| Quiero empezar agradeciendo a todas las personas que me han escrito para mandarme cariño a mí y a mi mami. Hasta ahora todo marcha según lo previsto por su médica y no queda más que esperar y dejar que el tratamiento haga lo suyo. Pero estoy segura que todas sus palabras, incluso las que quizás pensaron al leerme o tuvieron la intención de decirme, son una fuente de poderosa vibra amorosa que nos reconforta y nos sana.
Lo sé por Bety del Castillo, quien hoy ocupa este espacio para compartirnos una experiencia y su aprendizaje. Bety, siempre se lo digo, es la persona más optimista y entusiasta que conozco. Ella es mucha luz y fortaleza, pero ya no digo más, léanla:
Me siento muy honrada de poder hablarles en este hermoso espacio que ha creado Mely Arellano y, siguiendo su costumbre de hablar desde el corazón con todas ustedes, quiero compartirles uno de los capítulos más sensibles y recientes de mi historia: el despedir a mi madre de este mundo.
Uno de los primeros miedos que experimentamos en la infancia es la idea de que un día nuestros padres morirán. Me recuerdo a los seis años en la cama de mi mamá, abrazándola fuerte y pidiéndole que me prometiera que nunca moriría y a ella respondiendo que no pensara en eso, porque faltaba mucho tiempo para que ocurriera… y ese tiempo llegó el 1 de octubre de este año.
Y fue muy distinto a como pensé que sería, porque si bien todos los días se hace presente la tristeza de no poder verla y escucharla, también es cierto que con su partida me dejó grandes regalos de aprendizaje sobre la vida y sobre mí misma. Para empezar, reconcilié el miedo a la muerte que me seguía desde aquellos seis años: hoy tengo la certeza de que los lazos de amor nunca terminan, trascienden el estado físico del ser y por tanto nunca dejamos de existir. |
