Qué poderoso es reconocernos en otras. Espejear nuestros sentires, compartir lo que pensamos para construir espacios que habitar, con palabras que de pronto cobran otro sentido, que se transforman, que nos transforman.
Acabo de pasar por un proceso profesional muy difícil, en el que llegué a sentirme perdida. Dudé de mí, de mi mirada, de mi voz. Qué rudo es eso. Es como aquella película en la que el personaje vivía en un mundo falso, donde todo era mentira. Así me sentí. Hasta que me salvaron mis amigas.
Y me ayudaron a recordar lo que sé y lo que pienso, y por qué hago lo que hago, y por qué con esa mirada y esa voz.
Pero ahora que terminó todo, pienso: ¿por qué dudé tanto?, ¿por qué cuando sentí que algo no estaba bien no dije nada?, ¿qué tanto mi reacción, o la falta de esta, tiene que ver con la manera en que fui educada, evitando contradecir, tratando de complacer, dudando más de mí que de la otra persona? ¿Por qué chingados no dije que me sentía maltratada, violentada, pisoteada, ninguneada? ¿Por qué? ¿Por qué lo permití? ¿Por qué lo permitimos?
Mi propósito para el próximo año es no volver a permitirlo. Jamás. Y si ustedes han pasado por eso en su trabajo, en la escuela, en la vida, las invito a plantarse en el mundo y decir que no.
Me prometo ser valiente. Quizás poquito al principio, como coleccionando pequeñas victorias, hasta que se me vuelva costumbre.
¿Jalan o le temen al éxito?
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