algo más amable cuando dice:

—Y ahí en el taller, Pedrito y yo nos hicimos grandes cuates, era mi maestro, un tipazo, alguien a quien yo apreciaba muchísimo. Creo que era mutuo.

Pedro Ángel Palou convenció a Gabriel para que en lugar de estudiar literatura en la Buap lo hiciera en la Udlap, durante esos años la amistad se hizo más profunda:

Foto: Aarón Jiménez

Foto: FB/Aarón Jiménez

—Una de las cosas más chidas que hizo Pedro fue publicarme un primer librito, una plaquet que armó él. Me enteré el día que lo presentamos, me dijeron hoy se presenta tu libro. Hizo que me sintiera escritor. Éramos grandes cuates.

Palou siguió invitándolo a colaborar en los distintos puestos que ocupó. Primero cuando el entonces secretario de Cultura, Héctor Azar, lo puso a dirigir la escuela de escritores de la Sogem y luego cuando el ex gobernador Melquiades Morales lo nombró secretario de Cultura.

—Pedro acepta, yo le digo que sí, que está poca madre, que habrá oportunidad de hacer cosas, yo tengo veintiún años. El primer mes fue un desmadre gigantesco fantástico, estuvo tan chingón, después todo se desdibujó. La culpa fue nuestra por ser tan ingenuos. Nos fue cayendo la realidad de la burocracia, del gobierno, de las cosas horribles que tienes que hacer, de las cosas chingonas que no puedes hacer, de lo protocolario. Mi impresión es que Pedro sí se empieza a adaptar a eso, lo que empieza a hacer él y las maneras en las que empieza a hacerlo no son las cosas y las formas por las cuales se supone que habíamos dicho, sí está poca madre, vamos a entrarle. Comienza a actuar de manera más como se actúa en esos medios, que entonces yo no lo entiendo, me da lo mismo quién sea o qué puesto ocupes, ¿somos cuates o no?

Gabriel Wolfson renunciará a los cinco meses de haber iniciado el periodo de gobierno y se irá a estudiar un posgrado a España. A veces le escribiría algunos correos electrónicos a Pedro Ángel Paloú, pero el intercambio será “cada vez con más distancia, y yo cada vez pensando que estaba en desacuerdo con sus posiciones, sus ideas, sus libros, supongo que eso es mutuo, se enfrió y desapareció. Tan-tan”, narra Gabriel, que desde hace bastantes palabras dejó de sonreír y ahora de un trago largo liquida la ya tibia cerveza. De pronto se ve cansado, nos despedimos.

*

Escribe de espaldas a la puerta de su estudio, de paredes blancas, con libreros hasta el techo cuidadosamente ordenados. La silla en la que está sentado es antigua y valiosa, o a lo mejor será una reproducción de esas primeras sillas de roble, giratorias. Gabriel Wolfson la mueve, un poco hacia un lado, un poco al otro.

En la edición del 2003 los jurados del concurso de cuento “Julio Torri”, organizado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, fallaron a favor de Ballenas, el primer libro publicado formalmente por Wolfson. Un libro que trata el tema de la música, el de las aspiraciones. Hay escenas familiares, rupturas. En “Renuncia” leemos el fracaso de la supuesta joven promesa, un artista incapacitado físicamente para crear: sentimos su ira ante lo que se ha convertido, una ira que es clave al menos para estos primeros cuentos de Gabriel y que parece haber incubado durante aquellas horas que pasó frente a las teclas, ¿de un piano, de una computadora?

Sin embargo su cuento favorito es “Cena”, o al menos del que más habla, “el que lo cambia todo”:

Foto: Cortesía

Foto: Cortesía

—En realidad se llamaba “Invitación a cenar” pero después en la edición me gustó que el libro y los cuentos tuviera títulos de una sola palabra. Es lo más viejo que todavía me gusta, marca un punto de inflexión clarísimo. Tuvo que ver con lecturas que fueron muy importantes, recuerdo con una conciencia enorme decir esto ya es otra cosa. Uno por la extensión, empiezo con el relato. Luego, renegar de la idea del cuento, yo había crecido con la idea vieja del cuento, la de Cortázar, la gringa, así hasta los veintiuno, la había enseñado en talleres. En ese momento por fin dije a la chingada, me parece una idea pendeja. Hubo una ruptura, en esos meses entré a psicoanalizarme, leí dos autores que fueron fundamentales, Thomas Benhard, me lo dio Marcelo Guachard, me deslumbra, me apendeja, de esos autores que te dan chance de hacer cosas que nunca habías hecho, así de imítalo y dejas de hacer las pendejadas que estás haciendo. Y la otra cosa es Piglia, es de las últimas cosas que le agradezco a Pedro, me regaló Respiración Artificial, ese libro me volvió loco, está en mis diez libros preferidos, todavía me enloquece. Mi sensación al escribir  ese cuento fue muy distinta de todo lo que había escrito, escribir disfrutando.

El resto del libro Ballenas lo terminará en España, en el transcurso de cuatro años. Wolfson hizo su tesis de Julio Torri, entonces fue como una señal, lo mandó al concurso que lleva su nombre, gana y lo publican.

*

El segundo libro, Ponte la del Puebla sale de imprenta en agosto del 2008. Crónicas que nos sitúan en el vestidor de un equipo de futbol de primera división, el Puebla FC que disputa partidos por la permanencia en la categoría: Gabriel Wolfson narra a un equipo que juega a no ser el último. A partir del estadio Cuauhtémoc traza la trayectoria de una ciudad, tal vez de un Estado, continuamente confrontando por las aspiraciones de sus clases. En mi edición tengo subrayado un fragmento donde Gabriel critica la forma en que se seleccionan jugadores. Al leerlo pienso en el campo literario, que esa descripción aplicaría también a la república de las letras:

“Pero me queda claro que los promotores serán uno más de los elementos que conforman este mundo, y también que este mundo, como el de la política, es satisfechamente endogámico: puedes aterrizar en él si te apellidas Aves, Manzo o Davino, pero sobretodo, puedes pertenecer a él si desde siempre has pertenecido a él. Así de tautológico.”

*

Los restos del banquete, el siguiente libro de narrativa que publicó fue en la editorial independiente Magenta, en 2009. También de estructura fragmentaria, con por lo menos tres historias confluyendo al ritmo de unas descripciones que lo mismo se detienen a construir imágenes a partir de preguntas, o a la elaboración de diversas variables en las oraciones, con diferente orden pero con los mismos elementos. Relato fraguado entre el cuestionamiento al proceder de los mecanismos de la ficción y la añoranza de personajes que se han ido, están lejos, gastando energías buscando quiénes fueron.

Los restos del Banquete se hizo más largo, era un relato más o menos del tipo de Ballenas. Lo que fue muy distinto tiene que ver con el origen de la historia. Fue de alguien conocido, un amigo mío, Hugo. Me ajusté a su historia, me parecía muy buena, de muchísimas pláticas con él, y de mails, son en el 95 por ciento de los mails originales de Hugo. Es el eje central de la historia y tiene que ver con lo que estoy haciendo ahora. Que es ya propiamente dejarme de mamadas, si lo que quiero es la historia de fulanito que me parece buena, pues lo entrevisto y que me la cuente. La gente tiene historias chingonas.

Antes de que pueda hacerle otra pregunta suena el celular, Gabriel duda en contestar. Cuatro tonos después se levanta, camina acercándose a la puerta de su estudio pero no sale, después de unos segundos alcanzo a escuchar que termina con un:

—Vientos, gracias, órale —se vuelve a sentar, continúa: —otra cosa que me gustó de los Resto del banquete, que me interesó mucho, es dejar de echar rollo ensayístico de la ciudad y mejor que pasen cosas ahí. En todas partes hay una historia, hay detalles. Si pudiera entrar a una fábrica y ver lo que quisieras sin que nadie te jodiera me encantaría hacerlo. La posibilidad de ver. Necesito a fuerzas ver algo que pasa, escuchar algo, que una amigo me cuente. Esa es una de las cosas que me gustaron mucho desde que leí los cuentos de Meneses (Alejandro Meneses, autor de Días extraños y Ángela y los ciegos). El güey no tiene el menor problema de hablar de un Oxxo, en hacer que las historias ocurran en la colonia Santa María y hacerlo poca madre, ese es el escenario y se acabó, hay portales, hay colonia La Paz, hay Upaep, el Parque del Carmen.

—¿Cómo se llama el movimiento literario poblano al que te estás inscribiendo? —le pregunto intentando permanecer serio.

—Ultracostumbrismo —ríe, se carcajea, luego dice:

—Nel, espero que no.

*

Las reseñas que escribe Gabriel Wolfson son tan buenas que es común que se le tome sólo por crítico literario, un error. Incluso cuando él habla de su trabajo crítico es parco: “no he escrito tantas (reseñas), unas cuarenta, cincuenta, básicamente para Crítica”. Escribirlas le da la posibilidad de hablar en primera persona, “sin justificar miles de cosas, inventándote un sujeto enunciador que eres tú pero de otra manera, puedes hacer chistecitos, derivar hacia otros temas”. Es un tipo de texto que le es cómodo, de libertad y flexibilidad para discutir, “me interesa reseñar literatura mexicana, que no sea de gente que conozco, sino que pueda realmente abrir el libro y leerlo sin culpas”.

Foto: FB/Viviana Benshushan

Foto: FB/Viviana Benshushan

Sin duda, el trabajo editorial literario más valioso que se hace en la ciudad de Puebla está a cargo de los proyectos que Gabriel Wolfson dirige. Cabezaprusia se ha encargado desde 2010 de publicar autores tan estimables como Nathalie Quintane, o recientemente una antología a cargo de Jorge Cabezas Miranda que incluye textos del grupo cubano Diásporas, este año editan un libro de ensayos sobre Viena de Andreas Kurtz. La Cleta Cartonera lleva ya siete libros, el último fue “la estupenda novela” de Víctor Hugo Martínez Bravo Su majestad pone la música. Gabriel admite un problema en el trabajo editorial que realiza: “nos preocupamos por la edición y no en la parte de moverlos, de hacerlos visibles, necesitamos ponernos a trabajar en ello”.

*

“Recién salido de la imprenta, el libro de Gabriel Wolfson. Un libro anómalo, digresivo, fundado en la complejidad y la constante traición de las expectativas. Su sospecha sobre la solvencia de la trama es radical. Por eso me interesa. (La solvencia, ya se sabe, es el término cumbre del sistema financiero.) Es inútil hablar de anécdota o argumento en el caso de Wolfson. La historia está y no está. Es decir, está pero como si no estuviera. Todo en sus narraciones, como en los tribunales de Kafka, es antesala, desviación, repliegue, como si su finalidad formal fuera no avanzar o traducir nuestra condición delirante y absurda. En cierto sentido el libro llegó a su editorial idónea, donde publicamos con la lentitud de los anélidos. Después de una larga espera, Be y Pies (con su hermosa y enigmática portada) estará circulando en un par de semanas. En Tumbona Ediciones estamos felices.»

Vivian Abenshushan posteó hace unos días este fragmento en su muro de Facebook junto con la portada del libro Be y Pies, Abenshushan es una de los editores que Gabriel tuvo este año. El otro fue Daniel Saldaña Paris, que edito Profesor, libro de relatos que saldrá publicado en unos meses en la colección El Guardagujas del Conaculta, sobre ese libro Wolfson me dice:

—Son relatos más densos en términos de estructura, no de historia, en donde sí me fui más de hocico con esa idea de no me importa si lo que estoy contando es nada. No me interesa hacer literatura de la nada y palabrería, no, yo veo claramente muchísimas historias, vida, pero no agradable en términos de una lectura sencilla. No quiero asustar con mamadas ilegibles, por supuesto que no, hay cosas claras pero me di chance de meterme en historias muy tenues. Es como ir contando la historia sin contarlo y lo que hago es poner unos pinches árboles verbales, una pendejadita que podría haberse dicho en tres palabras, pum, un rollazo del viaje interior de personaje.

—¿Como si bordearas la historia?

—Exacto, ese es un procedimiento clave, rodear, y nunca decir, nunca llegar al centro, nunca decir es eso. Construir espesura y de tal manera que si te va bien encuentres un claro y luego ya el lector decide que hay ahí.

*

Gabriel Wolfson trabaja como coordinador de la licenciatura en Literatura de la Udlap, le pregunto cómo le hace para ganarse la vida y escribir, me contesta:

—A mí estudiar el doctorado me ha dado la posibilidad de tener una buena chamba, que me gusta, y ese trabajo me permite no estar tan atento a algunas cosas o decir que no a algunas cosas, o poder pelearme tantito con alguien, básicamente me da un sueldo. Es decir tú puedes tener una posición muy fuerte contra muchas cosas pero si no te buscas la manera de poder materialmente tenerla está más cabrón. Yo veía claramente con esta mirada muy sagrada a la literatura, de que es eso que escribes gratis, eso que escribes sin que nadie te lo haya pedido. Y ya ahora no creo en eso, tampoco en lo opuesto. Es decir que hay gente que tiene devoción por lo literario, como de un respeto muy grande y que lo aparta del mundo y que escriben una mierda, o de miserables con voz.

A punto de despedirme me animo a preguntarle si da algún taller. Contesta rápido que no, mientras busca un ejemplar del primer libro que editó, me lo regala, No hay obra, hay taller. Me acompaña hasta la puerta, salgo, sonríe y la cierra antes de que pueda decirle algo más.

 

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Javier Caravantes
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